martes, 23 de febrero de 2010

LA PREAUTONOMIA VALENCIANA (IX)

LA BATALLA DE VALENCIA (VI)

Ramón García Hernández en su (Aproximación...) habla del sofisma “unidad de la lengua” en los siguientes términos: “Para poder justificar lo injustificable, en este proceso de subordinación idiomática, tuvo que lanzarse un sofisma: la unidad lingüística del valenciano y el catalán (también del mallorquín), como un primer paso del proceso que se lleva a término. A continuación dar nombre a esa entelequia “lengua catalana”, estableciendo la siguiente premisa: Lengua es igual a Cultura y basándose en esto se consagra el silogismo siguiente: Si todo el que habla catalán es catalán y los valencianos hablan catalán, la conclusión será que, los valencianos son catalanes y catalana pues será su cultura”.

Emilio Atard y Enrique Monsonís (UCD), (Vicente Ramos en De Albiñana..). nos dice: “Escuchemos al segundo: tenemos una raíz catalana en nuestro origen y en nuestro idioma;... “el valenciano es una variante del catalán”;... las campañas anticatalanistas son “confusionistas y disgregadoras”.

¿Cómo se consiguió que en nuestro Estatuto de Autonomía se reconociera la Real Señera?

La tradicional
señera tricolor valenciana con la franja azul coronada junto al mástil, es desde la segunda mitad del siglo XIV, por privilegio real, el símbolo privativo u oficial de la ciudad de Valencia. Si este símbolo de la ciudad resultaba o no aplicable por extensión al resto del Reino, es una cuestión para la existe un margen de discusión desde el punto de vista académico. En cualquier caso, la extensión de este símbolo privativo fuera de la Ciudad de Valencia y sus comarcas adyacentes fue limitada, y la señera del Rey (cuatribarrada), común a todos los territorios de la Corona de Aragón, será también seguida en buena parte del territorio. Si bien las cuatro barras aragonesas sería común a todos los territorios de la Corona de Aragón, hay que destacar que para nuestro Reino de Valencia, por el rey Pedro II de Valencia y IV de Aragón, el Ceremonioso, se estableció y añadió el color azul a sus barras, pasando, desde entonces, a ser la señera del Reino de Valencia, distinguida de los demás territorios de su Corona.

El valencianismo pancatalanista fusteriano promoverá el uso exclusivo de la señera cuatribarrada desnuda (a la que considerará la bandera legítima del antiguo
Reino de Valencia), como símbolo compartido con el resto de los territorios de habla catalana. A ello responderá el valencianismo blavero (1) con el uso, ahora exclusivo, de la bandera tricolor, si bien no son los únicos que defienden esta enseña, aunque sea una de sus características identitarias principales.

(1) El término “blavero” para denominar al sector social, que no político, valencianista, es tomado por las fuerzas de izquierdas como un insulto hacía los defensores de la historia de nuestro Reino de Valencia, si bien para éstos, este término acuña una razón de ser, un sentimiento, una idiosincrasia, un orgullo, un elemento de acción, y un gran ardor patriótico en contra del imperialismo megalómano catalanista. Por ello, estamos convencidos que cuanto más se pretende insultarnos con esta denominación, mas nos fortalecemos en contra de aquellos que practican el despotismo.

En el
Estatuto de Autonomía de 1982 la señera tricolor coronada será designada bandera oficial de la Comunidad Valenciana.

Sobre la Real Señera, (De Albiñana...) el que fue presidente provincial de la UCD-Valencia sostenía: “...yo creo que no debemos perdernos en cuestiones semánticas o simbólicas que pueden servir de manipulación para quienes no quieren ni la democracia ni la autonomía”.

Ya podemos darnos cuenta de lo que con estos “mimbres” iba a establecerse nuestra autonomía. Si los partidos de izquierdas abogaban bárbaramente por nuestra introducción en los “Países”, no fueron menos los políticos de derechas que, -y aquí tenemos el ejemplo con el PP-, abiertamente estaban dispuestos a seguir las mismas maniobras.

Verdaderamente nefastos para nuestra tierra fueron aquellos políticos en los que recayó la tarea de organizarnos como comunidad autónoma, sentando las bases para despersonalizar la cultura de nuestro pueblo que, con los años, se iría convirtiendo en el genocidio cultural al que hoy estamos abocados.

¿Por qué no se consiguió la denominación de Reino de Valencia para nuestra tierra?

Cuando buena parte de los valencianos se dio cuenta por donde iban los enjuagues entre los grupos políticos redactores del estatuto, una de las causas principales que tiraron a la genta a la calle fue su oposición a que la autonomía se denominase como País Valenciano, nombre de totales connotaciones catalanistas y fruto de las concesiones que los políticos valencianos estaban haciendo a imperialismo catalán.

Nuestra tierra se denominaría País Valenciano y la suya se denominaría la Cataluña Gran. Ellos serian los soberanos del estrafalario proyecto de los Países Catalanes y nosotros seriamos una mera comparsa de la que, con el tiempo, chuparían hasta la última gota de su sangre agrícola, industrial, mercantil, ya que el proyecto, inicialmente disfrazado como “una cultura y lengua única”, no es ni más ni menos que la absorción de toda nuestra economía. En definitiva dinero y más dinero para las arcas catalanas.

Por otra parte, no se podía consentir que nuestro histórico Reino de Valencia se denominara de otra manera pues, históricamente es el título que nos corresponde al ser una tierra privilegiada desde bastante antes de la Edad Media, en que fue conquistado el reino moro de Valencia por el rey Jaime I el Conquistador.

No se podía consentir que los valencianos fuéramos relegados y sojuzgados por una entelequia foránea, fruto de la egolatría y de un complejo de inferioridad que el pueblo catalán viene arrastrando, desde que las vicisitudes políticas lo tenían bajo el yugo del Imperio Carolingio y como meros servidores establecido en una frontera, La Marca Hispánica, creada por dichos reyes para impedir la entrada de las huestes mora en sus tierras.

Los catalanes nunca fueron reino, ni principado, ni tuvieron ninguna prerrogativa ni privilegio por parte de todos los reyes que reinaron en la Corona de Aragón. Tanto en Francia como en Aragón, se les consideró como meros servidores dentro de una organización de condados que, bajo los pirineos pasaron a formar parte de la Corona de Aragón.

No obstante todas las presiones que, por parte de valencianistas, se formularon en las calles en contra del que iba a ser el nombre de nuestra tierra, no consiguieron que los políticos reconocieran para la autonomía el de Reino de Valencia. Una vez más lo que ya estaba consensuado entre todas las fuerzas políticas, -lo de Comunidad Valenciana- no cambió de rumbo. El miedo a la calle les hizo mella aunque no lo suficiente como para reconocer la denominación de Reino de Valencia, consensuándose otro nombre en los despachos con el que, una vez más, se nos estaba traicionando a los valencianos al relegarnos a una denominación que no dice nada absolutamente de nuestra historia ni de la riqueza cultural y económica de nuestro reino.

Una vez más, la traición política se hizo patente. Una vez más el arco político valenciano cayó en las más bajas cloacas de la hipocresía, de la cobardía y de la traición al pueblo valenciano.

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