Por:
Ricardo de la Cierva
Editorial Planeta
Segunda edición: febrero 1991
CATALUÑA
EN LA GUERRA CIVIL: UNA PROCLAMACIÓN DE CAMBÓ
La propaganda histórica ultracatalanista se ha
hartado de repetir que Cataluña, después de luchar en el bando republicano de
la guerra civil española, perdió esa guerra y vivió, durante la era de Franco,
una nueva etapa de opresión. Eso no es una tesis sino una estupidez. En la
guerra civil Cataluña se dividió en dos, exactamente como toda España. Los
catalanes moderados y los catalanistas de centro y derecha, con algunas
excepciones, se alinearon secreta o fervorosamente en el bando nacional;
combatieron en él con notoriedad y heroísmo; se pasaron en masa desde el
territorio sometido a la República hacia la otra zona, como ha demostrado un
militar catalán, Magín Vinielles, en su libro La sexta columna. Otro
escritor catalán, José María Fontana, ha dejado todo muy claro en su libro Los catalanes en la guerra de
España. Y el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor
central de la República, ha relatado de forma sobrecogedora la campaña de
Cataluña en su libro Alerta los pueblos, en que cita un informe
militar catalán donde se confesaba: «Toda Cataluña deseaba ya a Franco.» La
unidad militar más condecorada en el ejército de Franco fue el Tercio catalán
de Montserrat; y en las Memorias de Azaña hay numerosas pruebas de que el
informe militar citado no era imaginación.
Francisco Cambó, a quien su exilio voluntario salvó
de una muerte segura en Cataluña, escribió en octubre de 1937 en París, para el
diario La
Nación este importantísimo artículo, «La cruzada
española», que demuestra por sí mismo la adhesión del catalanismo moderado y
la derecha catalana a la causa de Franco, para quien el equipo Cambó en
Francia y en toda Europa contribuyó con una importantísima red de información,
el SIFNE, cuyas acciones han sido relatadas por su director, Bertrán y Musitu,
en un libro fidedigno. Pero nada puede sustituir al artículo de Cambó que
pasamos a reproducir:
«Los que no
ven en la gran tragedia más que una guerra civil, con los horrores que
acompaña siempre la lucha entre hermanos, sufren lamentablemente ceguera. Una
lucha interior, en un país fuera de las corrientes del tráfico de las
mercancías y de las ideas, que no tiene peso específico bastante para influir
en la vida internacional, ni por su fuerza económica, ni por su potencia
militar, ni por su posición política, podría haber despertado algún interés en
los tiempos tranquilos que vivió la humanidad algunas décadas atrás. Pero en
los momentos agitados y frenéticos que vivimos nadie le prestaría hoy atención.
Y la realidad nos dice que desde sus comienzos la guerra civil española es el
acontecimiento que más preocupa a las cancillerías y aquel que más
profundamente agita y apasiona las masas.
»Es que
el mundo entero se da cuenta de que en tierras de España, en medio de horrores
y de heroísmos, está entablada una contienda que interesa a todas las naciones
del mundo y a todos los hombres del planeta.
»Para
comprender su magnitud hay que recordar el año 1917, el de la instauración del
bolcheviquismo en Rusia, y pensar en todas las desdichas que de aquel hecho se
han derivado para todos los pueblos.
»La
implantación del sovietismo en Rusia, uno de los mayores retrocesos históricos
de la humanidad, significó el triunfo, en un gran imperio, del materialismo
sobre todos los valores espirituales que hasta entonces habían guiado a la
humanidad camino del progreso, y habían agrupado a los hombres en naciones y
en estados.
»La
lucha entre las más opuestas concepciones de la vida de hombres y pueblos
surgió inmediata y no ha cesado un momento, porque los directores del
bolcheviquismo ruso tuvieron, desde luego, la clara visión de que su régimen
no podía subsistir más que perturbando la paz y disminuyendo el bienestar en
el resto del mundo, único modo de enturbiar la visión de la espantosa miseria
en que tienen sumido a su pueblo.
»La
Rusia bolchevique alcanzó la ventaja que en toda lucha obtienen los que
emprenden la ofensiva, y su brutal agresión no encontró más que una débil resistencia
en la endeble estructura político-social-religiosa de la vieja Rusia,
auxiliada sin energía ni constancia por los estados que mayor interés tenían en
impedir el triunfo de aquella.
»Después, todos los países cristianos, uno tras
otro, ya con la esperanza de obtener un lucro, ya por la inercia que impele a
seguir la corriente, no sólo reconocieron al gobierno bolchevique, sino que le
prestaron toda suerte de concursos para que pudiera forjar las armas con que
trataría luego de aniquilarles.
»La cruzada de
la España nacional es, exactamente, lo contrario de la victoria del
bolcheviquismo en 1917, y su triunfo puede tener y tendrá para el bien la
trascendencia que para el mal tuvo aquélla. Significa que allá, en el extremo
sudoccidental de Europa, se levantó un pueblo dispuesto a todos los
sacrificios para que los valores espirituales (religión, patria, familia) no
fueran destruidos por la invasión bolchevique que se estaba adueñando del
poder.
»Es
porque tiene un valor universal la cruzada española por lo que interesa no
sólo a todos los pueblos, sino a todos los hombres del planeta.
»Ante
ella no hay, no puede haber indiferentes. La guerra civil que asola España
existe, en el orden espiritual, en todos los países. En vano proclaman algunas
potencias que hay que evitar la formación de bloques a base de idearios
contrapuestos. Los que tal afirman, si examinan la situación de su propio
país, verán que estos bloques ideológicos existen ya y tienen una fuerza
inquebrantable. Los encontrarán dentro de los partidos y de las agrupaciones
profesionales, aun en los grupos más restringidos de sus relaciones
particulares y familiares.
»A
España le ha correspondido, una vez más, el terrible honor de ser el paladín
de una causa universal. Durante ocho siglos, Bizancio, en la extremidad
oriental, y España, en la extremidad occidental, defendieron a Europa en lucha
constante; aquélla con las invasiones asiáticas y ésta con las asiáticas y con
las africanas. Y cuando Bizancio cayó para siempre, España preparaba el último
y formidable esfuerzo que le dio definitiva victoria, que la Providencia
quiso premiar dándole otra misión de trascendencia universal: la de descubrir y
cristianizar un nuevo mundo.
»Cuando
la Iglesia católica, en el siglo XVI, sufrió el más duro embate de su
existencia, fue España la que asumió la misión terrena de salvarla. Y ya en el
siglo XIX, cuando el destino de Napoleón se apartó del servicio de su patria
para servir únicamente su propia causa, fue España, la España inmortal, la que,
ofreciendo al héroe hasta entonces invencible una resistencia inquebrantable,
salvó a Europa y a la propia Francia.
»Hoy se cumple una vez más la ley providencial que reserva a España el
cumplimiento de los grandes destinos, el servicio de las causas más nobles que
lo son tanto más cuanto implica grandes dolores sin la esperanza de provecho
alguno.
»Y las grandes democracias de la Europa occidental,
que miran con reserva y prevención la gran cruzada española, se empeñan en no
ver que para ellas será el mayor provecho, como para ellas sería el mayor
estrago si el bolcheviquismo ruso tuviera una sucursal en la península
Ibérica.
»No es hoy momento de discutir cómo se regirá la nueva
España. Pero una cosa podemos decir: España, como lo dejó probado de modo
irrebatible Menéndez y Pelayo, fue un más grande valor universal en cuanto fue
más española, más íntimamente unida a la solera medieval que la forjó
preparando la gran obra de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias,
mientras que las etapas de su decadencia coinciden con las de su decoloración
tradicional. La nueva España será, de ello estamos seguros, genuinamente
española, y para crear las instituciones que deben regirla no necesitará
copiar ejemplos de fuera, porque en el riquísimo arsenal de su tradición más
que milenaria encontrará las fórmulas para mejor servir y atender las
necesidades de la nueva etapa de su historia.
»No hay que olvidar un hecho en el cual se
encuentran en germen muchos de los ingredientes que han producido la guerra
civil. Es un hecho que nunca, y hoy menos que nunca, han de olvidar los
españoles: al triunfar el espíritu patriótico-religioso en la resistencia
española a la dominación napoleónica, se reunieron, primero en la isla de León
y después en Cádiz, los hombres que habían de forjar las instituciones que
rigieron la España que con su sangre habían conquistado sus hijos. Y la
Constitución llamada de Cádiz olvidó la tradición española para inspirarse en
las doctrinas de la Revolución Francesa: ¡el vencedor implantaba las doctrinas
del vencido! Y así quedó frustrado el glorioso y triunfal esfuerzo y
desconectada la corriente tradicional española de sus nuevas instituciones
políticas, iniciándose una pugna que ha culminado en la lucha actual.
»Es indispensable que el caso no se repita; la
sangre de los millares de héroes que están dando su vida por salvar a España
del materialismo y la barbarie bolchevique ha de servir, por lo menos, para que
nuestra patria vuelva a marchar por la senda que le señala la tradición y que
no debió abandonar jamás.
FRANCISCO CAMBÓ»
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