viernes, 15 de febrero de 2013

MISTERIOS DE LA HISTORIA-XV



Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991

 CATALUÑA EN LA GUERRA CIVIL: UNA PROCLAMACIÓN DE CAMBÓ
La propaganda histórica ultracatalanista se ha hartado de repetir que Cataluña, después de luchar en el bando repu­blicano de la guerra civil española, perdió esa guerra y vivió, durante la era de Franco, una nueva etapa de opre­sión. Eso no es una tesis sino una estupidez. En la guerra civil Cataluña se dividió en dos, exactamente como toda España. Los catalanes moderados y los catalanistas de cen­tro y derecha, con algunas excepciones, se alinearon secre­ta o fervorosamente en el bando nacional; combatieron en él con notoriedad y heroísmo; se pasaron en masa desde el territorio sometido a la República hacia la otra zona, como ha demostrado un militar catalán, Magín Vinielles, en su libro La sexta columna. Otro escritor catalán, José María Fontana, ha dejado todo muy claro en su libro Los catalanes en la guerra de España. Y el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor central de la República, ha relatado de forma sobrecogedora la campaña de Cataluña en su li­bro Alerta los pueblos, en que cita un informe militar cata­lán donde se confesaba: «Toda Cataluña deseaba ya a Fran­co.» La unidad militar más condecorada en el ejército de Franco fue el Tercio catalán de Montserrat; y en las Me­morias de Azaña hay numerosas pruebas de que el infor­me militar citado no era imaginación.

Francisco Cambó, a quien su exilio voluntario salvó de una muerte segura en Cataluña, escribió en octubre de 1937 en París, para el diario La Nación este importantísimo ar­tículo, «La cruzada española», que demuestra por sí mis­mo la adhesión del catalanismo moderado y la derecha ca­talana a la causa de Franco, para quien el equipo Cambó en Francia y en toda Europa contribuyó con una impor­tantísima red de información, el SIFNE, cuyas acciones han sido relatadas por su director, Bertrán y Musitu, en un libro fidedigno. Pero nada puede sustituir al artículo de Cambó que pasamos a reproducir:

«Los que no ven en la gran tragedia más que una gue­rra civil, con los horrores que acompaña siempre la lucha entre hermanos, sufren lamentablemente ceguera. Una lu­cha interior, en un país fuera de las corrientes del tráfico de las mercancías y de las ideas, que no tiene peso especí­fico bastante para influir en la vida internacional, ni por su fuerza económica, ni por su potencia militar, ni por su posición política, podría haber despertado algún interés en los tiempos tranquilos que vivió la humanidad algunas décadas atrás. Pero en los momentos agitados y frenéticos que vivimos nadie le prestaría hoy atención. Y la realidad nos dice que desde sus comienzos la guerra civil española es el acontecimiento que más preocupa a las cancillerías y aquel que más profundamente agita y apasiona las masas.

»Es que el mundo entero se da cuenta de que en tierras de España, en medio de horrores y de heroísmos, está en­tablada una contienda que interesa a todas las naciones del mundo y a todos los hombres del planeta.

»Para comprender su magnitud hay que recordar el año 1917, el de la instauración del bolcheviquismo en Rusia, y pensar en todas las desdichas que de aquel hecho se han derivado para todos los pueblos.

»La implantación del sovietismo en Rusia, uno de los mayores retrocesos históricos de la humanidad, significó el triunfo, en un gran imperio, del materialismo sobre to­dos los valores espirituales que hasta entonces habían guia­do a la humanidad camino del progreso, y habían agrupa­do a los hombres en naciones y en estados.
»La lucha entre las más opuestas concepciones de la vida de hombres y pueblos surgió inmediata y no ha cesa­do un momento, porque los directores del bolcheviquismo ruso tuvieron, desde luego, la clara visión de que su régi­men no podía subsistir más que perturbando la paz y dis­minuyendo el bienestar en el resto del mundo, único modo de enturbiar la visión de la espantosa miseria en que tie­nen sumido a su pueblo.

»La Rusia bolchevique alcanzó la ventaja que en toda lucha obtienen los que emprenden la ofensiva, y su brutal agresión no encontró más que una débil resistencia en la endeble estructura político-social-religiosa de la vieja Ru­sia, auxiliada sin energía ni constancia por los estados que mayor interés tenían en impedir el triunfo de aquella.

»Después, todos los países cristianos, uno tras otro, ya con la esperanza de obtener un lucro, ya por la inercia que impele a seguir la corriente, no sólo reconocieron al gobierno bolchevique, sino que le prestaron toda suerte de concursos para que pudiera forjar las armas con que trataría luego de aniquilarles.

»La cruzada de la España nacional es, exactamente, lo contrario de la victoria del bolcheviquismo en 1917, y su triunfo puede tener y tendrá para el bien la trascendencia que para el mal tuvo aquélla. Significa que allá, en el ex­tremo sudoccidental de Europa, se levantó un pueblo dis­puesto a todos los sacrificios para que los valores espiri­tuales (religión, patria, familia) no fueran destruidos por la invasión bolchevique que se estaba adueñando del poder.

»Es porque tiene un valor universal la cruzada españo­la por lo que interesa no sólo a todos los pueblos, sino a todos los hombres del planeta.

»Ante ella no hay, no puede haber indiferentes. La gue­rra civil que asola España existe, en el orden espiritual, en todos los países. En vano proclaman algunas potencias que hay que evitar la formación de bloques a base de idea­rios contrapuestos. Los que tal afirman, si examinan la si­tuación de su propio país, verán que estos bloques ideoló­gicos existen ya y tienen una fuerza inquebrantable. Los encontrarán dentro de los partidos y de las agrupaciones profesionales, aun en los grupos más restringidos de sus relaciones particulares y familiares.

»A España le ha correspondido, una vez más, el terri­ble honor de ser el paladín de una causa universal. Duran­te ocho siglos, Bizancio, en la extremidad oriental, y Espa­ña, en la extremidad occidental, defendieron a Europa en lucha constante; aquélla con las invasiones asiáticas y ésta con las asiáticas y con las africanas. Y cuando Bizancio cayó para siempre, España preparaba el último y formida­ble esfuerzo que le dio definitiva victoria, que la Providen­cia quiso premiar dándole otra misión de trascendencia universal: la de descubrir y cristianizar un nuevo mundo.

»Cuando la Iglesia católica, en el siglo XVI, sufrió el más duro embate de su existencia, fue España la que asumió la misión terrena de salvarla. Y ya en el siglo XIX, cuando el destino de Napoleón se apartó del servicio de su patria para servir únicamente su propia causa, fue España, la España inmortal, la que, ofreciendo al héroe hasta enton­ces invencible una resistencia inquebrantable, salvó a Euro­pa y a la propia Francia.

»Hoy se cumple una vez más la ley providencial que reserva a España el cumplimiento de los grandes destinos, el servicio de las causas más nobles que lo son tanto más cuanto implica grandes dolores sin la esperanza de provecho alguno.

»Y las grandes democracias de la Europa occidental, que miran con reserva y prevención la gran cruzada espa­ñola, se empeñan en no ver que para ellas será el mayor provecho, como para ellas sería el mayor estrago si el bol­cheviquismo ruso tuviera una sucursal en la península Ibérica.

»No es hoy momento de discutir cómo se regirá la nue­va España. Pero una cosa podemos decir: España, como lo dejó probado de modo irrebatible Menéndez y Pelayo, fue un más grande valor universal en cuanto fue más es­pañola, más íntimamente unida a la solera medieval que la forjó preparando la gran obra de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias, mientras que las etapas de su decadencia coinciden con las de su decoloración tradicio­nal. La nueva España será, de ello estamos seguros, genui­namente española, y para crear las instituciones que de­ben regirla no necesitará copiar ejemplos de fuera, porque en el riquísimo arsenal de su tradición más que milenaria encontrará las fórmulas para mejor servir y atender las necesidades de la nueva etapa de su historia.

»No hay que olvidar un hecho en el cual se encuentran en germen muchos de los ingredientes que han producido la guerra civil. Es un hecho que nunca, y hoy menos que nunca, han de olvidar los españoles: al triunfar el espíritu patriótico-religioso en la resistencia española a la domina­ción napoleónica, se reunieron, primero en la isla de León y después en Cádiz, los hombres que habían de forjar las instituciones que rigieron la España que con su sangre ha­bían conquistado sus hijos. Y la Constitución llamada de Cádiz olvidó la tradición española para inspirarse en las doctrinas de la Revolución Francesa: ¡el vencedor implan­taba las doctrinas del vencido! Y así quedó frustrado el glorioso y triunfal esfuerzo y desconectada la corriente tra­dicional española de sus nuevas instituciones políticas, ini­ciándose una pugna que ha culminado en la lucha actual.

»Es indispensable que el caso no se repita; la sangre de los millares de héroes que están dando su vida por sal­var a España del materialismo y la barbarie bolchevique ha de servir, por lo menos, para que nuestra patria vuelva a marchar por la senda que le señala la tradición y que no debió abandonar jamás.
FRANCISCO CAMBÓ»

No hay comentarios: