Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
Hemos de considerar aquí también los problemas de la
piratería, a que hemos aludido antes, y
bandolerismo de los que eran autores y encubridores los moriscos, con el
consiguiente peligro para la tranquilidad de nuestro reino.
El primero nos lo describe geográficamente Vicente
Escribá: “Y en el Mediterráneo –dice- los bajeles turcos pasean sus quillas
audaces llenando de pavor las costas españolas. ¡Pronto vendrá la liberación
para el pueblo vencido!. Los enemigos de Barbarroja forman comunión con los
moriscos exaltados. Las crónicas registran nuevos y frecuentes desembarcos. En
todos ellos saqueos, muertes, devastaciones. La sangre española corre de nuevo
bajo la media luna. ¡Ha caído Portuondo, General de las galeras españolas,
“malherido de un arcabuzazo que le dio en mitad de los pechos!" Mallorca,
Palmaos, Rosas, El Palmar, Oliva, Javea, Villajoyosa, Cullera y Murviedro, son
ferozmente atacados por las escuadras turcas. En todas las crónicas la misma
dolorosa confesión: “Y protegidos por nuestros moriscos, atacaron, saquearon e
incendiaron, llevándose muchos cautivos”.
Alguna vez el pueblo toma la justicia por su mano.
Así, después del saqueo de Chilches, “arrestaren y desquarteraren setze
moriscos de Callosa porque foren consents y donaren auxili als moros del mar”.
En tanto, según Memorial de las Cortes de Toledo,
”las tierras marítimas se hallan incultas y bravas y por labrar y cultivar
porque a quatro o cinco leguas del agua no aran estas las gentes”.
Acerca del otro peligro que venimos señalando, el de
las complicidades de los moriscos con el bandolerismo, hemos de hacer constar
que este fenómeno es endémico en el área territorial del Mediterráneo,
correspondiendo su momento culminante a los siglos XVI y XVII, Fue Fernando
Brandel el primero en llamar la atención sobre este hecho y estudiarlo con
detalle. Las condiciones económicos-sociales inherentes a los pueblos de
nuestro litoral durante aquellas centurias favorecieron la prosperidad y
multiplicación de los bandoleros. La miseria, la debilidad del poder, el
espíritu de aventuras y la desastrosa estructura económica de la sociedad,
tenían que fomentar forzosamente esta forma de violencia anárquica que es el
bandolerismo. Juan Reglá se ha ocupado detenidamente del alcance del mismo en
Cataluña durante la época virreinal, sacando la conclusión de que los
bandoleros –en los que había siempre unos
aliados en potencia, con los moriscos- no estaban exentos de la sospecha
de connivencia con las maquinaciones fronterizas de los hugonotes franceses.
Por lo que respecta al Reino de Valencia “es
indiscutible –como afirma un autor anónimo- que los moriscos, inquietos y
resentidos, vieron con buenos ojos aquel elemento de discordia interna, de
alteración y de caos, que eran los
bandidos indígenas. “Y tanto era así que el virrey don Juan Alfonso Pimentel de
Herrera, conde de Benavente, en 23 de junio de 1599, tuvo que promulgar una
pragmática encaminada precisamente, a cortar la ayuda morisca a los bandoleros.
De los moriscos decía el virrey que “palesamente recullen, recepten y
affavorixen als tals malfatans, bandolers y aquadrillats, y els donen de menjar
y els oculten y guarden de la justicia, y folguen dels seus enormes delictes”.
Pero los moriscos no solo se holgaban con los
delitos ajenos, los amparaban y disimulaban; ellos, también, por su cuenta
ejercían el bandolerismo.
Quizás ellos eran la capa social de nuestro Reino
mas predispuesta, desde que se cicatrizaron las heridas de las Germanías, a
facilitar bandoleros a las montañas del país. Su situación no era nada
agradable, ni material ni moralmente. Aunque contaban con la protección de la
aristocracia territorial, en cuyos señoríos vivían en su mayoría, no por eso
escapaban al odio popular y a la perturbación eclesiástica ni dejaban de sufrir
las consecuencias de la carestía y del desorden económicos típicos del momento.
En 1586, el virrey don Francisco de Moncada, Marqués
de Aytona y Conde de Osona, promulgó una pragmática para “remediar los
desordenes y atreviments de los moriscos saltejadors y altra gent desmandada”.
En aquel año, en efecto, según refiere Escolano “se
encendieron sangrientos bandos entre los mismos moriscos del Reino, siendo
cabeza de la una parcialidad un valiente mozo llamado Solaya, dotado de
fuerzas, agilidad y ánimo, y de muy buen entendimiento”. En 1606, cuenta
Porcar, fue capturada una cuadrilla de “famosos bandolers de cristians nous”:
la del “morisco Novo”, que habia molt temps que ab altres tenien inquiet al
Regne”.
La expulsión de los moriscos, en 1606, plantearía
ya, en otros términos, el problema de nuestro bandolerismo.
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