Ricardo García Moya
Diario de
Valencia 1 de abril de 2001
El adjetivo valenciano apichat nos viene de tiempos
heroicos, cuando el ejército de la Iglesia estaba bajo mando valenciano. Desde
Roma, el papa Borja pedía compatriotas “per a guardia de roques” o fortalezas,
respondiendo el Reino con la incorporación de soldados, caballeros y religiosos
como los Pertusa, Llopis, Serra, Crespí, etc. Los baluartes, desde el de
Spoleto al romano de Sant Angelo, quedaron bajo mando valenciano, no catalán.
Conviene recordar, dada la picaresca catalanera, que el gentilicio catalán
-según demostraron Setton y Chamberlin- era considerado insultante en la Italia
del XV; de ahí que los romanos lo aplicaran despectivamente a aragoneses,
valencianos y castellanos; igual que en Cuba tildan de gallegos a todos los
españoles.
Los condotieros valencianos, disciplinados, enviaban
el parte de operaciones al pontífice. El remitido desde el “campament prop de
Sent Agata” por Bertomeu Serra (1 octubre 1494), describe el asalto de la
caballería y, como táctica: “que maná desapichar la escaramussa”. Semánticamente,
desapichar equivalía a afluixar o suavizar la acometida de las tropas. Si al
verbo le restamos el prefijo des, cuya función principal es la inversión del
vocablo primitivo, tenemos el infinitivo apichar: acometer, acosar, fortalecer
la acción, atacar, etc. Voz perteneciente a una familia léxica incómoda para
los etimólogos, todo apunta al étimo tudesco “spich” (¿del lat., spiculum?),
una de las múltiples armas punzantes que los ingeniosos armeros alemanes
diseñaban para los lasquenetes. La convivencia entre tudescos y valencianos
-reflejada por Naharro en 1517- provocaba préstamos léxicos tras. la
acomodación al idioma receptor. De aquellos años y lugares nos viene el germanismo
valenciano bigot.
El acerado “spich” salpicaría de
incógnitas léxicas la literatura peninsular. Un soldado castellano, en texto
cervantino, quiere “espiches para meter en el infierno la mora canalla”; de ahí
que en lengua española el verbo espichar significara “herir con arma puntiaguda”.
A partir del XVII, sustantivo y verbo aumentarían su polisemia con derivados
como la punzante espicha de tonel o el portugués espichar o ensartar. La
familia léxica emparentaba con el italiano spicciare, “brotar impetuosamente”;
es decir, como brotaba el idioma valenciano en boca del apasionado fray Pere de
Denia en 1650: “mil desdichosos haurá (...) dos dinés de formache (...) també
es chitá” (Vida de f. Pere, a.1677); o en la prosa del italianizante Joan
Esteve. Su diccionario en idioma valenciano poseía más vocablos con ch
similares a apichar con connotaciones castrenses o agresivas, como empachar y
espachar (Liber, 1490). El primero equivalía a contrariar o impedir, en
consonancia con el occitano empachar y el gálico empeechier. Por su parte, espachar
aludía a perseguir o acosar.
La fonética del valenciano fuerte o apichat -núcleo de
la producción literaria hasta la llegada del canibalismo inmersor- chocaba con
los idiomas vecinos e incluso con los dialectos de la lengua valenciana (el de
influencia mallorquina, por su llegada a la Marina tras la expulsión morisca de
1609; los de influencia castellana y catalana, etc.) Nuestros lingüistas fueron
conscientes de esta riqueza. Carlos Ros redactó sus cartillas gramaticales
“para entendimiento de la lengua valenciana y dialectos” (Ros, 1751, p.13),
siguiendo el ejemplo de las “cartillas castellanas, catalanas, portuguesas y
francesas” (ib.).
El politizado Institut d´Estudis Catalans desprestigió
esta variable de la lengua valenciana, aferrándose al adjetivo apichat para
acomplejar al millón de valencianos que usa esta variedad idiomática. Corominas
divagó sobre el apichat y un inexistente étimo “atxibat” que, por metátesis
moriscas también inventadas, daría el vocablo. La culpa de esta “mancha de
aceite es de los churros” (sic), decía Corominas. Al académico le gustaba
llamar churros a los habitantes del Reino que no hablan valenciano, sabiendo
que es un término generado por la mala educación de la España negra. Se supone
que los académicos tendrían que desterrarlo del uso culto (así lo hace en
relación a los castellano hablantes de Cataluña, que no llama xarnegos o
perros). El parnaso catalanero supuestamente sensible con las minorías, siempre
aplica este anacronismo peyorativo, sabiendo que hiere y crea odio entre
valencianos; objetivo prioritario de la inmersión. Ferrer Pastor, por ejemplo,
intentó degradar algo más a la “mancha de aceite churra” que ensuciaba la
catalanización. El colaboracionista usa el adjetivo catalán “espitjat” y
censura a los “xurros” por su nefasta influencia hasta el Rosselló (Gramática,
34). El crimen más atroz que atribuyen al apichat es el ensordecimiento de
sonoras, con la unificación de grafías y sonidos como los de la s sorda y
sonora. Este atentado a la humanidad (así lo presentan en institutos y
universidades) puede interpretarse de forma muy distinta si el investigador es
tan aséptico como Menéndez Pidal: “ensordecen s y j, a saber, el gallego que
en esto se diferencia del portugués; y el valenciano de Valencia y de Gandía,
con el catalán fronterizo de Ribagorza, Litera y Pallars” (Gramática
histórica, 115) ¿Comprenden la cruzada catalanera contra el apichat? Es un
elemento diferenciador entre gallego y portugués, entre valenciano y catalán.
El ensordecimiento se intensifica hacia 1550 entre
los romances peninsulares, afectando al alto aragonés,, al asturiano, gallego
y valenciano, aparte del castellano. Esta hecatombe no era tan nefasta, pues
Cervantes, Góngora y Calderón crearon sus obras despreciando la distinción
morfológica entre s sonora y ss sorda. ¿Eran de más calidad las comedias de
Lope de Rueda por diferenciar sibilantes y escribir assar y no asar? Además,
muchas de las grafías que introduce la inmersión son pasteles morfológicos;
p.e.: “el catalán reciente glossa es cultismo moderno y artificial” (DCECH).
En valenciano nos metieron un gol los catalaneros (uno de tantos, como
aplaudiment o el arcaísmo salutacions), pues la grafía correcta es glosa y
gloses: “les diferents gloses” (Const. Univ. Valencia, 1655); “glosar lo
llibre” (Pou,1575), “glosari” (Escrig, 1887), “gloses”(Matéu y Sanz: Tractatus,
1654).
Resumiendo: el
apichat no es una sucia “mancha de aceite de los churros”, como propaga la
inmersión. El apichar o lanzar al ataque un escuadrón de caballería del papa
Borja, o el apichar o fortalecer sonidos son hechos de la historia valenciana y
del idioma valenciano; y no concierne su juicio a ningún Institut d´Estudis Catalans
o sus cómplices.
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