Por:
Ricardo de la Cierva
Editorial Planeta
Segunda edición: febrero 1991
Y
el resto del siglo XIX fue digno de tal siembra. Nunca había participado tan
profundamente Cataluña, desde fines del siglo XV, en la vida pública española.
Cuando el General O´Donnell quiso apuntalar el reinado de Isabel II con su gran
aventura africana de 1859 –la guerra de Africa, que terminó con la victoria de
Tetuán y la del camino de Tanger en Wad-Ras-, los voluntarios catalanes se
distinguieron entre todas las unidades, y el general de Reus, don Juan Prim,
los arengaba en catalán y en nombre de Cataluña. Todavía hoy queda en el barrio
madrileño de Tetuán de las Victorias una calle a ellos dedicada que conmemora
su gesta. Aunque los manipuladores de la historia se empeñen en presentarnos el
siglo XIX exclusivamente como caldo de cultivo para el catalanismo naciente, la
verdad es que hasta el común general desastre de 1898 nunca se había desbordado tanto el
patriotismo español en Cataluña.
EL
NACIMIENTO CONTEMPORANEO DEL NACIONALISMO CATALAN.
Insisto: durante el siglo XIX, y después de tan
gloriosos principios, Cataluña vivió intensamente el patriotismo español
dentro de la nación española. Nunca había sido tan amplia ni tan intensa la
participación de los catalanes en la vida pública española. Catalanes fueron el
ídolo popular y militar del progresismo, general Prim, y el gran teórico
conciliador del moderantismo, Jaime Balmes. Tan catalanes eran algunos
prohombres intelectuales y políticos de la revolución liberal de 1868 y la
primera República española (tres de sus cuatro presidentes), como el santo
confesor de Isabel II y adversario implacable del liberalismo exaltado y petrolero, Antonio María Claret, catalán de origen y ejercicio en su gran
aventura española. Pero también es cierto -ahora sí- que, mientras avanzaba el
siglo XIX hacia su final, y España veía cada vez más amenazado su último
horizonte americano, se iba configurando el nacionalismo catalán, dentro de la
segunda gran oleada de nacionalismos europeos que brotan en la Europa central y
mediterránea como una fase política del movimiento romántico, sobre todo desde
la creación de las naciones-Estado en Alemania y en Italia en el siglo XIX
hasta la descomposición nacionalista del Imperio austrohúngaro y el turco tras
la primera guerra mundial de 1914-1918. Sobre patrones anteriores, Mazzini
había anunciado, como bandera prefabricada para la unidad de Italia, y con la
vibrante música de Verdi, el famoso principio de las nacionalidades, que puede
interpretarse así: todo pueblo cualificado por una cultura específica -en torno
a una lengua propia es una nación con derecho a autodeterminarse en la plenitud
política de un Estado. En esta segunda oleada de nacionalidades europeas,
transmitida en pleno siglo XX, con enorme fuerza, a los nuevos impulsos
nacionales del Tercer Mundo al deshelarse la colonización imperialista, la
nacionalidad no se consigue sin autodeterminación. La nación sin vocación de
Estado es o bien una entelequia o bien un pueblo oprimido. Y la nacionalidad
abstracta de nuestra Constitución de 1978 -adelantémoslo- no significa nación; no es una aplicación subrepticia del principio de las
nacionalidades.
Hasta
fines del siglo XIX el pueblo catalán -creo haberlo mostrado va claramente-
había afirmado varias veces su personalidad en los grandes momentos de su
historia, que es también la historia de España, integrándose en una entidad no
sólo estatal, sino también nacional de ámbito más amplio, de orden superior, el
Estado español v la nación española, en gestación o en plenitud. Ahora no.
Ahora el nacionalismo catalán que florece a fines del siglo XIX y estalla en el
siglo XX pretende marcar sus diferencias con España mucho más que las
afinidades de Cataluña dentro de España. No es, como había sido toda la
historia de Cataluña, un movimiento centrípeto sino centrífugo. Y -perdón,
pero es cierto- no es simplemente un movimiento natural sino, en parte,
artificial, aunque fundado en profundos datos naturales... y en una voluntad
estratégica de dispersión y disociación. El nacionalismo catalán contemporáneo
nace de un origen múltiple en ese contexto impulsor de las nuevas
nacionalidades europeas:
1. El
renacimiento cultural de la maravillosa lengua catalana, dormida literariamente
durante varios siglos, en el siglo XIX, cuando rebrota en la Renaixença, con las cumbres de Verdaguer y Guimerá, toda una recuperación espiritual
y cultural que florece directamente de las raíces populares y será fuente
principal del catalanismo político, aunque algunos no lo entiendan desde
Madrid.
2. E1 tradicionalismo -culto, cultivo- de la tradición religiosa, jurídica,
social y hasta política -incluido el poderoso carlismo catalán-, que enlazará
muy pronto, por la derecha, con el Renacimiento cultural; y recibirá el aliento
profundo de la Iglesia catalana -los obispos Torras y Bages, Morgades-, entre
dos polos de espiritualidad histórica: la diócesis de Vich, el monasterio de
Montserrat. La Iglesia catalana es una clave histórica del nacionalismo
catalán, y como tal se mantiene hasta hoy, con el apoyo absoluto de esa Iglesia
a la Convergencia nacionalista de Jordi Pujol y con el empeño expresado varias
veces por los obispos de Cataluña de que los demás españoles comprendamos las
exigencias del nacionalismo. Incluso las incomprensibles.
3. El federalismo político, entre las figuras de Pi
y Margall, teórico y presidente de la primera República; y Valentí Almirall,
motor del catalanismo. Es el único, aunque muy importante, factor original
republicano e izquierdista del catalanismo, que en su gran mayoría es un
movimiento conservador de derechas.
4. El proteccionismo económico conservador de la burguesía
catalana frente a la imposición librecambista. E1 proteccionismo se
institucionalizó en 1889 en el Fomento del Trabajo Nacional, que entonces se
interpretaba como Nacional de España, desde luego. El Fomento, que todavía
subsiste pujante, está hoy integrado en la patronal CEOE y junto con ella ha
conseguido convertir a los órganos de la prensa moderada en Madrid -el
monárquico ABC y el ex católico YA- en órganos del catalanismo actual, en altavoces
del señor Pujol en la capital de España. Es un fenómeno significativo de
nuestros días, en el que nadie parece fijarse, pese a sus evidentes y no
siempre claras
consecuencias.
Más o menos éste es el lúcido esquema del profesor
Jesús Pabón, en su gran biografía de Cambó, prócer del catalanismo político; un
movimiento que evolucionó rápidamente, durante las primeras décadas del siglo
actual, desde la afirmación regionalista al nacionalismo rampante e incluso,
aunque nunca por completo, al separatismo, cuando se hundió el horizonte
imperial de España desde el que había fraguado, a fines del siglo XV, la
unidad. Entonces quiebra -como había anunciado el catalanismo naciente- la
eficacia del Estado español y el horizonte de España; cuando España se quedó
sin pulso; cuando el Desastre de Ultramar compromete mortalmente a la economía
catalana, que pierde algunos de sus mercados más rentables y seguros. «La crisis del 98 -rubrica Pabón- acentúa
o suscita en Cataluña un auténtico separatismo.» E1 nacionalismo catalán no
llegó nunca a despeñarse por completo en el separatismo; pero vaciló más de una
vez al borde del abismo. Y no rechazó, desde después del Desastre hasta hoy,
el horizonte separatista, sobre todo en lo cultural. Fue la derecha catalana
quien abanderó, gracias a políticos como Prat de la Riba y Cambó, sus primeras
etapas. Y quien formuló, a veces desde el chantaje, sus más peligrosos
equívocos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario