Per: Josep Boronat Gisbert (q.e.p.d.)
El Reino de Valencia perteneció a la “Corona d’Arago”, nombre que se dio a una creación típicamente medieval, de extensión fluctuante, conjunto de tierras y de hombres sometidos al rey que lo era de Aragón; pero conservando el carácter constitucional propio de cada territorio: de reino, como Aragón, Mallorca, Valencia, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Nápoles; de ducado, como el de Atenas y Neopatria; marquesado, como el de Provenza; condado como los de Barcelona, Rosellón, Cerdaña; señorío, como el de Montpellier. De una manera constante, desde el principio, y en todo el tiempo de su existencia, solamente estuvieron integrándola el Reino de Aragón, el condado de Barcelona y el Reino de Valencia.
Individualmente cada uno de estos “Estados” era una entidad dotada de existencia política independiente, teniendo diferentes leyes o fueros, diversos códigos jurídicos, distintas cortes y gobiernos. Existía vinculación a la persona real, pero no vinculación mutua, aunque hubieron interrelaciones frecuentes. Vinculación vertical, no horizontal.
La Corona de Aragón comenzó a gestarse en el verano de 1137, cuando el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona entró a formar parte de la Casa Real de Aragón, por los pactos y concesiones de Ramiro II el Monje, rey de Aragón, y subsiguiente matrimonio del conde y la futura reina, Petronila, hija de Ramiro II. De este modo, Ramón Berenguer, hecho principe-consorte de Aragón, aportó a la Casa de Aragón el condado de Barcelona, al que ya se habían agregado los de Gerona, Ausona, Besalu y Cerdaña.
Aragón y Barcelona eran en ese tiempo dos grupos geográficos totalmente diferenciados y territorialmente separados. En medio de los dos estaban las tierras musulmanas de Lérida, y los condados de Pallars Bajo y Alto. Pero poco después Aragón se apoderó de la ciudad de Lérida, trasladando a ella la Sede episcopal de Barbastro (Huesca), y utilizando por mucho tiempo las pesas y medidas aragonesas y la moneda jaquesa. Por la conquista de Lérida por Aragón, el condado de Barcelona ya no quedó separado territorialmente de Aragón.
La denominación “Corona d’Arago” no aparece todavía. No se encuentra ni en la Crónica de Jaime I (posterior a 1276), ni en la de Desclot (posterior a 1305), ni en Muntaner (comenzada en el año 1325). La primera mención aparece en la narración de la conquista de Mallorca del rey Pedro IV (1336-1387) cuando dice que, confiscando el reino, los combates y las tierras, las aplica a la “nostra Corona reyal d’Arago”.
Pero ya desde 1204, los reyes de la Corona de Aragón eran coronados en la Sede de Zaragoza, previo juramento de los fueros aragoneses, yendose después a Valencia y a Barcelona para jurar los fueros de Valencia y las costumbres de los condados catalanes.
En todo el tiempo de existencia propiamente dicha de la Corona de Aragón, cada territorio gozaba de una clara independencia jurídica, económica y administrativa. Las Cortes, cuando se convocaban en una misma población para facilitar la presencia del rey, que lo era de todos, tenían sus reuniones por separado. Cuando se había de tratar algún asunto de interés común, como por ejemplo problemas de sucesión, se reunían todos en Cortes generales.
Unicamente después del matrimonio de los Reyes Católicos, por la creación del “Consejo de Aragón” (1493), según la mentalidad y a imitación de la organización castellana, comenzaron a unificarse en criterios y actuaciones los territorios que habían sido independientes en una Corona de Aragón todavía no unida a Castilla.
En todo el tiempo de existencia de esta Corona de Aragón, no aparece nunca el nombre de Confederación Aragonesa. Mucho menos el de Confederación Catalano-Aragonesa. Ni el nombre, ni la realidad que el nombre representa, es decir, el “pacto de confederación” que, según el derecho político limita la personalidad de los Estados que la componen y presenta el conjunto de una única entidad en el orden internacional.
Esta denominación es una invención del catalán Antonio Bofarull Broca en “La Confederación Catalano-Aragonesa...” (Barcelona, 1869), cuando ya habían pasado cuatro siglos de la unión dinástica de Aragón y Castilla en el año 1479. En realidad es una suplantación dolosa del término jurídico, además de antihistórica; pero que les ha venido muy bien a los que tienen por tarea el engaño anexionista.
No es correcto hablar de “Confederación” ni mucho menos referirse a la Corona de Aragón como a una “Monarquía”, induciendo a error a quien escucha o lee, ya que, en nuestro tiempo, esa palabra connota el concepto de Estado único bajo un Monarca, y por tanto falsea lo que fue la Corona de Aragón. Es incorrecto, embrollador, rabosero.
Y todo, por la extraña pretensión de anular los símbolos deferenciadores netamente valencianos. Desgraciadamente.
El Reino de Valencia perteneció a la “Corona d’Arago”, nombre que se dio a una creación típicamente medieval, de extensión fluctuante, conjunto de tierras y de hombres sometidos al rey que lo era de Aragón; pero conservando el carácter constitucional propio de cada territorio: de reino, como Aragón, Mallorca, Valencia, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Nápoles; de ducado, como el de Atenas y Neopatria; marquesado, como el de Provenza; condado como los de Barcelona, Rosellón, Cerdaña; señorío, como el de Montpellier. De una manera constante, desde el principio, y en todo el tiempo de su existencia, solamente estuvieron integrándola el Reino de Aragón, el condado de Barcelona y el Reino de Valencia.
Individualmente cada uno de estos “Estados” era una entidad dotada de existencia política independiente, teniendo diferentes leyes o fueros, diversos códigos jurídicos, distintas cortes y gobiernos. Existía vinculación a la persona real, pero no vinculación mutua, aunque hubieron interrelaciones frecuentes. Vinculación vertical, no horizontal.
La Corona de Aragón comenzó a gestarse en el verano de 1137, cuando el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona entró a formar parte de la Casa Real de Aragón, por los pactos y concesiones de Ramiro II el Monje, rey de Aragón, y subsiguiente matrimonio del conde y la futura reina, Petronila, hija de Ramiro II. De este modo, Ramón Berenguer, hecho principe-consorte de Aragón, aportó a la Casa de Aragón el condado de Barcelona, al que ya se habían agregado los de Gerona, Ausona, Besalu y Cerdaña.
Aragón y Barcelona eran en ese tiempo dos grupos geográficos totalmente diferenciados y territorialmente separados. En medio de los dos estaban las tierras musulmanas de Lérida, y los condados de Pallars Bajo y Alto. Pero poco después Aragón se apoderó de la ciudad de Lérida, trasladando a ella la Sede episcopal de Barbastro (Huesca), y utilizando por mucho tiempo las pesas y medidas aragonesas y la moneda jaquesa. Por la conquista de Lérida por Aragón, el condado de Barcelona ya no quedó separado territorialmente de Aragón.
La denominación “Corona d’Arago” no aparece todavía. No se encuentra ni en la Crónica de Jaime I (posterior a 1276), ni en la de Desclot (posterior a 1305), ni en Muntaner (comenzada en el año 1325). La primera mención aparece en la narración de la conquista de Mallorca del rey Pedro IV (1336-1387) cuando dice que, confiscando el reino, los combates y las tierras, las aplica a la “nostra Corona reyal d’Arago”.
Pero ya desde 1204, los reyes de la Corona de Aragón eran coronados en la Sede de Zaragoza, previo juramento de los fueros aragoneses, yendose después a Valencia y a Barcelona para jurar los fueros de Valencia y las costumbres de los condados catalanes.
En todo el tiempo de existencia propiamente dicha de la Corona de Aragón, cada territorio gozaba de una clara independencia jurídica, económica y administrativa. Las Cortes, cuando se convocaban en una misma población para facilitar la presencia del rey, que lo era de todos, tenían sus reuniones por separado. Cuando se había de tratar algún asunto de interés común, como por ejemplo problemas de sucesión, se reunían todos en Cortes generales.
Unicamente después del matrimonio de los Reyes Católicos, por la creación del “Consejo de Aragón” (1493), según la mentalidad y a imitación de la organización castellana, comenzaron a unificarse en criterios y actuaciones los territorios que habían sido independientes en una Corona de Aragón todavía no unida a Castilla.
En todo el tiempo de existencia de esta Corona de Aragón, no aparece nunca el nombre de Confederación Aragonesa. Mucho menos el de Confederación Catalano-Aragonesa. Ni el nombre, ni la realidad que el nombre representa, es decir, el “pacto de confederación” que, según el derecho político limita la personalidad de los Estados que la componen y presenta el conjunto de una única entidad en el orden internacional.
Esta denominación es una invención del catalán Antonio Bofarull Broca en “La Confederación Catalano-Aragonesa...” (Barcelona, 1869), cuando ya habían pasado cuatro siglos de la unión dinástica de Aragón y Castilla en el año 1479. En realidad es una suplantación dolosa del término jurídico, además de antihistórica; pero que les ha venido muy bien a los que tienen por tarea el engaño anexionista.
No es correcto hablar de “Confederación” ni mucho menos referirse a la Corona de Aragón como a una “Monarquía”, induciendo a error a quien escucha o lee, ya que, en nuestro tiempo, esa palabra connota el concepto de Estado único bajo un Monarca, y por tanto falsea lo que fue la Corona de Aragón. Es incorrecto, embrollador, rabosero.
Y todo, por la extraña pretensión de anular los símbolos deferenciadores netamente valencianos. Desgraciadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario