Por:
Ricardo de la Cierva
Los conquistadores no encuentran seria dificultad en
entenderse con los habitantes de Valencia, la mayor parte de los cuales se
queda en la ciudad bajo el mando de los cristianos. Ellos hablaban el romance
valenciano arabizado; los conquistadores hablaban casi todos el romance de
Aragón. La población no aumentó más allá del cinco por ciento, y la mayoría de
ese cinco por ciento no era catalana; mal pudieron crear esos exiguos
contingentes de Cataluña una lengua valenciana porque se encontraron con ella.
Allí estaba un niño de doce años, el futuro mártir misionero San Pedro
Pascual, primer escritor en lengua valenciana que ningún conquistador le había
enseñado; la aprendió en casa bajo el dominio musulmán, y en ella escribio la
Biblia Parva, como instrumento de evangelización. Para librar a su nueva
conquista de las intransigencias aragonesas, que concebían al nuevo reino como
una prolongación del de Aragón, Jaime I afianza su concepción de reino
autónomo para Valencia, al que va a dotar de fueros propios -els furs-, en los que descarta del
gobierno a nobles y eclesiásticos, con lo que instituye una especie de clase
dirigente de tipo burgués. «El reino de Valencia -concluye Ubieto- fue el producto
de la voluntad de Jaime I, que lo creó para diferenciarlo del reino de Aragón y
del condado de Barcelona. Surgió en la primavera de 1239» (op. cit., I, p. 232). Cuando se va
consumando la conquista, Jaime I la fortalece con donaciones que se incluyen en
el Llibre del Repartiment (1237-1252).
No hay el más mínimo monopolio catalán en la repoblación, que se realiza por
mezcla de aragoneses, catalanes, navarros, castellanos y extranjeros con claro
predominio de aragoneses. Jaime I continúa la reconquista del reino; y en 1244
pacta en Almizra con su sobrino Alfonso X el Sabio de Castilla los límites
finales. En 1261 ordena traducir los fueros al valenciano. Manda que en los
juicios se utilizara el romance valenciano.
La Reconquista terminó para la Corona de Aragón
con la toma de la última fortaleza musulmana, el castillo de Biar, en 1245;
desde entonces Jaime I se dedicó a consolidar el Reino de Valencia, reprimió
algunas revueltas musulmanas, reafirmó la autonomía del reino y su personalidad
al oponerse a las pretensiones hegemónicas de los aragoneses y, en
definitiva, logró plenamente que cuajase su sueño valenciano. Murió en 1276, y
si su recuerdo perdura en toda la Corona de Aragón y en toda España (sobre
todo en Murcia, que por dos veces reconquistó en beneficio generosísimo de
Castilla) es, sobre todo, en su Reino de Valencia, donde el Conquistador
pervive como un héroe primordial y mitológico.
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