Ricardo
García Moya
Diario de Valencia 22 de Septiembre de 2002
Todo comenzó hace un año. Un señor amabilísimo, locuaz y andrógino, se
presentó en casa y nos convenció para que instaláramos gas natural para todo,
incluida calefacción, por ser el más económico (mentía), de los sistemas.
Ahora, tras las vacaciones, compruebo qua me han gasificado 221 metros cúbicos
de gas que no he gastado ni los marca el contador. Llamo al teléfono de los
gaseadores y, desganadamente, el contestador susurra: “Diga si prefiere hablar
en catalán o castellano”. En fin, comprendo que traten de cobrarme de más
(necesitan pelas para la carísima publicidad que insertan en revistas y prensa
nacionalista de Cataluña), pero podían disimular su labor expansionista y
respetar que en Alicante se habla idioma valenciano. Por lo visto, ejercen de
filólogos justicieros y ya han decidido, cual si fueran polilingüistas del IEC
o AVL, gasear el idioma valenciano.
De gases a vapores etílicos. En 1816 se publicaba, en Valencia el
sainete “Amo y criado en casa de vinos generosos” (Imp. de Estevan, frente al
Horno de Salicofres), con personajes unidos por amor al morapio.
El dramaturgo, sin más pretensión que buscar el chascarrillo, salpicó
los diálogos con voces valencianas, aragonesas y gallegas? Así, al peluquero
tabernario se le califica de “peneque”, aragonesismo que significaba borracho,
y estaba bien aplicado, pues pide “una botella de garnacha” (el vino valenciano
“garnacha” equivalía al catalán “granatxa”), que es acompañada por “seis copas
de mistela” (p. 6). Tanto el adjetivo “peneque” como los sustantivos “garnacha”
y “mistela”, como vino y licor, hacían en estas hojas impresas en Valencia y
con tal grafía una de sus escasas apariciones documentadas anteriores a 1816
(en Cervantes vemos “guarnacha”, Eiximenis da “vernaxa”, etc.).
En el sainete, una moza exclama: “Si no puedes con más vino ¿a qué será
la fachenda de que traigan tanto?” (p. 6). La introducción de italianismos
como “fachenda”, chulería o jactancia, era usual en las románicas peninsulares,
incluida la valenciana. La literatura costumbrista incorporaba vocablos y
matices morfológicos excluidos de los fosilizados escritos litúrgicos y
legislativos, pero que estaban arraigados en el idioma vivo (p. ej. : los
italianizantes valencianos “sinyor, sinyora”, hoy prohibidos por los cacos
culturales). En el texto, un tal Fermín usa el diminutivo valencianizado
“charleta” (p. 3), y la criada castellana Pretona emplea el inusual verbo
“petar” (p. 2), que equivalía a “llamar” en gallego y leonés. Como vemos, las
interrelaciones enriquecían los idiomas peninsulares, aunque los homógrafos en
valenciano, castellano y catalán podían ser semánticamente distintos y crear
equívocos. Así, admitido “petar” o llamar en el DRAE, podríamos hablar en
español de la petada o llamada a Zaplana desde Madrid; pero también podría, en
catalán, hablarse de la petada de Cegas al mismo político; es decir, la
“petada” o besada que le darían los gaseadores nacionalistas por haber dejado
el Reino de Valencia despersonalizado y en manos del catalanismo histérico. En
idioma valenciano también podríamos relacionar “petá” y Zaplana, con
significado distinto al de llamar o besar. Ustedes ya me entienden.
Los del gas argelino-catalán aplican la solución final al idioma
valenciano, y cuantos más metros cúbicos nos gaseen, mejor ayudarán a la
catalanización.
¿Qué podemos hacer contra ese contestador del Cegas que sólo admite el
catalán y el castellano en el Reino de Valencia? Nada, pues nuestra Generalitat
fomenta estas vejaciones. Podríamos, quizá, recordar a los magnates
gaseadores que lean aquellos manuales para asilvestrados ágrafos que escribió
Miranda Podadera, tan recordado por Umbral, Amando de Miguel y demás jerarcas
de pluma y lengua. El citado filólogo enseñaba en sus tratados que, en España,
aparte del castellano y el catalán, también existía el idioma valenciano
(Miranda, Luis: Análisis gramatical. Madrid, 1984. p. 10).
Sospecho que los del gas lanzarán su ídem sobre Miranda Podadera, pero
nosotros podemos aportar más documentación contra su intolerancia. En este
caso, pese a la consigna propagada por los colaboracionistas de que, en la
Cancillería Real, sólo se reconocía el catalán (esta semana lo están enseñando
a los alumnos valencianos), recordaremos estas líneas de una autoridad eclesiástica
dirigidas al soberano de la Corona de Aragón: “los que son escribanos del
conçejo son los mayores alfaquíes y llevan en sus libros en arábigo las cartas
de matrimonio, ventas y conciertos a la morisca y los nombres de moros, y les
mande V.M que viertan los libros en escriptura castellana o valenciana” (Bib.
Nac. Memorial del Ilmo. Feliciano de Figueroa, obispo de Segorbe, a S. M.
Felipe III, año 1604).
Los Austrias respetaban los idiomas de sus reinos, siendo impensable la
actual opresión institucional que intenta degradarnos a sureños de Cataluña o
levantinos de Castilla. En contraste con los impertinentes gaseadores
catalanes, el Emperador respetaba la lengua valenciana y su denominación.
Lean, si no se han dormido ya, asta documentación conservada en Simancas:
“Resolvió su M. (Felipe II) que los nuevos convertidos sean enseñados en
lengua castellana y valenciana” (Archivo General de Simancas, Estado, 212, 17
de mayo de 1595). Hoy no tenemos ni arzobispos, ni reyes, ni diputados, ni
alcaldesas, ni academias que levanten la voz en defensa de la lengua admirada
en aquel denostado Imperio. Hoy, nuestros representantes elevan el tono para
pedir más catalanización y sueldo.
Y es que, a la petada de Aznar, voló el bello Zaplana al Edén del
Manzanares; aquí dejó una galería de políticos raros -como salidos de un sueño
del Bosco o un film de Buñuel, que han logrado que Valencia sea la ciudad más
degradada (barrios del Pilar y Carmen) y más insegura de España (¡ni que
tuviéramos a Freddy y Godzila de Conseller de Bienestar Social y en el Ayuntamiento
de Valencia!). Prosigue el encaje de engaño y catalanización. He sintonizado
el canal de Alicante y hay novedades: la publicidad de la Géneralitat del
Bosco paga un infame anuncio en catalán, “Estimo la naturalesa”, a cargo de un
patético cómico. Igual que los gaseadores, odian emplear el idioma valenciano
que nos diría “Vullc la naturalea”. Todo sigue igual. Estos días, mientras el
cine viene a Alicante y se hunde Valencia, han violado de catalán a los indefensos
alumnos de Selectividad, y el contestador del gas sigue promoviendo el
catalán y castellano. ¡Ah, cuidado!, la reacción del pueblo ofendido puede ser
temible: gritarán más en el Mestalla, encenderán tracas más estruendosas,
torturarán más toros por calles y plazas, engullirán enormes paellas y se
tiraran pedos a porrillo. Mientras, aterrorizados, los personajes del Bosco y
los filólogos gaseadores brindarán con cava catalana.
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