Por Ricardo García Moya
El demostrar que un idioma
fue usado en una época y territorio determinado puede deberse a motivaciones
alejadas de la filología. Ejemplo de ello fue el caso de los judios que no deseaban
abandonar el Reino de Valencia en el siglo XV y, para legitìmar su
asentamiento, elaboraron la historia de la lápida de un coetáneo de Salomón que
habría vivido en Molvedre. La inscripción
en hebreo fue labrada en 1480, y con ella trataban de hacer creer que su advenimiento
al Reino fue anterior a la colonización romana.
En 1617 los humanistas
Peraza, Molina y Estrella creyeron el fraude, y los rabinos Moysés Bar Sehem y
Ben Chaid lo difundieron por Constantinopla y Venecia al publicar la historia
en 1546. En “Sendas del deleyte” aseguraba Moysés “haber visto en Murvedre, del
Reyno de Valencia, una piedra antigua con el epitafio de un militar de Judea”.
EI texto de la lápida fue traducido al valenciano, no al catalán: “en un códice dedicado al Duque de Segorbe
se trasladó dicha inscripcibn en lengua valenciana: Es
esta la fossa da Adoniram, que vingué...”.
(Memorias Real Academia de la Historia,1876, p. 387.)
Otro colectivo que
exageraba la antigüedad de su idioma fue el catalán. En el siglo XVIII -cuando
la Real Academia de la Historia investigó el fraude de Molvedre- surgieron en
Barcelona los Antón Bastero y Lorenzo Esteve
que consideraban a la lengua catalana como origen del valenciano,
castellano y provenzal. Esta tesis fue replicada en 1772, sin la contundencia
que merecían, por el notario José Mariano Ortíz en un “Informe histórico” dirigido
a Carlos III, en el que explicaba la relación entre las neolatinas his-
pánicas. Funcionario del Palacio Real, el acceso a documentos allí depositados
le llevó a la teoría de que el romance valenciano habla asimilado influencias
de las lenguas “castellana, navarra (vasca), provenzal, catalana,
aragonesa...”, en sus inicios. En el informe, Ortíz consideraba que el
provenzal y el catalán del siglo XIII eran una misma lengua.
Fue Ortíz uno de los primeros en destacar
que Jaime I llamaba romance -no catalán- al idioma hablado en Valencia: “el Rey ordenó en 1240 a los jueces que en
nostron Romanç diguen les sentencies que donarán” (f. 49). EI Conquistador
era consciente de las diferencias entre el romance de Montpellier -su lugar de
nacimiento-, el de Valencia, Aragón y condado de Barcelona (Cataluña no existía
como estado en 1238). Refiriéndose a las ordenanzas medievales, recuerda que “estaban en latin y en idioma valenciano,
por tener fuero expreso de extenderlas en qualquiera de
estos dos idiomas”. Con documentos
ante sus ojos, añadía que se formó otro idioma distinto al provenzal y catalán,
“que se reconoció en el Reyno por lengua
nostra materna”. Todo ello se podía comprobar en fuentes como “la sentencia arbitral de Inocencio de Moya,
escribano a 17 de mayo de 1407, que nombraba a la Latina lingua nostra y
Lengua Valenciana” (f. 49).
Los filólogos catalanes,
después de la réplica valenciana y castellana, modificaron la estrategia. EI
discurso de ingreso de Antonio Francisco Tudó en la Academia de las
Buenas Letras de Barcelona, en 1792, trataba “Sobre la lengua catalana” y su defensa contra los que no la
consideran “entre las verdaderas hijas de la latina” (B. Univ. Barcelona. Ms.
2029, f.107). Para el académico, los que sostienen qua el catalán “dimana de·
la lengua lemosina” son unos “necios”
que le tienen “ojeriza” (sic). No
obstante, pese a su agresividad, Tudó reconoce que lemosín y catalán no tenían
“más diferencia que llamarse con
distinto nombre”. Es decir, el argumento que esgrimen los inmersores
respecto al catalán y valenciano.
En su alocución a los
académicos barcelonoses, Tudó considera que “en los libros antiguos castellanos, catalanes o lemosino se halla más
diversidad que en la pronunciación y terminación de algunas voces” (f.
1O8). En 1238 los romances peninsulares no estaban definidos ni reglados, y si
aplicáramos el criterio que justifica la muerte del valenciano moderno en pro
de una normalizacibn basada en la antigua igualdad, también podría unificarse
el castellano y el catalán; pues, según Tudó, retrocediendo en el tiempo “no sólo hallarían unión con la lengua
lemosina, sino con la castellana”
(f.108). Razón no le faltaba, ya que la mezcolanza sintáctica, y léxico como “feble, llur, conquesta, avant, nafrar,
aquest, ferir, tot, altre”, etc., aparecen en textos castellanos
medievales. En el Poema del Cid, por ejemplo, leemos “tornada, visquiessen,
iscamos, hom, ixieron”, etc.
De aquellas discusiones
dieciochescas se ha pasado al tiro al plato por los miembros del Institut
d´Estudis Catalans. Vean un ejemplo: el poeta gerundense del XV Francesc de la Via ( muerto en 1443),
cuya escasa obra (dos poemas, dos canciones y una copla) ya fue publicada para
bibliófilos en los años sesenta -respetando bastante el provenzal original-
está siendo acondicionada para una edición destinada al lector general. El
barcelonés Arseni Pacheco, encargado del trabajo, piensa que la obra de
Francesc “es anterior a la de March,
y que los críticos buscan la posibilidad de hallar en él un antecedente del
poeta valenciano”. Aparte de convertirlo en padre poético de Ausias March. sin
un sólo apoyo documental, lo que sonroja
es que encasillen a Francesc de la Via como “figura de las letras catalanas”, cuando su producción “está
escrita en lengua provenzal”.
Este inconveniente es lo
que motiva la edición “acondicionada al público”; con ella, la obra en lengua
provenzal quedará trasformada en catalana, enriqueciendo la vìtrina donde
también están, indebidamente, los clásicos valencianos.
Las Provincias 14 de Enero de 1998
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