Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
Capítulo II. Consecuencias económicas de la
expulsión.
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El historiador inglés James Carey, en un reciente y
documentado trabajo, ha considerado algunos aspectos nuevos sobre las
consecuencias económicas que la despoblación ocasionó en el Reino de Valencia a
raíz de la expulsión de los moriscos.
Citando la frase de Sancho de Moncada: “Es notiorio
que España tiene muy pocos habitantes;
un Reino no puede vivir sin el pueblo; por el pueblo subsiste el Reino”, pone
de relieve que dicho escrito fue el único de los muchos de su tiempo que
calibró que el alcance de la conexión entre la despoblación y del declive
político y económico de España. Estas palabras aplicadas primordialmente a
Castilla, adquieren especial importancia referidas a otras regiones de la
península ibérica. Una década antes de ser escritas, la expulsión de los
moriscos –afirma el citado historiador- arrojó el Reino de Valencia de un
tercio a una cuarta parte de su anterior población, que si a finales del siglo
XV no pasaba de 300.000 habitantes, a primeros del XVI rebasaba el medio millón.
“El más fantástico y bárbaro auto en los anales de
la humanidad”. Así calificó el Cardenal Richelieu la expulsión creadora de su
propia Némesis, y en Valencia más que en cualquier otro lugar. Aunque
indudablemente exagerada esta frase de aquel estadista francés. No podemos
dejar de reconocer con la mayoría de los historiadores nacionales y extranjeros
–y sobre ello insistiremos más adelante- que si no la catástrofe sin
precedentes que algunos han imaginado, fue sin duda, como se índica antes, u n error económico y una medida desacertada.
“No se apreció –dice Ballesteros- la riqueza-hombre, o la falta de aquellos
brazos, y ausente la inteligencia de los agricultores moriscos, se produjo un
mal de graves consecuencias financieras para la empobrecida España de los
Austrias, que tenían que sostener la gloria de sus mayores y el honor del
pabellón nacional español en todos los campos de Europa. Se había expulsado de
la península a parte de su población, la más industriosa y la que mayores
capacidades agrícolas poseían para el cultivo de las tierras del Reino de
Valencia”
Mucho se ha escrito sobre los resultados de la
despoblación a raíz de 1609, pero sobre esta materia –en opinión de Mr. Casey-
quedan todavía puntos oscuros y hasta que no se conozca mucho más sobre la
realidad del movimiento de habitantes, antes y después de dicho año, no se
podrá aquilatar toda la importancia de la expulsión y el subsiguiente declive
económico del siglo XVII valenciano.
El repetido año ha sido tradicionalmente considerado
como una fecha de estancamiento en la historia demográfica de Valencia,
separando un periodo de expansión de otro de recesión. Los censos publicados en
los estudios más recientes indican que la población de Valencia creció
alrededor de una mitad más en los cincuenta años antes de la expulsión,
atribuyéndolo a diversas causas, como veremos.
Pero a pesar de las varias estadísticas ofrecidas
por diversos autores sobre la evolución demográfica del Reino de Valencia,
opina el mencionado escritor británico que la cota o cima de la población pudo
haberse alcanzado en los años anteriores. Existe material en el Archivo del
Reino de Valencia, todavía poco explorado, que puede ofrecer mucha luz sobre
este asunto. Se trataba de causas, sin duda, parciales, circunstancia que
desalentó para su estudio a los que conocían su existencia, pero que
constituyen una importante laguna que movió al repetidos historiador a su
investigación.
Son de varias clases, pero todos se relacionan con
los impuestos, tasas o tributos que se recaudaban en aquella época en nuestro
Reino y que por constituir el Patrimonio Real, intervenía el Bayle General
–especie de Delegado de Hacienda en nuestros días- activa y privativamente
–como dice Piles Ros- en su cobro, privilegios de exención, contravención y
demás circunstancias. Tales eran el de la remisión de cualquier pena mediante
el pago; el cobro de multas; la correduría o parte correspondiente que se
percibía de los productos que se vendían a pregón; los abundante laudemos o
fádigas sobre cualquier concesión y otros cuyo estudio exhaustivo corresponde
más bien al campo del derecho que al de la historia, al que pertenece este
trabajo.
Entre estos derechos a cuyo pago estaban sujetos
todos los habitantes –tanto cristianos como moriscos- y que producían a la
Corona importantes ingresos, estaban el “morabatí”, el “coronage” y “marirage”.
El “morabatí” o “moravadí”, era una pequeña tasa que
se cobraba “per capita”, según unas
listas fijas de municipios, cada siete años. En cada ejercicio las autoridades
locales informaban al rey acerca de la ocupación que tenían los cabeza de
familia cuyas haciendas, para no estar sujetas a dicha contribución, habían de
valer diez maravedises de oro, equivalentes a siete sueldos en los tiempos de
don Jaime el Conquistador.
El informe abarcaba todas las clases sociales, si
bien la aristocracia y el clero estaban clasificados como exentos.
Las otras tasas, conocidas con los nombres de
“coronage” –pagaderas cuando el rey subía al trono- y “maridaje” –al casar la
hija mayor-, eran recaudadas sobre las mismas bases y con idénticas garantías.
El profesor Casey, como contribución al estudio
sobre la evolución demográfica y despoblación del Reino de Valencia, nos ofrece
este interesante esquema sobre las estadísticas censales, por años y distintas
zonas territoriales, están basadas en porcentajes fiscales de los referidos
impuestos.
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