Por Ricardo García Moya
Las Humanidades,
maleables acomodaticias, generan conflicto; como el de los lingüistas barrocos
que enlazaban sus idiomas con los surgidos tras la "confusio
linguarum" babélica. En el reino fue paradigmático el dúo del Dr. Vicente
Marés y el arzobispo dé Tarragona Joseph Sanchiz, quienes en 1681 decian:
"La lengua valenciana es una de las
muchas que resultaron de las 72 principales" (La Fénix. Valencia 1681, p. 100). Citaban el
hebreo, griego y latín como origen poligénico del valenciano, sin oividar las
palabras prestadas por "las lenguas mixtas: celtivera (sic), catalana,
arábiga", etc. Fueron sensatos, pues había quien identificaba su idioma
con el adánico, como hizo Stiernhielm con el sueco en 1671.
Tardíamente,
en 1731, los catalanes irrumpieron en la pugna babélica con el gramático
Agusttn Eura, autor de la "Controversia
sobre la perfecció del idioma catalá" (B. Univ. Barcelona, Ms. 42). En
ella, además de dar caña a Tirso de Molina, advertía que su teoría filológica
"se inspiraba en San Agustín, San Jerónimo, San Próspero y San
Epifanio" (f. 1) y claro ¿quién se atrevería a discrepar de San Epifanio y
su tratado Panarion o el Ancoatus? Era, lo habrán advertido, un truco similar
al de los catalaneros que alardean del apoyo "de todas las universidades
del mundo".
Agustin Eura entró en la
Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1732, con el salvoconducto de la
"Controversia" que elevaba el catalán a lengua madre del castellano,
provenzal y toscano. Pero hacer creíble que "era uno de los 72
babélicos" ofrecía dificultades, especialmente "porque antes se
llamaba lemosín" (p. 27). Eura
conocía la teoría de Antón Bastero, filólogo barcelonés que en 1724 publicó que
la lengua toscana (origen del italiano moderno) procedía de la provenzal,
"y que ésta y la catalana es una
misma cosa" (p. 68). Estas teorías provocaban malhumor a Eura: "No me acontenta que la lengua catalana
tenga origen del pueblo Lemosín" (p. 29), y prestamente arreglaba el
asunto: "Es más verosímil que el catalán
pasara de Cataluña a aquel
pueblo. Y en caso de que el nombre lemosín tuviera alguna razón de etimología,
seria una causalidad accidental"
(p. 29). Casualmente, Eura olvida aclarar esta causalidad.
Solucionado
el escollo del provenzal e incluido el catalán entre los
babélicos, Eura intentó sugerir que podría ser la lengua del fin del mundo.
Cuenta que Sofonias profetiza que en
las postrimerías "usaran los hombres un idioma común" y, en otro
párrafo, recuerda que la "llengua catalana
de Sant Vicens Ferrer" (p. 25) era entendida por extranjeros, citando
como autoridad el "Teatro de la vida", de Berlinch; pero en la página 999 a que remite leemos que Sant Vicent
Ferrer "suas predicationes, et sua
valentina ac materna lingua fuerit semper loqutus". El babélico Eura,
distraidillo, no observó que Berlinch mencionaba la materna lengua valenciana.
Para
destacar la extensión de la poesía catalana en Italia, se apropia del "poeta George valenciano" (p. 34),
dada la escasez de clásicos en Cataluña. Obsesionado por acaparar el tesoro de
la lengua valenciana, Eura manipula las opiniones contrarias. Así, cuando Grau
Virgili escribe metafóricamente
que, para unificar idiomas, "había de concertar en
que los hombres de Valencia hablasen con las mujeres de Cataluña, y que las
mujeres de Cataluña hablaran con los hombres de Valencia". EI gramático
Eura le da sentido contrario: "Con eso quería dar a entender que en las
dos naciones había diferencia del idioma en el modo, no la sustancia" (p.
51 ). Inspirado, también afirma que antiguamente se hablaba en toda España una
sola lengua, y que "aquella primitiva es la catalana" (p. 51 ).
El dato
más contundente que aporta sobre la antigüedad del catalán
son las palabras que "Eularia Barcelonisa argüía en lengua catalana a
Daciano, y que la Iglesia ha traducido al latín en sus rezos" (p. 25).
Puesto que la fantasmagórica conversación tuvo lugar en el año 277, el académico
de las Buenas Letras de Barcelona da a entender que el pretor Daciano no usaba
el latín, sino el babélico catalán. Lo curioso es que actualmente, la sal de
tertulias y modelo de racionalidad ampurdanesa Luis Racionero, piensa y escribe
que cuando las legiones romanas invaden la Tarraconense, el catalán ya debía
estar impuesto en la zona pirenaica. Racionero mantiene viva la saga de los babélicos.
Más
de un lector se preguntará por el apellido Eura y su homofonía con Euro. El
gramático barcelónés se llamaba en realidad Lorenzo Esteve, pero al profesar como agustino adoptó el de Fray Agustin Eura. Fue nombrado en 1736
obispo de Orense, territorio controlado por el erudito orensano Jerónimo Feijoo
que, en su Teatro Critico, refiriéndose a una falsificación supuestamente
traducida de la lengua catalana, apuntaba que fue "forjada
por algún catalán igualmente ignorante, que ocioso" (Teatro, t. 7,
p.165). Sorprende que Eura, después de manipular el texto de Berlinch sobre
Sant Vicent, después de inventarse que Eularia habló en catalán en el siglo
III, y después de remontar el catalán a la "Torra de Babel", finalice
con lecciones de seriedad al proclamar que "la catalana es la lengua de la
verdad, que con ella no hay mentiras" (p. 56). Todo esto sucedía en el
siglo de la Ilustración, no en la Edad Media. En el mismo año de 1731 en que Carlos
Ros terminaba su modesta "Orthographia valenciana", sin destarifos
babélicos ni manipulación de textos.
Las Provincias
18 de Noviembre de 1997
No hay comentarios:
Publicar un comentario