Por:
Ricardo de la Cierva
Editorial Planeta
Segunda edición: febrero 1991
III.
CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO
CATALUÑA
EN LA SEGUNDA FUNDACION DE ESPAÑA
Cuando la primera de las nacionalidades
históricas invade Europa al comenzar la Edad Moderna –Portugal, España,
Inglaterra, Francia -, el pueblo de Cataluña prefiere fundar –cofundar- la
nación española e integrarse en ella más que proyectar su personalidad
innegable en un Estado nacional restringido y propio. (Ya comprenderemos, al
tratar de la aparición del nacionalismo catalán a fines del siglo XIX, dentro
de la resaca de una segunda oleada europea o de nacionalidades, como los
términos nación catalana, o castellana, o aragonesa, se utilizaban sin
escrúpulo en la Edad Moderna, como término de extranjería, en sentido regional o gentilicio, no como sinónimos de
Estado-nación.)
Dejábamos nuestro hilo histórico en Barcelona el 11 de
septiembre de 1714, cuando el ejército borbónico de Felipe V incorpora al cap i casal de Cataluña –que ése es el
título clave, y la cifra de la Ciudad Condal- a la obediencia de la nueva
dinastía hispánica. ¡Como se acumulan las leyendas falsas de la propaganda
histórica ultracatalanista sobre el admirable siglo XVIII catalán, tan ignorado
y manipulado en la citada exposición de la Generalidad en Madrid, 1984! Hasta
monumentos enciclopédicos tan acreditados –merecidísimamente- como el Diccionario básico Espasa (tomo II, p.
1197) llegan los ecos básicos de esa
propaganda. “Casanova, Rafael. Fue el
último Conseller en cap. Se opuso a
la entrada de las tropas de Felipe V en la Ciudad Condal y fue muerto en el
baluarte de la Puerta Nueva.” Que va. Hasta el propio Espasa breve se
traiciona, clarividentemente, a si mismo; porque la conquista borbónica de Barcelona
sucedió el 11 de septiembre de 1714; y
el gran Diccionario da para la muerte de Rafael Casanova el año 1743. Y es que
Casanova, el heroico defensor de una Barcelona numantina, no murió en el
empeño. Logró ocultarse; se acogió después al perdón real. Y murió
tranquilamente en San Baudilio de Llobregat,
casi treinta años mas tarde, tras ejercer sin traba alguna su profesión.
En
enero de 1716 se dictó el decreto de Nueva Planta del gobierno de Cataluña. Se
implantaba, evidentemente, una mayor uniformidad entre los antiguos reinos de
España; pero el reformismo borbónico no hizo tabla rasa y respetó algunas
importantes instituciones catalanas tanto en el derecho como en la organización
de la convivencia. Vicens Vives expone, con su profundidad habitual, la cara y
la cruz de la transformación. La cruz “Cataluña quedó convertida en campo de
experimentos administrativos unificados: capitán general, audiencia,
intendente, corregidores... La transformación fue tan violenta que durante
quince años estuvo al borde de la ruina” (p. 144). Pero ésta es la cara de la
reforma: “Luego resultó que el desescombro de privilegios y fueros benefició
insospechadamente a Cataluña, no solo porque obligó a los catalanes a mirar
hacia el porvenir, sino porque les brindó las mismas posibilidades que a
Castilla en el seno de la común monarquía. En este periodo –aunque en realidad
provenga de 1680- se difunde el calificativo de laborioso que durante siglo y medio fue tópico de ritual al
referirse a los catalanes. Y, en efecto, se desarrolló entonces la cuarta gran
etapa de la colonización agrícola del país, cuyo símbolo fue el viñedo... En
cuanto a la industria, lo decisivo fue la introducción de las manufacturas
algodoneras, financiadas por los capitales sobrantes de la explotación agrícola
y el auge mercantil. Estos signos de revolución industrial, estimulados por la
presencia de entidades rectoras, como la Junta de Comercio de Cataluña, se
difunden por toda la periferia peninsular. Hacia 1760, las regiones del litoral
superan a las del interior en población, recursos y nivel de vida” (Vicens, p.
145).
Los
grandes Borbones del siglo XVIII reducen la obsesión europea, intensifican la
conexión americana y consiguen así la plena consolidación de la nación
española, la auténtica Segunda Fundación de España. Sin el menor problema
político ni la menor exteriorización nostálgica por parte de Cataluña, donde se genera, como demostrarán
las formidables pruebas del siglo XIX, un profundísimo patriotismo español.
Para esta Segunda Fundación de España, Cataluña, como había sucedido en la
primera –desde fines del siglo XV-
desempeña un papel primordial. Vicens: “Este proceso de integración
social entre los distintos pueblos de España, en el que los catalanes tomaron
parte decisiva mediante una triple expansión demográfica, comercial y fabril,
fue de mucha mayor enjundia que cualquier medida legislativa ideada desde la
época de Felipe II” (p. 145). La apertura total de las Américas al comercio
catalán por el rey Carlos III –aclamado como ningún otro rey de España en
Barcelona desde su desembarco inaugural, cuando llegaba de Nápoles- originó un
brote de colonias catalanas en América que defendieron hasta el último aliento,
durante la guerra civil atlántica del siglo XI, la bandera de España. Esa bandera
nueva que seleccionó el propio rey Carlos III como una concentración de los
colores de Cataluña, y a partir de la enseña naval catalana.
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