sábado, 23 de junio de 2012

MISTERIOR DE LA HISTORIA (XI)



Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991

 III.             CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO

 CATALUÑA EN LA SEGUNDA FUNDACION DE ESPAÑA

 Cuando la primera de las nacionalidades históricas invade Europa al comenzar la Edad Moderna –Portugal, España, Inglaterra, Francia -, el pueblo de Cataluña prefiere fundar –cofundar- la nación española e integrarse en ella más que proyectar su personalidad innegable en un Estado nacional restringido y propio. (Ya comprenderemos, al tratar de la aparición del nacionalismo catalán a fines del siglo XIX, dentro de la resaca de una segunda oleada europea o de nacionalidades, como los términos nación catalana, o castellana, o aragonesa, se utilizaban sin escrúpulo en la Edad Moderna, como término de extranjería, en sentido regional o gentilicio, no como sinónimos de Estado-nación.)

Dejábamos  nuestro hilo histórico en Barcelona el 11 de septiembre de 1714, cuando el ejército borbónico de Felipe V incorpora al cap i casal de Cataluña –que ése es el título clave, y la cifra de la Ciudad Condal- a la obediencia de la nueva dinastía hispánica. ¡Como se acumulan las leyendas falsas de la propaganda histórica ultracatalanista sobre el admirable siglo XVIII catalán, tan ignorado y manipulado en la citada exposición de la Generalidad en Madrid, 1984! Hasta monumentos enciclopédicos tan acreditados –merecidísimamente- como el Diccionario básico Espasa (tomo II, p. 1197)  llegan los ecos básicos de esa propaganda. “Casanova, Rafael. Fue el último Conseller en cap. Se opuso a la entrada de las tropas de Felipe V en la Ciudad Condal y fue muerto en el baluarte de la Puerta Nueva.” Que va. Hasta el propio Espasa breve se traiciona, clarividentemente, a si mismo; porque la conquista borbónica de Barcelona sucedió el 11 de septiembre de 1714;  y el gran Diccionario da para la muerte de Rafael Casanova el año 1743. Y es que Casanova, el heroico defensor de una Barcelona numantina, no murió en el empeño. Logró ocultarse; se acogió después al perdón real. Y murió tranquilamente en San Baudilio de Llobregat,  casi treinta años mas tarde, tras ejercer sin traba alguna su profesión.
En enero de 1716 se dictó el decreto de Nueva Planta del gobierno de Cataluña. Se implantaba, evidentemente, una mayor uniformidad entre los antiguos reinos de España; pero el reformismo borbónico no hizo tabla rasa y respetó algunas importantes instituciones catalanas tanto en el derecho como en la organización de la convivencia. Vicens Vives expone, con su profundidad habitual, la cara y la cruz de la transformación. La cruz “Cataluña quedó convertida en campo de experimentos administrativos unificados: capitán general, audiencia, intendente, corregidores... La transformación fue tan violenta que durante quince años estuvo al borde de la ruina” (p. 144). Pero ésta es la cara de la reforma: “Luego resultó que el desescombro de privilegios y fueros benefició insospechadamente a Cataluña, no solo porque obligó a los catalanes a mirar hacia el porvenir, sino porque les brindó las mismas posibilidades que a Castilla en el seno de la común monarquía. En este periodo –aunque en realidad provenga de 1680- se difunde el calificativo de laborioso que durante siglo y medio fue tópico de ritual al referirse a los catalanes. Y, en efecto, se desarrolló entonces la cuarta gran etapa de la colonización agrícola del país, cuyo símbolo fue el viñedo... En cuanto a la industria, lo decisivo fue la introducción de las manufacturas algodoneras, financiadas por los capitales sobrantes de la explotación agrícola y el auge mercantil. Estos signos de revolución industrial, estimulados por la presencia de entidades rectoras, como la Junta de Comercio de Cataluña, se difunden por toda la periferia peninsular. Hacia 1760, las regiones del litoral superan a las del interior en población, recursos y nivel de vida” (Vicens, p. 145).

Los grandes Borbones del siglo XVIII reducen la obsesión europea, intensifican la conexión americana y consiguen así la plena consolidación de la nación española, la auténtica Segunda Fundación de España. Sin el menor problema político ni la menor exteriorización nostálgica por parte de  Cataluña, donde se genera, como demostrarán las formidables pruebas del siglo XIX, un profundísimo patriotismo español. Para esta Segunda Fundación de España, Cataluña, como había sucedido en la primera –desde fines del siglo XV-  desempeña un papel primordial. Vicens: “Este proceso de integración social entre los distintos pueblos de España, en el que los catalanes tomaron parte decisiva mediante una triple expansión demográfica, comercial y fabril, fue de mucha mayor enjundia que cualquier medida legislativa ideada desde la época de Felipe II” (p. 145). La apertura total de las Américas al comercio catalán por el rey Carlos III –aclamado como ningún otro rey de España en Barcelona desde su desembarco inaugural, cuando llegaba de Nápoles- originó un brote de colonias catalanas en América que defendieron hasta el último aliento, durante la guerra civil atlántica del siglo XI, la bandera de España. Esa bandera nueva que seleccionó el propio rey Carlos III como una concentración de los colores de Cataluña, y a partir de la enseña naval catalana.

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