JUDÍOS ESPAÑOLES EN LA EDAD MEDIA
LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ
EDICIONES RIALPMADRID 1980
CAPÍTULO X
Abraham Seneor, el Rabino Mayor, y
su yerno Mayr Malamed, se bautizaron siendo apadrinados por los propios reyes,
y pasaron a llamarse Fernando Núñez Coronel y Fernando Pérez Coronel,
respectivamente. Seneor fue luego miembro del Consejo real, regidor de Segovia
y contador mayor del príncipe heredero. Isaac Abravanel y los suyos, según
dijimos, conservaron su fe. Fernando e Isabel se mostraron generosos: compensaron
las deudas que aún tenia con el Fisco aceptando como pago las obligaciones de
sus deudores cristianos; sumaban unas y otras más de un millón de maravedis.
Además recibió la autorización especial para sacar hasta mil ducados en oro y
joyas por el puerto de Valencia. No tenemos noticia de que hubiera
resentimiento en su contra por haber decidido permanecer judio. Tampoco hay
muestras de mala voluntad contra los que vendian sus bienes, presionados por
especuladores y por municipios que pretendian aprovechar la ocasión para
robarles. Los bienes comunales de las aljamas pasaban a formar parte del
patrimonio real.
La liquidación de inmuebles y
raices fue causa de grandes sufrimientos para los judíos. Hubo, entre los
cristianos, modelos de refinada malevolencia, pero también ejemplos de lealtad
y de afecto. El 27 de junio de 1492 el municipio de Vitoria recibió
oficialmente el cementerio de los judios, comprometiéndose a conservar para
siempre, como dehesa y pastos, aquella tierra que conservaba cenizas de varias
generaciones. Este es el Judizmendi. La promesa ha sido cumplida hasta hace muy
pocos años, en que la comunidad de Bayona ha relevado a Vitoria de su
obligación en agradecimiento por los 40.000 judíos que España salvó del
holocausto nazi. Por lo demás, la brusquedad del decreto sorprendió a muchos en
la doble condición de acreedores y deudores. Muchas fortunas quedaron
comprometidas en manos de intermediarios, otras se disiparon. El Consejo real
intervino, tratando de jugar papel de árbitro y forzando el pago de las deudas
antes de que se hubieran cumplido los plazos, pero era muy poco ya lo que podía
lograr. Los banqueros genoveses recogieron la mayor parte del dinero judío
transformándolo en letras de cambio.
La salida
No sabemos cuántos judíos salieron
de España en esta emigración que, en la conciencia histórica del pueblo de
Israel, tuvo cierto paralelismo con el éxodo de Egipto. Baer ha aceptado la
noticia dada por el cronista Andrés Bernáldez que, a su vez, se refiere a
apreciaciones dadas por Abraham Seneor y su yerno Mayr: según esto habria
30.000 casas en Castilla y 6.000 en Aragón. Esto daria, como población total,
160.000 personas. Podemos tomar dicha cifra como un máximo posible 7; cuanto
exceda de ella debe reputarse como fantástico. Personalmente me inclino a
creer, con Ladero, que incluso aquélla debe rebajarse para situarla, en el
conjunto del reino, alrededor de los 100.000. De éstos salieron la inmensa
mayoria.
La salida tomó el aire de un gran
movimiento religioso, como si los desterrados se sintiesen movidos por la
esperanza de que muy pronto hallarían la extraordinaria ayuda de Dios.
«Salieron de las tierras de sus nacimientos -dice Bernáldez- chicos y grandes,
viejos y niños, a pie y caballeros en asnos y otras bestias y en carretas, y
continuaron sus viajes cada uno a los puertos que habian de ir, e iban por los
caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo,
otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no
había cristiano que no hubiese dolor de ellos y siempre por do iban los
convidaban al bautismo, y algunos con la cuita se convertían y quedaban, pero
muy pocos, y los rabinos los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y
mancebos y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y asi salieron de
Castilla». Oficiales reales acompañaron a algunos de los grupos de emigrantes
para defenderlos de los abusos.
La mayor parte de los judíos
castellanos pasaron a Portugal, en donde pagaron ocho cruzados por cabeza a
cambio de un permiso de residencia de sólo ocho meses. Una flota de veinticinco
buques, mandada por Pedro Cabrón, salió de Cádiz con destino a Orán, pero los
viajeros no se atrevieron a desembarcar aquí, temiendo ser objeto de
violencias, y pasaron a Arcila, haciendo escalas en Cartagena y Málaga por
vientos desfavorables. En dichos puertos algunos se convirtieron. Sólo 700
casas, seleccionadas por la habilidad artesanal de sus componentes, recibieron
autorización para fijar su domicilio en Portugal. La gran masa de emigrantes se
unió a los que estaban en Arcila para entrar en Marruecos. Los cronistas
españoles se complacen en describir las violencias y malos tratos de que estos
judíos fueron víctimas. Otros grupos embarcaron en Laredo hacia Flandes, o en
Tortosa y Cartagena hacia Italia. Fueron los mejor tratados, porque eran pocos
y porque algunos conversos influyentes, como Luis de Santángel y Francisco
Pinelo, cuidaron de ellos.
La lista de abusos sería
interminable. Bastan algunas muestras, tomadas al azar. El corregidor de León,
don Juan de Portugal, cobró 30.000 maravedís a los judíos por su protección y
después se apoderó de todos los recibos de sus deudores. Dos hermanos, Pedro y
Fernando López de Illescas, cobraron 6.000 doblas por un viaje a Tremecén que
jamás se realizó. Muchos capitanes de barcos vendieron como esclavos en Africa
a los pasajeros que transportaban. El 5 de octubre de 1492 Fernando envió a
Florencia uno de sus consejeros para que, con discreción, averiguara los robos
y violencias de que los judíos habían sido víctimas. A los que regresaban, para
recibir el bautismo, les era otorgada la devolución total de bienes por los
precios que hubiesen recibido.
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