miércoles, 18 de enero de 2012

ARROGANTE, DERECHA ACOMPLEJADA



Autor: José Manuel Bou/

La situación política española es lamentable para todo quien no se regocije en los dictados de la progresía y lo políticamente correcto. Un PSOE agresivo, anticlerical, enemigo de la unidad de España, se alterna en el poder con un PP sin ideología, un partido-gestión, vacio de principios o valores. Como terceros en discordia, una pléyade de partidos entre el separatismo y la extrema izquierda, imponiendo en épocas de mayorías simples sus políticas insolidarias y propias de animales de rapiña al conjunto de los ciudadanos. El resultado: las tasas de desempleo más grandes de Europa, una banda terrorista en activo y con representación en las instituciones, y un enfrentamiento social con muestras de manipulación de la historia, intolerancia religiosa y fomento del secesionismo de algunas de nuestras regiones, y, junto a todo ello, la clase política menos preparada, mejor retribuida, más extensa y más inmoral de occidente. La explicación del porque de este estado político tan lamentable hay que buscarla en la historia o, mejor dicho, en la manipulación de la historia.
A principios de los 80 España era el país más de izquierdas de Europa. La nación que tradicionalmente se había definido por su catolicismo y su tradicionalismo, daba una amplísima mayoría absoluta a un partido socialista presidido por Felipe González, que hacía bandera de los ideales opuestos y presumía que, después de gobernar ellos, a España no la conocería ni la madre que la parió. Después de la crisis del 93, que ahora, sumidos en la actual ya hemos olvidado, pero que en su momento causo un empobrecimiento para muchos españoles semejante al que se vive hoy día, el Partido Popular llegó al poder. Pero cuando el voto dejo de estar condicionado por las circunstancias económicas, para “ideologizarse” de nuevo, tras el atentado del 11M, el PSOE de Zapatero, ultra-capitalista en lo económico, como revelan sus rescates a la banca, congelación de pensiones, bajadas de sueldos a los funcionarios, y otras decisiones; pero ultraizquierdista en lo moral, como ponen de manifiesto su manipulación de la “memoria histórica”, negociación sin límites con los terroristas, compadreos con el separatismo, y demás; llegó al poder dispuesto a arruinarnos de nuevo como así ha sido, sin perjuicio de la responsabilidad compartida con el PP en determinados aspectos de la crisis, como el despilfarro en Ayuntamientos y CCAA gobernadas por el PP o la burbuja inmobiliaria que se inició en la era Aznar.
En todo occidente existe una ley no escrita según la cual, gobierne quien gobierne, siempre se produce un predominio en la práctica, de la derecha a nivel económico y de la izquierda a nivel cultural. Quizá en España esta ley se cumple con más exactitud y fuerza que en otros lugares. Debe notarse que cuando hablo de derecha, en este sentido, me refiero a la interpretación de la dualidad izquierdas-derechas que hace el marxismo, según la cual la derecha se identifica con el capital, con los intereses de los más favorecidos. Así, gobierne quien gobierne, las políticas públicas siempre benefician a la gran empresa y a la banca, en lo económico, a la vez que en lo moral, siempre predominan las ideas más progresistas, las que minan los cimientos sobre los que se asienta la civilización, las que más infravaloran los conceptos de patria, familia, comunidad, vida, fe… las que imponen un nihilismo vacio que huye hacia delante, carente de valores. Los partidos de derecha, con la excusa de defender los valores tradicionales (en España, ni eso, la excusa es la mera gestión) defienden los intereses de los privilegiados. Los partidos de izquierdas, con la excusa de defender al obrero y al desfavorecido, machacan dichos valores con ataques a la iglesia, a la unidad nacional o a todo aquello que los represente. Al final nadie defiende ni los valores tradicionales ni los intereses de los desfavorecidos, todo es mera retórica al servicio del verdadero poder: el del dinero, que no conoce Dios, patria ni solidaridad ninguna.
Que España, a la muerte de Franco, viviera una reforma aperturista parecía lo más lógico y podía encajar con los deseos de la mayoría de la población, que si bien había vivido el franquismo con normalidad, entendía que España debía asimilarse a los países de su entorno. Pero esa transición a la democracia se podía hacer de muchas maneras, y no todas resultarían satisfactorias a la izquierda emergente, que, en última instancia, veía la reforma política, no como un fin en sí misma, sino como una forma de llegar al poder. Para que el nuevo sistema fuera creíble, en España debía gobernar la izquierda. Solo entonces la transición estaría completa, se habría creado una “nomenclatura” de nuevos dirigentes en la que estuvieran incluidos, tanto quienes ejercían el poder durante el franquismo, como quienes aguardaban su turno en la menguada y extremista oposición al régimen, aun a costa de esquilmar a los españoles a impuestos para pagar tanto sueldo. Nadie podría dudar entonces de la legitimidad democrática del sistema, ni negar a la clase económica dirigente española las oportunidades de enriquecimiento que la apertura comercial que supondría les daba. La historia de la transición que no se cuenta, fue la de cómo incorporar a la izquierda opositora al régimen al poder político, sin desalojar de él a la clase dirigente durante el franquismo, multiplicando los cargos públicos. Para eso, además de para satisfacer al separatismo, se diseño la estructura del estado autonómico, con la gran cantidad de órganos duplicados, administraciones inservibles, etc. Por eso tenemos un parquet de coches oficiales mayor que el de Estados Unidos, unas televisiones públicas con 10 veces más personal que las privadas, y un largo etcétera de abusos y enchufismos. Pero no solo había que incorporar a la izquierda al poder: esta debía gobernar, para que nadie dudara que el nuevo sistema no era una prolongación maquillada del franquismo. Mi tesis es que se produjo una traición, una dimisión, un suicidio de la derecha española que le entregó el poder y el predominio ideológico deliberadamente a la izquierda para satisfacer los dictados de la plutocracia, de los poderes económicos, del poder financiero que así lo quería.
Para llevar a cabo esta estrategia, completamente autodestructiva, había que entregar a la izquierda las instituciones creadoras de opinión, la educación, los medios de comunicación, había que aceptar las tesis de la izquierda en la interpretación de la historia, había que difamar el franquismo y presentar la futura democracia como una utopía. La derecha española tenía que retirarse como fuerza cultural e ideológica dejando a la izquierda el terreno vacío para que lo ocupara.
A partir de ahí, en el debate político cotidiano, la derecha adolece de cierta falta de legitimidad de origen (se ha llegado a comparar en este sentido, con cierto humor, con el vino de tetrabrik), por fundarse esta en un franquismo demonizado, mientras que la izquierda, entendiendo sus virtudes probadas por proceder de la lucha antifranquista (de la que también procede ETA, por ejemplo) muestra cierta arrogancia y, en última instancia, saca como argumentos los muertos de la guerra civil (el abuelo de Zapatero, por ejemplo) en la suposición, históricamente falsa, de que solo hubo muertos de un lado. Una derecha avergonzada de su pasado franquista, aunque actualmente la representen personas que no habían nacido durante el franquismo, toma la manta del centrismo con la que tapar sus pecados, mientras una izquierda crecida, carente de autocrítica, en la certeza absoluta de tener razón siempre, por definición, como dogma de fe, desarrolla la intolerancia y la arbitrariedad como formas habituales de gobernar. El resultado: un debate político torcido a la izquierda, no entendida como obrerismo, pues esto es a lo primero a lo que los líderes de la izquierda renuncian, manteniéndolo ya solo como mera retórica, sino como escusa moral (o inmoral) para manipular la sociedad al servicio de la ingeniería social progre, en que se ataca sin piedad a la unidad de España, a la Iglesia Católica y a los valores tradicionales, para dejar un vacio nihilista de ciudadanos adoctrinados, dispuestos a votar a la izquierda por muy mal que gobierne.
Gran parte de nuestros problemas políticos presentes vienen de la asunción por la derecha “moderada” de las tesis históricas de la izquierda y de la demonización del franquismo y de la derecha intelectual española presente, como continuadora del mismo, justificando en el “mal recuerdo del franquismo” todos los abusos actuales de la izquierda. Pero debe notarse que este “mal recuerdo” no está basado en el franquismo real, sino en la manipulación postfranquista. La actual democracia extrae su legitimidad jurídica del franquismo, porque se llegó a ella desde reformas legales y no desde una ruptura. Sin embargo su legitimidad moral parece provenir, a los ojos de la izquierda, de la Segunda República, régimen que se idealiza, prescindiendo de la historia y de sentido crítico alguno. Y esto, lejos de ser un problema meramente histórico, está detrás de los problemas que sufrimos ahora mismo. El anti franquismo todo lo justifica, el sistema autonómico ruinoso porque “es de fascistas defender la unidad de España”, la presencia de Bildu en las elecciones, porque “es de franquistas ilegalizar partidos”, hasta el retraso de 25 años en políticas hídricas, porque la imagen de Franco inaugurando pantanos en el nodo, hace que acometer obras hidráulicas sea “de fachas” a los ojos de la progresía. Por supuesto cualquiera puede tener el juicio histórico que desee sobre el franquismo, también desde el sentido crítico, y es perfectamente legítimo, pero imponer ese juicio por ley y utilizarlo para desprestigiar a los actuales representantes de las fuerzas políticas más conservadoras es un sofisma. Que ese argumento sea asumido por esos mismos representantes, que renuncien a toda lucha ideológica, para presentarse como partidos-gestión, sin ideas, con la economía como único tema de debate, es simplemente humillante.
Para salir de la crisis material y, sobre todo, moral, en la que estamos inmersos, no basta con una victoria electoral del PP. Sin duda desalojar a esta izquierda arrogante, que tanto daño ha hecho a España, será el primer paso; pero si todo se queda en eso, si un PP desideologizado y vacio se turna en el poder con un PSOE revanchista y agresivo, el resultado final no será otro sino la decadencia. Encontrar una derecha sin complejos, que defienda sus tesis con moderación, pero también con firmeza, desde el diálogo, pero también desde la coherencia, manteniendo siempre la fe en sus convicciones, es imprescindible para esa regeneración que España necesita. Y esa derecha, hoy por hoy, no es el PP. La movilización de la sociedad civil más conservadora, de la que ya vemos algunas muestras en las asociaciones de víctimas del terrorismo o en determinados grupos de comunicación (el “tdt party” como han dicho algunos), que sea capaz de presionar al PP para que no pierda sus valores y, en su caso, patrocinar la creación de un nuevo partido que los asuma, es necesaria. Si esa movilización se queda en aupar a este PP deficitario al poder y considera con eso concluida su tarea, habrá hecho un flaco favor al futuro de España. El verdadero trabajo de los españoles de bien, no maleados por la manipulación izquierdista, empieza después de las elecciones. Solo un cambio en el status quo político, y no solo un cambio del partido en el poder, nos traerá la ansiada regeneración.

No hay comentarios: