Artículo de Francisco Domingo Ibañez
Las Provincias: 31 de enero de 1985
En el pasado era únicamente el eje de Madrid el tronco que estaba los “machos” de los valencianos.
El centro de decisiones pasaba –y pasa todavía- por Madrid. No en política, ni en economía, ni en lo cultural, nada contaba –ni cuenta- en Valencia si no llevaba el sello del visto bueno, del alto aparato central.
El que las decisiones, buenas o malas, se tomasen, hasta el mínimo detalle, en Madrid, capital de todas las regiones de España, no dejaba de ser cómodo.
A Madrid se le echaban las culpas de todo tipo de retrasos e inercias y a Madrid había que ir a mendigar las obras públicas necesarias para la infraestructural regional, provincial o municipal.
De pena comprobar cómo nuestros alcaldes, gobernadores o presidente de diputaciones no eran, en Madrid, sino sujetos provincianos esperando en las antesalas unos minutos de audiencia. Y ni siempre audiencias con ministros o subsecretarios, sino con representantes o funcionarios de la Administración sin rango representativo equiparable.
Estaba así organizado el país, y así había que “trabajar”. No cabían los orgullos provincianos, porque se arriesgaban a la fulminante destitución. Era la servidumbre y mordaza de la “dedocracia”.
Contaba la relación personal con los ministros y altos cargos y contaba el servicial halago al político influyente para que se favoreciese el proyecto presentado. Contaba también la cúpula de cada ministerio. Si era “paisano”, el ministro de turno o el subsecretario correspondiente, se aceleraban las gestiones milagrosamente…
Los impulsos del desarrollo en ciudades, provincias y regiones españolas pueden, perfectamente, situarse en épocas “propicias” de los altos ejecutivos situados en el poder central., receptores de las demandas presentadas por el paisanaje, casi siempre relacionado entre sí, por vínculos de estudios o incluso familiares.
Para los valencianos, los trescientos cincuenta kilómetros hasta Madrid, han estado siempre ahí. Porque hemos tenido en los últimos cincuenta años muy pocos políticos en la cumbre de la decisión política y económica madrileña y los pocos que han tenido el “poder” en sus manos, han ejercido muy poco de valencianos. Los motivos bien merecerían un detenido estudio.
Pero eso ya es el pasado, y no hay que mirar atrás demasiado si no es para situarnos mejor en el presente.
Un presente que nos proporcione mejores confianzas para el futuro.
Pensábamos que en esta nueva época de plural democracia española, con la nueva constitución del Estado de las autonomías, los valencianos podríamos comenzar a organizarnos nosotros mismos sin depender del eje madrileño.
Bien sea porque aún es “pronto” y los valencianos aún no se han enterado del significado y alcance autonómico; o porque seguimos despreciando la dimensión política, es patente la insignificante proyección valenciana, no ya respecto al resto de España, sino en la propia comunidad autónoma y descoronada.
Los valencianos nos estamos alineando extrañamente en un carro de dos ejes. Si antes teníamos una dependencia, ahora vamos a tener dos.
La política y economía sigue ordenándose en Madrid. Ni en las reconversiones industriales ni en otros parámetros se tiene en cuenta el peso que a nivel de Estado se presupone tiene la región valenciana. Aquí no se mueve ningún peón del tablero sino se reciben órdenes de la superioridad.
La novedad es el nuevo eje de identificación cultural. Ahora es Barcelona la que nos emite sus coordenadas.
Gracias a la segunda o tercera lectura de la Constitución Española de 1978 y a la cuarta o quinta lectura del Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, la lengua valenciana no es valenciana, que es catalana.
Y claro, si nuestra lengua es catalana, somos constitucionalmente catalanes y habrá que gestar muchos esfuerzos y miles de millones para explicar e introducir la singular metamorfosis.
Lo cierto es que los valencianos, con tantos “amos” a los que servir, estamos haciendo un melodramático y ridículo papel.
En lo cultural se han introducido dudas de identidad; se gastan enormes presupuestos para catalanizar a la trágala a los valencianos y el futuro de esa impuesta cultural oficial se prevé que, aparte del despilfarro económico, será un fracaso de gran coste social.
En el aspecto económico no hace falta extenderse demasiado, pues el nivel regional desciendo cada vez más, sin alternativas que lo frenen.
Aquí no pasa nada. La economía regional está quebrándose por todas partes y los programas oficiales no son otra cosa que documentos de archivo.
El Programa Económico Regional –el PER- aparte de ser un proyecto de teorías económicas de primer curso, no alcanza el derecho de ser discutido y enriquecido por los sectores que podrían impulsar la creación de riqueza y trabajo.
Mal que nos pese, hoy los valencianos estamos paralizados por la presión de dos ejes mareantes, y todo ello porque no tomamos las riendas de nuestro propio tronco.
Si somos una comunidad autónoma, asumamos ese hecho sin provincianismos mendicantes. Articulémonos a todos niveles. No renunciemos a nada. Ejerzamos de valencianos en nuestra propia tierra.
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