jueves, 2 de septiembre de 2010

LA FIESTA DEL 9 DE OCTUBRE: 1738


LA FIESTA DEL 9 DE OCTUBRE: 1738
Autor: Desconocido
Como es sabido, de sobra, la Nueva Planta de 1707 borró hasta el último vestigio del peculiar ordenamiento jurídico valenciano, y hasta incluso de sus celebraciones festivas, pero la proximidad del quinto centenario obligó al Ayuntamiento borbónico a reconstituir el calendario. En tal Ayuntamiento los seis Jurados habían sido sustituidos por treinta y dos regidores, más el Corregidor y el Alcalde Mayor.
La memoria oficial de la fiesta fue encargada a Josep Vicent Ortí i Mayor, nieto del cronista del centenario anterior, doctor en Derecho, escribano de Murs i Valls, y Secretario de la Diputación. Los actos empezaron a planificarse en enero de 1738, mediante un comisariado movido ‘no solo por el mayor desempeño de su patria, sino por el motivo más justo de la Religión Catholica’, con lo que volvían a ensamblarse motivos religiosos con patrióticos. Fue exitosa la erección de altares y fachadas, exactamente veintisiete, a cargo de parroquias, conventos y ciudadanos devotos, en honor de santos y personajes bíblicos, junto a referencias explícitas a la conquista, a personajes legendarios, patronos y protectores y a la victoria sobre los moros.
El Sermón se encomendó a Esteban Bru, Maestro en Artes, Examinador y Catedrático de Filosofía y Sagrada Teología, Predicador de la Ciudad y Prefecto del Real Colegio de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer.
La continuidad conmemorativa en el plano religioso fue paralela a la reconstitución de la fiesta en el plano político, dedicando a los festejos la cantidad de seis mil libras. Es decir, que la fiesta celebraba tanto la conquista como la restauración de la Iglesia.
Quizá por ello se explican algunas ausencias institucionales: el Capitán General y el Gobernador, faltaron a la misa y a la procesión, ‘por motivo de haverse suscitado ciertas dudas que sirvieron de embarazo, juzgándolas su Excelencia por tan arduas de resolver, que bastara decir fueron poderosas para impidir su cristiano celo interviniese en tan devotas justas y sagradas concurrencias’.
Buena parte de la aristocracia también ‘pasó’ de la fiesta, pero en contrapartida fue muy notable la participación de la sociedad civil. Y no dejó de ser importante, que el Centenar de la Ploma, abolido en 1707, fuera repristinado ‘nuevamente, sino en las circunstancias de la antigua, a lo menos con la parecida imitación que cupiesa’.
La Senyera bajó del balcón del Ayuntamiento a la calle donde fue recogida por el Síndico Procurador General, que a su vez la entregó al Corregidor ‘por representar en su oficio al antiguo Justicia Criminal’.
Las fiestas duraron una semana, entre el 8 y el 14 de octubre, singularizando luminarias nocturnas y volteo de campanas, pero sobre todo un castillo de fuegos artificiales que duró una hora. No se conoce la pólvora empleada, pero sí que unos cohetes especiales iluminaron las palabras ‘Valencia’ y ‘Jaime I’. Tampoco conozco el nombre del pirotécnico ‘inventor’, pero cuando en los tiempos actuales en los que la tecnología pirotécnica alcanza alturas insospechadas, no viene mal recordarlo, porque nos extasiamos antes las maravillas que iluminan el cielo, incluso con nombres y palabras, y no recordamos que en 1738 (y quizá antes, ya sucedía lo mismo).
No faltó la representación de comedias en el Marcado dedicadas al Cid, y a ‘Las siete estrellas del Puche y conquista de Valencia por el Rey Don Jayme’, ni tampoco dos corridas de toros, y músicas orquestadas desde el Ayuntamiento y la Generalitat. Anecdótico el desfile de locos ‘pacíficos’ del Hospital General vestidos de azul y amarillo con objeto de ‘divertir al pueblo con sus sencilleces y recoger algunas limosnas para sustentar a los infinitos que alberga esta obra de caridad…’.

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