jueves, 4 de marzo de 2010

LA PREAUTONOMIA VALENCIANA (X)

LA BATALLA DE VALENCIA (VII)

¿Cómo fue aquel 9 de octubre en que ardió la “marfega” del Ayuntamiento de Valencia?.

Al igual que con las demás señas de identidad de nuestro pueblo, el himno también sufrió los constantes ataques del pancatalanismo. Todo el arco político de izquierdas, con el colaboracionismo y premeditada dejadez del arco derechista –los partidos valencianistas no existían, por lo que no había ninguna oposición legalmente reconocida-, estaban por adoptar como la bandera representativa de nuestra autonomía la cuatribarrada catalana, es decir, las cuatro barras que el catalanismo imperante había robado a Aragón. Los catalanes ellos, tan originales como siempre, lo suyo es copiar y apropiarse de lo que no les corresponde, sin ninguna tradición histórica enarbolaron su “márfega” y así continúan.

Una vez más la presión valencianista acobardó a los “padres del estatuto” y se vieron obligados a reconocer para nuestra tierra a la Señera coronada tricolor, que los reyes del Reino de Valencia establecieron como identificativa de nuestra tierra.

Muchos de los valencianos sienten como propia la señera coronada y, prueba de ello, es la afluencia de público que se congrega cada 9 de octubre, fiesta nacional valenciana, ante el Ayuntamiento de Valencia, para verla descender por su balcón principal, no doblegándose ni ante nada ni ante nadie.

Si que debo aclarar que este sentimiento hacia nuestra bandera por parte de muchos valencianos es totalmente sincero aunque, al igual como ocurre con los demás signos de nuestra identidad, de dicho sentimiento no pasan. Lloran con la señera; lloran con la Mare de Deu, tanto en Fallas como en su festividad del mes de mayo; se sienten muy valencianos porque son falleros; y, sobre todo, sobre todo, les llena de “valencianismo patriótico” el comer paella los domingos. Ese es el valencianismo de opereta. Ese es el valencianismo que ha contribuido, con su dejadez, a que nuestra tierra sea el hazmerreir del resto de España, donde no se nos tiene absolutamente en cuenta a pesar de nuestra riqueza colabora al sostenimiento de la nación en cuantía mucho más importante que buena parte del resto de autonomías.

Manolo Zarzo (en su libro Valencians...) nos comenta: “Era el 9 de octubre. Era el día Nacional de la Comunidad, antes del Reino de Valencia... Como de costumbre estaban todos los valencianos en la plaza del Ayuntamiento (en aquel tiempo, por decisión socialista, plaza del País Valenciano) esperando las doce de la mañana para que saliera la Real Señera... Encima de la balconada habían tres banderas. En el medio la de España, a la derecha la cuatribarrada (márfega) catalana... y a la izquierda la que ellos denominaban a de la Ciudad de Valencia y que para nosotros era la única señera que representaba a todos los valencianos del Reino...

La presencia de la cuatribarrada siempre fue una provocación política contra el pueblo valenciano y, por parte de éste, no se podía consentir que nuestra Real Señera Coronada pasara por debajo de una bandera prostituta en nuestra tierra, máxime cuando los honores civiles y militares se le tenían que presentar a la Señera, bandera, que por privilegio de los reyes de Valencia durante la Edad Media, no puede ni debe doblegarse ante ninguna enseña, ni siquiera ante la nacional española.

Por ello, algo había que hacer, algo había que organizar, en defensa de uno de las más preciadas señas de identidad de nuestro pueblo. Y se hizo, se organizó y se realizó con toda la eficacia, pues silenciosamente algo lanzado desde la plaza impactó en la cuatribarrada y, consecuencia de ello, prendió fuego al trapo con el consiguiente estupor y posterior reacción de alegría y aplauso de los presentes.

Y sigue Zarzo. “Eran más de treinta metros desde el lugar donde estaban (de donde salió el impacto incendiario) hasta la pared del Ayuntamiento... I el primer impacto había acertado en el punto central. Lo que sí es bien cierto es que el autor o autores de la quema de las banderas eran gente del Grup d’Accio Valencianista”.

Y Vicente Ramos (De Albiñana...) nos cuenta: “Veamos, En el balcón principal del Ayuntamiento. La bandera española, flanqueada por la catalana y la valenciana. Frente al palacio miles y miles de personas repudian el ultraje que supone la enseña de Cataluña... De súbito, del corazón de la muchedumbre, cruza el espacio una especie de proyectil inflamable que prende fuego a la bandera catalana. Sus llamas... se propaga a la española y de ésta a la valenciana... Miembros del Centenar de la Ploma entran en el despacho del alcalde. Interviene la Policía Nacional... A las 14 horas y 48 minutos, al tiempo que se cantaba el Himno Regional se hizo bajar la Senyera”. Esta vez con su hegemonía y privilegios propios al no tener que pasar por debajo de ninguna otra enseña y, menos aún, que el pueblo no consintió, la márfega catalana.

¿Qué manifestaciones en defensa de nuestras señas de identidad se han realizado en estos años de la democracia y de los ataques contra dichas señas?.

La primera 5 de junio de 1978 (plaza de toros). La segunda en mayo de 1979 por las calles de Valencia. Estas son las más significativas en cuanto al importante número de valencianos que, en ocasiones han llegado a los 500.000. Además las numerosas concentraciones ante diferentes instituciones valencianas siempre en contra de lss ordenanzas, legislativas o no, en contra de nuestras señas de identidad.

¿Las fallas tuvieron algún protagonismo durante la preautonomía en todas estas actuaciones en defensa de nuestras raíces?.

No cabe duda que las fallas han sido un ejemplo de democracia interna en los tiempos en que esta palabra carecía de significado en la vida de los valencianos y, por supuesto, del resto de los españoles.

Ellas, las fallas, contribuyeron al mantenimiento de la principal seña de identidad de nuestro pueblo, la Lengua Valenciana, y, por supuesto, a servir de holganza durante los días de la fiesta; de hacer olvidar otras penurias que se padecían en los difíciles tiempos de la pre y de la posguerra.

Por suerte aquellos tiempos de penuria pasaron y, por desgracia, la evolución del mundo fallero hacia la actual situación en que se encuentra, fue transformándose desde la crítica política especialmente a una connivencia muy acusada en el poder político vía subvenciones.

Hay que reconocer que en el aspecto lingüístico, las fallas, por medio de uno de sus congresos falleros, decidieron que la normativa para sus expresiones en lengua valenciana sería la que conocemos como las Normas de El Puig, para salir al paso de la galopante catalanización que de sus manifestaciones culturales venia llevándose a término.

A pesar de ese acuerdo democrático tomado por la asamblea de la Junta Central Fallera, los “llibrets” en la explicación y relación de la falla, así como los carteles de los monumentos falleros han abocado en una despersonalización tal –lease entrega a la catalanización- que se acrecienta cada vez más. Escasísimas son las fallas que utilizan la normativa genuinamente valenciana y no hay más que hojear “els llibrets” para darse cuenta de su sumisión al poder político.

Por otra parte, en nuestra Comunidad la influencia de emigrantes, tanto españoles como extranjeros, cada vez va en aumento y las fiestas de los barrios, las más genuinas, las fallas, los atraen porque es una forma de esparcimiento, por otra parte, muy lógica, para sustraerse de los problemas cotidianos. Es una forma de integración pero también de despersonalización de la identidad valenciana. Hay que tener en cuenta que son los barrios periféricos los que atraen más foráneos, y la situación real es que una de las primeras actividades que se montan es una comisión de falla, pero la realidad es que, el fondo de la cuestión es ese: la fiesta y a solas las fiesta. La utilización, defensa y el respeto hacia la lengua valenciana se las trae al fresco. Acatan la catalanización tanto si es para obtener aportaciones económicas como que no.

Por tanto, yo pienso, y puedo estar equivocado, que salvo honrosas excepciones ,hoy en día las fallas contribuyen a ser un vehículo más de propaganda de la inmersión lingüística catalanizante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo estuve allí y lo viví en primera persona.Fue un cúmulo de sentimientos: indignación por la márfega, regocijo por verla quemarse, miedo a que la policía cargase contra los que estábamos allí debajo cuando se prendió la enseña nacional (el perímetro de seguridad era mucho inferior y yo, que acudía de las primeras, estaba prácticamente debajo del balcón. Por otro lado aún teníamos muy presente los años de Dictadura y sabíamos cómo se las gastaba la Policía en según qué casos y aquello era la quema de la bandera de España), desánimo cuando prendió nuestra Real Senyera, incertidumbre al no saber que iba a pasar, y por fin, la sensación de que todo volvía a la normalidad y de que por lo menos, esa batalla la había ganado el auténtico pueblo valenciano.