miércoles, 24 de marzo de 2010

LOS MOZÁRABES VALENCIANOS (I)

Iglesias mozarabes.
Roque Chabás
Madrid 12 de Diciembre de 1890.

De día en día aumenta la curiosidad por la averiguación de la importancia y modo de ser de aquellos cristianos, que entre los moros quedaron después de la conquista de Tarik y Muza. Venía diciéndose por los historiadores, como verdad inconclusa, que los árabes avasallaron toda España en poquísimo tiempo y que obligaron á todos sus habitantes á elegir entre abjurar de su religión y aceptar el Corán, ó emigrar á Asturias.

Según estos escritores, los pocos cristianos, merecedores de este nombre, que voluntariamente prefirieron abandonar sus hogares, aclamaron por rey á Pelayo y empezaron á resistir al audaz moro en Covadonga. Apenas nos indican, en adelante, la existencia de cristianos en Córdoba y en Toledo.

Por fortuna va abriéndose paso la verdad y poniéndose las cosas en su lugar, con sus justas proporciones. Sería absurdo creer que los millones de habitantes que existían en la Península al tiempo de la invasión, mudaron en pocos años la religión que, durante siglos, habían profesado sus padres. Planta tan arraigada no es fácil arrancarla de cuajo y de un solo tirón. Cuanta mayor es la diferencia que media entre la doctrina de Cristo y la de Mahoma, tanto más difícil se hace admitir como un hecho histórico este resultado, aun suponiendo todas las violencias imaginables. Resulta, pues, que el sistema de conquista de la raza invasora ha sido desconocido de los historiadores á que nos referimos anteriormente.

Está puesto ya en claro por diligentes investigadores, que los árabes, siguiendo en esto las prescripciones del Corán, adoptaron una política más humana que la atribuida hasta ahora á sus conquistadores. Cuando los cristianos se les entregaban sin lucha, les dejaban sus posesiones pagando una moderada contribución. En caso contrario, la ley del vencedor declaraba exonerados á los vencidos, y gracias si, como parceros ó arrendatarios, continuaban cultivando sus tierras y heredades, pagando gravísima contribución. De todo tributo se libraba el que hacía declaración de seguir la ley del Corán; pero desgraciado de él si volvía atrás, pues era castigada con la muerte su apostasía.

Los efectos resultantes de esta conducta eran para el pueblo cristiano la servidumbre y el martirio. La omnipotencia del vencedor era la opresión para el vencido, que tenía que acudir al mismo en defensa de las capitulaciones. Gracias á que los extranjeros eran pocos y los naturales numerosos, y que, por consiguiente, éstos se imponían por el número, consiguiendo con ello hacer respetar, aunque no siempre, la fe jurada. La ambición de los emires, deseosos de conquistas allende el Pirineo, y forzados además á gastar muchas de sus fuerzas en consolidar su dominación en la Península, fué la causa de que, por espacio de largos años, usaran de una política de tolerancia, de que se valieron asimismo en Oriente y en África. Como consecuencia, el culto cristiano, por regla general, fué respetado.

Cuando los árabes conquistaron la capital del reino visigótico, Toledo, concedieron al pueblo vencido seis iglesias para el servicio de los cristianos; en Córdoba hicieron lo mismo, aunque no falta quien crea que era allí mayor el número de iglesias de que disfrutaban los mozárabes
1; en Zaragoza se les dejó un templo con un barrio junto al muro; en Mérida la iglesia de Santa Eulalia, y á este tenor en Málaga y en otras ciudades. La jerarquía eclesiástica se conservó largo tiempo en los metropolitanos de Toledo, Sevilla y Mérida y en los obispos de Córdoba, Málaga, Ástigis, Acci, Eliberis y otros; en las historias anteriores al siglo XI, cítanse con frecuencia florentísimos monasterios en tierra musulmana, particularmente en las sierras de Córdoba2. Todo esto manifiesta que no se arrancó tan de cuajo como se suponía el árbol de la fe cristiana.

En el tratado del 713 otorgado por Abdelacis en Orihuela
3, vemos que se deja á Teodomiro toda su autoridad y que quedan las cosas en el mismo ser y estado que antes de la conquista, con solo el reconocimiento del que podríamos llamar feudo y la contribución correspondiente. Y haremos notar de paso, que las traducciones que traen Conde, Lafuente y otros, discrepan notablemente de la que hemos dado en el lugar citado, y creemos fiel y exacta. «Durante cuarenta y dos años, dice el Sr. Fernández Guerra, ni siquiera se aflojó el menor de los benéficos lazos en esta capitulación de Teodomiro, según afirma Isidoro Pacence (754); antes bien, por benignidad de los califas, vióse templada la dureza del pactado tributo... Y ¿qué sucedió luego?... Solo podemos asegurar que á principios del siglo IX, había dejado de existir el reino católico é independiente de Teodomiro, sin duda por la apostasía de muchas familias ambiciosas de cargos públicos... Hacia el año 814 aparecen allí Cadies»


Hasta los tiempos cuando menos de Hixem, segundo califa cordobés, disfrutaron los cristianos españoles de alguna independencia religiosa y hasta civil. Eran gobernados por el conde de su nación, descendiente de la antigua nobleza, y cristianos eran el censor ó juez, el arrendador de los tributos y el tesorero. En las ceremonias externas del culto se toleraban las campanas y hasta la cruz levantada en los entierros. El rigor de la represión se guardaba para castigar con azotes al público blasfemo de Mahoma. Cuando, después, el califato fué consolidándose y la apostasía cundiendo, las medidas de opresión se multiplicaron para forzar á los cristianos á aceptar el Corán. Se empezó por prohibir el uso de la lengua latina y se mandó asistir á las escuelas arábigas á los niños de los cristianos. Protegieron los califas las discordias religiosas entre éstos y fomentaron los cismas; pero pasaron siglos, y la semilla cristiana aún retoñaba.

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