Ricardo García Moya
Diario de Valencia 27 de Marzo de 2001
Poco a poco, los investigadores alumbran la obra y
figura del valenciano fray Francisco Mulet (San Mateo, a.1624). Desde el XVII,
diletantes y estudiosos admiraron sus picantes versos esparcidos por
múltiples copias manuscritas; en la Biblioteca Nacional de Madrid, por
ejemplo, hay una de texto en valenciano y fracasada traducción al castellano.
El intérprete dejó en blanco el equivalente a los sustantivos vegetales
“alfals” (en catalán, userda), “morritort” (catalán murrissá), “rabaniçia”
(catalán rafanistre ), o “llicsó” (catalán lletsó ); y transformó frases que
no entendía, “gats en chiner” (f.2), en absurdos como “gatos en guinea” (f.2).
El apichat suponía un distanciamiento del castellano y catalán.
Hoy, disponemos de ensayos rigurosos sobre Mulet,
como los de Ricardo Bellveser, actual director de la institución Alfons el
Magnánim. En su obra El Pare Mulet. Un enigma desvelado (Ed. Alfons el
Magnánim, 1989) nos introduce en el mundo lingüístico de Mulet con apoyo del
Diccionari Etimológic de la llengua catalana, el Dicc. de la llengua catalana
de Alcóver, el Dicc. de la llengua catalana de Miracle y la Gran Enciclopedia
Catalana. Con este asesoramiento filológico -sin concesión al blaverismo
infecto-, y las observaciones de Joan Fuster, expurga la lengua barroca de Mulet.
El mismo Bellveser lo recuerda emocionado: “Agradecimientos. A Joan Fuster
que me alentó a llevar a cabo este trabajo y por sus acertadas observaciones.
Esta edición se debe a su impulso y gestión”.
Con el aliento de Fuster en el cogote, Bellveser atiza
martillazos al “apitxat” (sic) que asoma insolente entre versos lujuriosos de
“gargalls y figues”. A todo vocablo que vuela entre metáforas calentorras, el
expurgador le dispara perdigonazos normalizadores. Así, en el verso “fill de
puta, sort, cego, bavós y mut” (p.166), denuncia el grave error ortográfico de
“sort” contra el ortodoxo “sord”, impuesto por el IEC. El inconveniente es que,
en idioma valenciano, los escritores escribían y escriben “sort”, con t, desde
los clásicos hasta los actuales (exceptuando normalitzats y sumisos). Por
cierto, el implacable censor se arma con el apichat un lío: “en la
pronunciación valenciana, la d tiene en ocasiones una articulación sonora,
como la t” (p.166) ¡Ejem! La t, hasta ahora, creíamos que era sorda.
Generoso, el crítico regala voces, “gafes es palabra
catalana” (p.173), olvidando que también era valenciana y castellana (el derivado
“agafar”, inexistente en los siglos XIII y XIV es usado por el burgalés
Villegas en 1515. El vulgarismo “agafar” lo sustituían por “pendre” los clásicos
valencianos). Blindado con diccionarios catalanes, Bellveser ataca a Mulet por
escribir “coche” en lugar del culto “cotxe”. Hay que aclarar que Jaime I no
vino en coche, y que esta voz aparece en las lenguas peninsulares en el XVI.
En idioma valenciano llevaba la palatal africada sorda ch, según testifica el
latinista Pou: “coche chic” (a.1575), y la lengua oficial de la Generalitat:
“ni eixir coches per la porta” (ARV Actes, a.1678. Sg.3221). El derivado
también muestra la correcta grafía, según la prosa notarial de Exulve, “cochero:
auriga” (Praeclarae artis, 1643), o en Pou: “cochero de quatre cavalls”
(a.1575). Los idiomas cultos europeos incorporaron hacia el 1550 esta voz:
alemán “kutsche”, italiano “cocchio”; valenciano, francés y castellano “coche”.
En el condado, posteriormente, crearon cursilerías morfológicas como “cotxo”
y “cotxe”.
Hay pequeños lapsus en el lúcido ensayo de Bellveser,
como afirmar que Mulet “ dudaba entre en/ab/amb” (p152). No, Mulet jamás dudó
respecto a la preposición amb, inexistente en los escritores nacidos en el
Reino de Valencia. El pingajo gramatical sí pulula en los mil ensayos catalaneros
subvencionados por instituciones como la “Alfons el Magnánim”. En fin, es un
error disculpable, pues Bellveser sufrió lo indecible al expurgar la morfosintaxis
del dominico. El propio ensayista declara su desesperación en estos términos:
“Uso el apóstrofe (sic) para indicar elisión de voces ...uso el apóstrofe (sic)
para separar enclíticos”(p 138). Igual método usó en el “Tratat de pet” de
Mulet: “apóstrofe para indicar elisión de vocales” (p.25).
El apóstrofe, según el DRAE, es: “cortar de pronto el
hilo del discurso o la narración, ya para dirigir la palabra con vehemencia en
segunda persona a una o varias presentes o ausentes, vivas o muertas”. El
profesor Bellveser no reproduce la imprecación o apóstrofe que en tono solemne
y grave, supongo, espetó al espíritu del dominico. En fin, otros filólogos
menos vehementes no usan el dicterio o apóstrofe para elidir vocales o separar
enclíticos, sino el vulgar signo ortográfico llamado apóstrofo. Descifrar el
corrupto léxico de Mulet es difícil, incluso para expertos como el profesor
Bellveser. El fraile empleaba palabras tan raras como “taranyina”, ¿qué
diablos significaba? Eso es lo que se pregunta el doctor Bellveser:
“Taranyina. No he logrado descifrar esta palabra. Aparece en los tres
manuscritos” (p.257). Los habitantes de la ciénaga blavera sabemos que equivale
al castellano telaraña (tela + aranyina, teranyina, taranyina), pero el ensayista
Bellveser no pertenece a este submundo y no podía adivinar el significado de
“taranyina”, al figurar en diccionarios prohibidos como los de la Real
Academia Valenciana.
Quizá, inspirado por su admirado Fuster, Bellveser
juzgó castellana la grafia “borracho” (p.197). No es tan sencillo, pues según
Corominas: “el catalán tomaría verosímilmente el vocablo del mozárabe
valenciano directamente” (DCECH). Los latinistas como Pou, antes que Mulet,
normalizaron tal morfología: “lo qui está borracho” (a. 1575); “prengueren al
borracho”(Porcar: Coses, 1617); manteniéndose en los derivados, como vemos en
texto ilicitano anterior a la inmersión: “un instant de borrachera” (Lorente,
Lluis: Ramona, Elig, any 1887, p.l9)
Entre los enigmas que el profesor Bellveser ha
resuelto destaca uno referente a la genética molecular. Su fino olfato le
llevó al “Tratat del pet” de Mulet, y donde todos hubieran traducido “chemech”
por gemido, el profesor descubrió que: “chamech quiere decir gámet, la célula
reproductora” (p.51) ¡Uy,uy,uy! ¡Un dominico valenciano experto en células
reproductoras y zigotos en 1660! La gloria de descubrir estos enigmas la
comparte Bellveser con Fuster, Oleza y Joseph Lluis Sirera. Con tan buenos
pejes idiomáticos, ¿quién mejor que RB para dirigir la valencianización de la
“Alfons el Magnánim”?
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