Ricardo García Moya
Diario de Valencia
20 de Enero de 2002
La normalización
catalana, omnímoda, afecta a todos los campos semánticos, incluido el sexual.
El IEC acomoda, retuerce o elimina vocablos como “bujarró”, que últimamente se
ha esfumado del diccionario del Institut d’Estudis Catalans (ed. 1995); aunque
en idioma valenciano sigue vigente desde su aparición a fines del XV y en la
prosa renacentista “bujarrons ni putos” (Breu relació de la Germania, 1519). La
supresión es producto de la finor que impera en el IEC, y que ha motivado que
al pene lo llamen penis y al culto “culte”, huyendo del ancestral valenciano
“cult” por su homofonía con “cul”. Estas moralizaciones morfológicas son
reverenciadas por la progresía de bogavante, Saó y Vega Sicilia.
No obstante, los
catalanes “Grup Cristiá del col-lectiu Lambda”, el "Centre Associatiu de
Gais” y sus clónicos valencianos muestran cierta reticencia a adoptar los
pertinentes sustantivos y adjetivos catalanes. Así, al valenciano “bujarró”
corresponde “bugre” en catalán culto y progresista, aunque si algún idem visita
Asturias leerá cosas como “bugre da Fonte de Mato”, y no es que nos avisen que
tras la fuente está un bugre catalán preparado para darnos alegría mientras
bebemos. El bugre asturiano es un sabroso crustáceo al que suelen cocer vivo.
El léxico alusivo
a la homosexualidad -sea en valenciano, castellano o catalán-, es burlesco e
hiriente. La sociedad intentaba aniquilar al diferente, bien con la cremación
(aprovechando las cenizas para fabricar pólvora, como hacían en Barcelona) o
la marginación. El poeta valenciano Gilabert, en el sangrante "Mandado” a
Gil Robles, no halla adjetivo más duro que tildarle de homosexual: “Su
estupidez de carne de cebolla / su ensotanada hiel, su alma de ajo / y su cara
de culo y de gargajo / han de ser más quemados que fue Troya./ Vete, mariconazo,
se te ha visto / bajo los pantalones el roquete / y bajo la mirada el ano
hambriento”. Son imprecaciones donde la espontaneidad del poeta republicano
desvela el ancestral odio al “mariconazo”. Por algo García Lorca huía de Miguel
Hernández Gilabert, y cuando éste se reunía con Aleixandre no acudía el
granadino. Eran tiempos crueles, Miguel Hernández no ayudó a Muñoz Seca en su
calvario, y los catalaneros franquistas (Fuster, Riquer y compañía) tampoco
movieron un dedo cuando Miguel Hernández agonizaba en la cárcel de Alicante.
Volviendo al tema
observamos que “maricó” también ha desaparecido del diccionario del lEC. Los
filólogos Satué, Cahner y Gulsoy -expertos en la materia- descubrieron que
“maricó” era “répugnant castellanisme”, y advirtieron que la palabra catalana
equivalente al castellano maricón es “culer” (DECLLC, 1993) Bueno, ¡ejem!, en
fin, esto... ¿cómo les diría yo? El caso es que el diccionario del IEC
(ed.1995) enseña a los inmersores que “culer (sic) es el soci o simpatitzant
del Futbol Club Barcelona”. En idioma valenciano poseemos la voz “maricó” y
sus derivados: mariconet, mariconeta, mariconaes..., sin contar los complementos:
“maricó de convent, de placha, de cara de conill...”. La primera documentación
de maricón se debe a Torres Naharro, extremeño que escribía en “latín e italiano,
castellano y valenciano” (Propalladia, Nápoles,1517). Escrig consideraba
arraigada la voz “maricó” y, como equivalente semántico de mujer, en
valenciano también se usaba mariquita, siempre con el matiz despectivo de la
incomprensión social. El cotilla Martí Gadea recordaba a “María Vicenta”,
que en “el any 1856 se vea por los carrers de Valencia, tipo ridícul d’este
sobrenom, que no era més qu’un mariquita, fent figures, estovantse com un titot
quant pasava per les botigues y els depenents eixien a les portes a
requebrarlo y tirarli flors” (Tipos, 1908).
Hablando de flores, mi madre -que era más
educada que servidor- usaba en ocasiones el adjetivo “manflorita” como eufemismo,
siendo voz del idioma valenciano que también se aplicaba al amanerado de gestos
o excesivamente preocupado por la vestimenta. En “El agüelo Cuc”, zarzuela en
lengua valenciana estrenada en 1877, Balader y Escalante califican como “monflorita”
a Simonet, un joven que está hilando pacientemente: “¿Quí es eixe infelís
corder? / Simonet el monflorita”. Hay palabras valencianas similares, cargadas
de agudeza malvada y graciosa del vulgo, como “monquilí”, que no alude al sexo,
sino al que lleva prendas ridículas o que le sientan mal: “eixe va a la
monquilí” (En tiempos de penuria, el joven que había crecido y seguía usando
un pantalón que le quedaba corto, “anava a la monquilí”).
Aquel “María
Vicenta”, que se contorneaba por las calles de Valencia en el siglo XlX, sería
actualmente un “sarasa”. Voz de étimo árabe y polisémica, lo mismo aludía a
mujeres de mal vivir que a ciertos vestidos confeccionados con delicada tela de
algodón, cualidad que explica la traslación semántica: “un vestit de sarasa”
(Cansó de la sigarrera, Valencia, h.1850). Otro adjetivo valenciano que no hería
susceptibilidades era “afeminat”, prohibido en el 2002 por los comisarios
lingüísticos enquistados en Canal 9 y la Enseñanza; aunque nosotros no tenemos
que obedecer a estas fuerzas de ocupación. Cuando algún colaboracionista catalanero
se burle de usted por usar “afeminat”, contéstele que Jaume Roig lo usaba en
1460: “bastant, malvat, afeminat” (Espill), y Joan Esteve: “homens afeminats”
(Liber, a.1472), lo mismo que Mulet: ”si yo fora afeminat” (Poesies a Maciana,
h.1645). O Escrig “afeminat, afeminadet” (Dicc.1871) En su cangrejera manera de
defender nuestras señas de identidad, el doctor Tarancón y sus comandos han
anatematizado el adjetivo valenciano “afeminat”, imponiendo el catalán “efeminat”.
Por algo el gótico Hauf -virilmente ¿eh?-, lanza florecitas a San Zaplana (“El
Temps”, 31-XII-01. p.16)
Como es lógico,
también el léxico sexual mantiene frontera en el Cenia. Al tridente gay
catalán: bugre, culer i efeminat, el idioma valenciano opone un abanico de
sugerentes voces clásicas y modernas: maricó, maniconet, bujarró, afeminat,
afeminadet, sarasa, saraseta, monflorita, maríavicenta, de matamorta, sin
contar las compartidas con lenguas hermanas: sodomita, homosexual, puto, etc.
Esta riqueza debe ser incorporada por los combativos grupos catalaneros gays,
si son coherentes con sus postulados. Así, cuando desfilan con cuatro barras y
pidiendo la catalanización de los valencianos, debieran dar ejemplo y exhibir
pancartas en culto catalán del Principado, sin eufemismos ni ambigüedades, por
ejemplo: “Grup cristiá de cultes culers Ramon Llull”, “Cèrcol de bugres de
progrés Monestir de Montserrat”, “Cenacle efeminat de nois escriptors Enric Valor”,
etc. En fin, son admirables Oscar Wilde o García Lorca; pero es patético ver
a un valenciano -de cualquier tendencia sexual- arrastrándose tras el
catalanismo.
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