jueves, 29 de agosto de 2013

EL LÉXICO GAY VALENCIANO



Ricardo García Moya
Diario de Valencia 20 de Enero de 2002

La normalización catalana, omnímoda, afecta a todos los campos semánticos, incluido el sexual. El IEC acomoda, re­tuerce o elimina vocablos como “bujarró”, que últimamente se ha esfumado del diccionario del Institut d’Estudis Cata­lans (ed. 1995); aunque en idio­ma valenciano sigue vigente desde su aparición a fines del XV y en la prosa renacentista “bujarrons ni putos” (Breu relació de la Germania, 1519). La supresión es producto de la finor que impera en el IEC, y que ha motivado que al pene lo llamen penis y al culto “culte”, huyendo del ancestral valen­ciano “cult” por su homofonía con “cul”. Estas moralizacio­nes morfológicas son reveren­ciadas por la progresía de boga­vante, Saó y Vega Sicilia.
No obstante, los catalanes “Grup Cristiá del col-lectiu Lambda”, el "Centre Associa­tiu de Gais” y sus clónicos va­lencianos muestran cierta re­ticencia a adoptar los perti­nentes sustantivos y adjetivos catalanes. Así, al valenciano “bujarró” corresponde “bu­gre” en catalán culto y progre­sista, aunque si algún idem vi­sita Asturias leerá cosas como “bugre da Fonte de Mato”, y no es que nos avisen que tras la fuente está un bugre cata­lán preparado para darnos alegría mientras bebemos. El bugre asturiano es un sabroso crustáceo al que suelen cocer vivo.
El léxico alusivo a la homose­xualidad -sea en valenciano, castellano o catalán-, es bur­lesco e hiriente. La sociedad in­tentaba aniquilar al diferente, bien con la cremación (apro­vechando las cenizas para fab­ricar pólvora, como hacían en Barcelona) o la marginación. El poeta valenciano Gilabert, en el sangrante "Mandado” a Gil Ro­bles, no halla adjetivo más duro que tildarle de homosexual: “Su estupidez de carne de cebo­lla / su ensotanada hiel, su alma de ajo / y su cara de culo y de gargajo / han de ser más quema­dos que fue Troya./ Vete, mari­conazo, se te ha visto / bajo los pantalones el roquete / y bajo la mirada el ano hambriento”. Son imprecaciones donde la es­pontaneidad del poeta republi­cano desvela el ancestral odio al “mariconazo”. Por algo García Lorca huía de Miguel Hernán­dez Gilabert, y cuando éste se reunía con Aleixandre no acud­ía el granadino. Eran tiempos crueles, Miguel Hernández no ayudó a Muñoz Seca en su cal­vario, y los catalaneros fran­quistas (Fuster, Riquer y com­pañía) tampoco movieron un dedo cuando Miguel Hernán­dez agonizaba en la cárcel de Alicante.
Volviendo al tema observa­mos que “maricó” también ha desaparecido del diccionario del lEC. Los filólogos Satué, Cahner y Gulsoy -expertos en la materia- descubrieron que “maricó” era “répugnant cas­tellanisme”, y advirtieron que la palabra catalana equivalen­te al castellano maricón es “culer” (DECLLC, 1993) Bue­no, ¡ejem!, en fin, esto... ¿cómo les diría yo? El caso es que el diccionario del IEC (ed.1995) enseña a los inmersores que “culer (sic) es el soci o sim­patitzant del Futbol Club Bar­celona”. En idioma valenciano poseemos la voz “maricó” y sus derivados: mariconet, mari­coneta, mariconaes..., sin con­tar los complementos: “maricó de convent, de placha, de cara de conill...”. La primera docu­mentación de maricón se debe a Torres Naharro, extremeño que escribía en “latín e italia­no, castellano y valenciano” (Propalladia, Nápoles,1517). Escrig consideraba arraigada la voz “maricó” y, como equiva­lente semántico de mujer, en valenciano también se usaba mariquita, siempre con el ma­tiz despectivo de la incompren­sión social. El cotilla Martí Ga­dea recordaba a “María Vicen­ta”, que en “el any 1856 se vea por los carrers de Valencia, tipo ridícul d’este sobrenom, que no era més qu’un mariquita, fent figures, estovantse com un ti­tot quant pasava per les boti­gues y els depenents eixien a les portes a requebrarlo y tirar­li flors” (Tipos, 1908).
Hablando de flores, mi ma­dre -que era más educada que servidor- usaba en ocasiones el adjetivo “manflorita” como eu­femismo, siendo voz del idioma valenciano que también se aplicaba al amanerado de ges­tos o excesivamente preocupa­do por la vestimenta. En “El agüelo Cuc”, zarzuela en len­gua valenciana estrenada en 1877, Balader y Escalante cali­fican como “monflorita” a Simonet, un joven que está hi­lando pacientemente: “¿Quí es eixe infelís corder? / Simonet el monflorita”. Hay palabras va­lencianas similares, cargadas de agudeza malvada y graciosa del vulgo, como “monquilí”, que no alude al sexo, sino al que lleva prendas ridículas o que le sientan mal: “eixe va a la monquilí” (En tiempos de penuria, el joven que había cre­cido y seguía usando un panta­lón que le quedaba corto, “ana­va a la monquilí”).
Aquel “María Vicenta”, que se contorneaba por las calles de Valencia en el siglo XlX, sería actualmente un “sarasa”. Voz de étimo árabe y polisémica, lo mismo aludía a mujeres de mal vivir que a ciertos vestidos confeccionados con delicada tela de algodón, cualidad que explica la traslación semántica: “un ves­tit de sarasa” (Cansó de la siga­rrera, Valencia, h.1850). Otro adjetivo valenciano que no he­ría susceptibilidades era “afe­minat”, prohibido en el 2002 por los comisarios lingüísticos enquistados en Canal 9 y la En­señanza; aunque nosotros no tenemos que obedecer a estas fuerzas de ocupación. Cuando algún colaboracionista catala­nero se burle de usted por usar “afeminat”, contéstele que Jaume Roig lo usaba en 1460: “bastant, malvat, afeminat” (Espill), y Joan Esteve: “home­ns afeminats” (Liber, a.1472), lo mismo que Mulet: ”si yo fora afeminat” (Poesies a Maciana, h.1645). O Escrig “afeminat, afeminadet” (Dicc.1871) En su cangrejera manera de defender nuestras señas de identidad, el doctor Tarancón y sus coman­dos han anatematizado el ad­jetivo valenciano “afeminat”, imponiendo el catalán “efemi­nat”. Por algo el gótico Hauf -virilmente ¿eh?-, lanza floreci­tas a San Zaplana (“El Temps”, 31-XII-01. p.16)
Como es lógico, también el léxico sexual mantiene fronte­ra en el Cenia. Al tridente gay catalán: bugre, culer i efemi­nat, el idioma valenciano opo­ne un abanico de sugerentes voces clásicas y modernas: ma­ricó, maniconet, bujarró, afem­inat, afeminadet, sarasa, sara­seta, monflorita, maríavicenta, de matamorta, sin contar las compartidas con lenguas her­manas: sodomita, homosexual, puto, etc. Esta riqueza debe ser incorporada por los combativos grupos catalaneros gays, si son coherentes con sus postulados. Así, cuando desfilan con cuatro barras y pidiendo la catalaniza­ción de los valencianos, debier­an dar ejemplo y exhibir pan­cartas en culto catalán del Principado, sin eufemismos ni ambigüedades, por ejemplo: “Grup cristiá de cultes culers Ramon Llull”, “Cèrcol de bugres de progrés Monestir de Montserrat”, “Cenacle efemi­nat de nois escriptors Enric Va­lor”, etc. En fin, son admira­bles Oscar Wilde o García Lor­ca; pero es patético ver a un va­lenciano -de cualquier tenden­cia sexual- arrastrándose tras el catalanismo.


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