jueves, 8 de agosto de 2013

¿CRITERIOS FILOLÓGICOS? NO ME DIGA...




Por Ricardo García Moya

Las Provincias 15 de Mayo de 1998

Once kilos de papel, once; pesan "Las observaciones de Cabanilles" editadas por Bancaixa en castellano y catalán, como es norma en el ente del logotipo de las cuatro barras. Al facsímil del texto de 1797 se le ha adherido un dadaista epílogo de don Vicent M. Rosselló, catedrático de Geografía de la Universidad de Valencia. Bajo la boina ideológica de Joan Fuster -al que recurre como autoridad omnímoda- analiza los criterios filológicos que sobre el idioma valenciano tenía el naturalista dieciochesco. ¿Conclusión? Cabanilles era un convencido partidario de la unidad de la lengua: "Cabanilles se ve obligado a hacer una declaración de principios sobre el valenciano, cuya pertenencia al ámbito catalán reconoce con el eufemismo de llemosí" (Roselló, V.; Bancaixa, T.IV, 1997, p. 501). Puf, pub, ¡vaya patinazo anacrónico, diacrónico y sincrónico que comete el veterano paisvalencianero Roselló!
El lemosín era considerado origen del valenciano, mallorquin y catalán por los filólogos del XVIII; criterio que aceptaban los intelectuales valencianos como Ros, Mayans o Cabanilles. EI profesor Roselló hubierá evitado el ridículo si leyera LAS PROVINCIAS pues el 24 de febrero de 1995 publicábamos "Mayans y Siscar contra el Bloc", donde reproducíamos los razonamientos expresados por Gregorio Mayans en 1737 sobre el tema: "Dialectos de la lengua lemosina son la catalana; valenciana y mallorquina. La catalana ha recibido muchos vocablos de la francesa; la valenciana, de la castellana..." (LP, 24-2-1995). Es decir, Cabanilles seguía la opinión de las universidades europeas al pensar que "el idioma general del Reino de Valencia es el valenciano", distinto al dialecto catalán del lemosin.
Roselló enarbola los criterios de Fuster, ignorando la documentación coetánea. Si leyera LAS PROVINCIAS se habría enterado de que los cata- lanes del XVIII idearon la estrategia de aumentar la longevidad de su lengua; pues como decía el barcelonés Agustín Eura en 1731:  "No me acontenta que la lengua catalana tenga origen del pueblo lemosín" (LP,18-11-1997). Pretendían que fuera una de las 72 babélicas, e intentaron hacer creer -ante el cachondeo de los ilustrados- que el catalán era el origen de los idiomas adyacentes, desde el provenzal al castellano. (B. Univ. Barc. Ms. 42). Este tocomocho todavía lo recuerdan los franceses: "Dans les temps modernes, le nom de catalan a été donné quelquefois au provençal classìque. Cette erreur a été répandue par des savants (?) catalans du XVIII siècle" (Grammaire de I'ancien provençal. Paris,1921, p. 9).
Roselló carga al "diglósico" Cabanilles maldades castellanizantes: "Un diglósico (Cabanilles) tiende a aproximarse a la lengua dominante por la vía de adaptación.  Por esta vía puede convertirse la Mare de Deu del Loreto en Lorito, Llucena en Lucena, Mutxamel en Muchamiel" (p. 496). Yerra otra vez. Cabanilles era un científico que escribía Lorito por escucharlo al pueblo y leerlo en documentación culta. En 1621 anotaba el cronista de Alicante: "Lo Bisbe de Oriola, devotissim de Nostra Senyora de Lorito" (Ms. C. Lor.1620). Además ¿qué es eso de "Mutxamel" con tx, señor Roselló? En la documentación foral en lengua valenciana -como el manuscrito de "Nostra Senyora de Lorito de la Iglesia de Muchamel"- aparece el topónimo con ch; y en 1600 no padecía diglosia esta zona del Reino.
En su delírio fústeriano, el teniente Colombo Roselló cree descubrir impresores y correctores valencianos "catalonófonos" (p. 498) que intentaban catalanizar la lengua valenciana en el XVIII (quizá confunde a los buscadores de arcaísmos provenzales, como Sanelo, con sardaneros del Bloc). También supone que el "diglósico" Cabanilles comete pecado castellanizante al escribir Lucena por Llucena (pueblo de mis raíces, por cierto), cuando el  botánico se limitaba a cumplir una norma ortográfica que, en 1667, el Artiacá de Molvedre recordaba: "May al principi se escriu en valenciá ab dos II, sols sen escriu una, y es pronuncia com a dos" (Bateig,  1667). Centenaria norma valenciana que en aquellos años desaparecía, como observó Escoriguela en 1792 "ultimament, la ele en principi de dicció te forma de dos eles" (Ms. Reflexiones, f.14). Esta norma sobre las consonantes liquidas llegó a afectar a las internas. En 1669, un burlesco "Romance en lengua valenciana" describía a "Un home, que pera fer la mort, sols li ve a faltar el que li buiden los uls (por ulls) y leven (per lleven) lo cap del nas" (Rodriguez, J.: Fiestas, 1667, p. 396).
Da a entender Roselló que Cabanilles era una especie de calabazón con extremidades que escribía al dictado de algún sabio catalán, pues intuye su presencia por cualquier resquicio de la prosa del botánico: "Se sospecha al repasar el índice caballinesiano alguna fuente catalana" (Roselló. T. 4." p. 499). Sospecha, intuye, imagina, supone... (como decía Goya, el sueño de la razón produce monstruos). Sin más apoyos que los de su fiebre sardanera, insiste en los disparates: "Es probable que Cabanilles fuese el introductor del apóstrofo en la lengua catalana" (p. 497) ¡Qué cruz, señor, qué cruz! En primer lugar atropella los conceptos de Cabanilles, que siempre llamó lengua o idioma valenciano al del Reino, jamás catalán. En segundo lugar, Roselló descubre su liviandad al no consultar textos coetáneos conocidísimos que le evitarían hacer el ridículo bis. Por ejemplo, antes de la obra de Cabanilles se pulilicaba el catálogo "d'els pardals de l'Albufera", donde Orellana situaba apóstrofos hasta en el titulo.

Así son los criterios filológicos del Tercio de Catalunya  íncrustado en las universidades valencianas. Ellos y los asesores sardaneros de Bancaixa sí han dejado huella en "Las observaciones", alterando conceptos y toponimia. Cabanilles anotaba Cabeçó, no Cabeç; Chorrador del Fillol de Alcoy, no Xorrador d'Alcoi; Orcheta, no Orxeta, etc. Todo es patético, como las fotografías con carteles recién pintados por los inmersores para dar a entender que voces como "amb" o "bruticia" están arraigadas en el Reino. Once kilos de papel, once, pesa este féretro catalanero donde quieren sepultar a Cabanilles.

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