domingo, 18 de mayo de 2014

MISTERIOS DE LA HISTORIA



Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991



IX.                RECONQUISTA HISTÓRICA Y RECONQUISTA ANTIHISTÓRICA DEL                  
REINO DE VALENCIA (siglos XIII y XX) (VII)


FUEROS Y MUERTE DEL CONQUISTADOR
Los conquistadores no encuentran seria dificultad en en­tenderse con los habitantes de Valencia, la mayor parte de los cuales se queda en la ciudad bajo el mando de los cristianos. Ellos hablaban el romance valenciano arabiza­do; los conquistadores hablaban casi todos el romance de Aragón. La población no aumentó más allá del cinco por ciento, y la mayoría de ese cinco por ciento no era catala­na; mal pudieron crear esos exiguos contingentes de Cata­luña una lengua valenciana porque se encontraron con ella. Allí estaba un niño de doce años, el futuro mártir misione­ro San Pedro Pascual, primer escritor en lengua valencia­na que ningún conquistador le había enseñado; la apren­dió en casa bajo el dominio musulmán, y en ella escribio la Biblia Parva, como instrumento de evangelización. Para librar a su nueva conquista de las intransigencias arago­nesas, que concebían al nuevo reino como una prolonga­ción del de Aragón, Jaime I afianza su concepción de reino autónomo para Valencia, al que va a dotar de fueros pro­pios -els furs-, en los que descarta del gobierno a nobles y eclesiásticos, con lo que instituye una especie de clase dirigente de tipo burgués. «El reino de Valencia -conclu­ye Ubieto- fue el producto de la voluntad de Jaime I, que lo creó para diferenciarlo del reino de Aragón y del conda­do de Barcelona. Surgió en la primavera de 1239» (op. cit., I, p. 232). Cuando se va consumando la conquista, Jaime I la fortalece con donaciones que se incluyen en el Llibre del Repartiment (1237-1252). No hay el más mínimo monopolio catalán en la repoblación, que se realiza por mezcla de aragoneses, catalanes, navarros, castellanos y extranjeros con claro predominio de aragoneses. Jaime I continúa la reconquista del reino; y en 1244 pacta en Almizra con su sobrino Alfonso X el Sabio de Castilla los límites finales. En 1261 ordena traducir los fueros al valenciano. Manda que en los juicios se utilizara el romance valenciano.

La Reconquista terminó para la Corona de Aragón con la toma de la última fortaleza musulmana, el castillo de Biar, en 1245; desde entonces Jaime I se dedicó a consoli­dar el Reino de Valencia, reprimió algunas revueltas mu­sulmanas, reafirmó la autonomía del reino y su personali­dad al oponerse a las pretensiones hegemónicas de los aragoneses y, en definitiva, logró plenamente que cuajase su sueño valenciano. Murió en 1276, y si su recuerdo per­dura en toda la Corona de Aragón y en toda España (sobre todo en Murcia, que por dos veces reconquistó en benefi­cio generosísimo de Castilla) es, sobre todo, en su Reino de Valencia, donde el Conquistador pervive como un hé­roe primordial y mitológico.
LA VEREDA DEL REINO

Todos los demás reyes de la Corona de Aragón -hasta Juan Carlos I- han sido a la vez reyes de Valencia, y ostentar­on por lo tanto la doble numeración de su dinastía. Suced­ió a Jaime I su hijo Pedro I, que dominó la última rebe­liónn general de los moros sometidos, al conquistar su último reducto en el castillo de Montesa en 1277; de esta campa­ña surgió la cuarta de las grandes órdenes militares españolas, tras las de Santiago, Calatrava y Alcántara, cuyo Maestrazgo asumió, como en el caso de las demás, el rey Fernando el Católico. Ya sabemos que una quinta orden nacida entre Alcántara y Montesa, la orden naval de Santa María de España, instituida en Cartagena por el rey Sabio AIfonso X pora fechos allend mar (lema que hoy ostenta a fragata Infanta Elena, de la Marina de guerra española), fue absorbida por la orden de Santiago cuando casi todos los caballeros de Santiago habían perecido en una derrota contra los moros de Granada; la propia Corona de Castilla ordenó la inmolación de la orden naval-militar para salvar la más antigua de todas. Pedro I defendió los fueros del Reiino de Valencia, rechazados por la nobleza de Aragón. En su tiempo, 1283, se instala en Valencia, antes que en Mallorca y Barcelona, un Consulado del Mar.

Alfonso I de Valencia, y II de Aragón, hijo de Pedro I, reina de 1286 a 1291. A1 proclamarse re y de Valencia arreciaron las protestas de los nobles aragoneses, que prefe­rin considerar al Regne como parte de Aragón. Los valenc­ianos se oponen y obtienen del rey el privilegio general de rechazo de los fueros aragoneses. La Corona optó entonces por otorgar a cada pueblo el fuero que deseara; 31 de esos pueblos, dominados por la oligarquía nobiliaria, optaron por el fuero de Aragón y todos los demás, una gran mayoría, por los furs de Jaime I.

Entre 1291 y 1327 reinó Jaime II, que mantuvo una gue­rra contra Castilla; avanzó hacia el sur del reino, y tomó Alicante, Orihuela y Murcia. En el tratado de Campillo 1304 se extendieron los límites meridionales del Reino da Valencia hasta comprender Orihuela; entre este municipio y el vecino y ya murciano de Beniel discurría –y ahora se mantiene- un camino -ya alcanza un alto valor símbólico que la frontera entre los dos reinos Hermanos de Valencia y de Castilla sea eso, un camino- que hasta hoy se denomina, entre naranjales, La vereda del reino, jalonada por dos grandes tueros en su cruce con el camino real Orihuela-Murcia. He paseado muchas veces en torno a ese cruce, por la Vereda del Reino, que vista desde el de Valencia se refiere al de Castilla, y vista desde Castilla anuncia el de Valencia. El habla y la arquitectura se divi­den suavemente, como uniéndose a uno y otro lado de esa Vereda cuyo profundo significado debieran conocer quie­nes desde uno u otro exclusivismo tratan de pontificar so­bre lo que ignoran. A1 extinguirse en 1312, tras una dura persecución europea y romana, la Orden del Temple, el rey de Valencia obtiene del papa Juan XXII la erección canónica de la Orden de Montesa, cuyo nacimiento hemos citado ya y que absorbió a muchos templarios. Todo el Rei­no de Valencia apoya a Jaime II en la conquista de Cerde­ña, y todo el Mediterráneo occidental se llena con las ha­zañas del almirante valenciano Carroç.
unicipk � u �� �� ñaban por derecho los ciudadanos, la estima en que los tuvieron los Reyes de Aragón, y la parte que desempeñaban en las Cortes en el Brazo real o popular.

     Al Justicia, que era ciudadano cada dos años, pertenecía el derecho de llevar el estandarte real en los casos de guerra: así lo practicó Ramón Soler en 1365 cuando salió el egército valenciano a las órdenes de D. Alonso de Aragón, Conde de Denia, contra las huestes de D. Pedro de Castilla, regidas por el Maestre de Alcántara.
     Durante la rebelión de los moros de Benaguacil, Benisanó, Bétera, Villamarchante y Paterna, llevaba el estandarte Baltasar Granulles, ausiliado por D. Gimén Pérez Pertusa.
     Durante la conquista de Sicilia en 1282 fueron Almirantes Raimundo Marquet y Berenguer Mayol, ciudadanos de Barcelona.

     Los Jurados eran honrados con el título de Magníficos; y su trage era una gramalla o toga semejante a las que usaron los Senadores de la república de Venecia.

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