Autor:
Antonio Magraner Rodrigo
Valencia
1975
ARV.
Signatura 1607-2498
Capítulo
II. Consecuencias económicas de la expulsión.
Capítuo III. El problema de la repoblación del Reino
de Valencia.
Hemos aludido, anteriormente, y de pasada, a esta
importante cuestión. Estimamos conveniente insistir, al presente en el aspecto
demográfico de la repoblación, dada la trascendencia que había de tener para el
futuro de la economía regional, en particular, durante los primeros años que
siguieron a la expulsión de los moriscos, decretada en 1609.
En efecto, parece incuestionable que tras esta
histórica fecha en Reino de Valencia –cuya
población total, hacia 1609, rebasaba los 500.000 habitantes- perdió el
22 y el 30 por ciento de los mismos, en su inmensa mayoría campesinos y
vasallos de la aristocracia terrateniente y latifundista.
El historiador H. Lapeyre analiza el paisaje geográfico
del Reino de Valencia y los censos totales de la población –1527, 1563, 1585, y
1602-, adoptando para el cálculo de los habitantes el índice 4,5. Otros, como
Reglá, estiman más adecuado el índice de 5 personas por casa.
Según el citado profesor de Grenoble –a quien tanto
debe la historia de España de los Austrias, los cristianos viejos, en cuyas
manos estaban la industria y el comercio, habitaban masivamente en las ciudades
y los pocos moriscos que existían en ella quedaban relegados a los suburbios.
Las tierras de secano, a excepción de la provincia de Castellón, en cuyas zonas
de Morella y el Maestrazgo había un compacto bloque cristiano, estaban
ocupadas, predominantemente, por los moriscos.
Recordemos
que aquí se constituyó un poderoso recurso de las fuerzas imperiales del
emperador Carlos V durante la guerra de las Germanías, a comienzos del siglo
XVI, así como de las tropas carlistas del general Cabrera, en el siglo pasado.
De las interesantes aportaciones de Lapeyre se puede
comprobar, asimismo, que todos los macizos montañosos e incluso las regiones de
colinas desde el río Mijares, como también las que al oeste de Valencia se
extienden hacia Chiva y Buñol,
constituían núcleos de población que, en su mayoría, eran de raza morisca; por
consiguiente la huerta de Valencia, la plana de Gastellón, la ribera de Jucar y
las huertas de Alicante, Elche y Orihuela, eran comarcas casi enteramente
cristianas, abundando, sólo, los moriscos en dos zonas de regadíos: las
situadas en torno a Gandía y Játiva. Igualmente eran numerosos en las tierras
de barones, esto es, en las de señorío laico; pero escaseaban en los lugares de
realengo y en las de señorío eclesiástico.
No es extraño, por cuanto se acaba de decir, que las
rebeliones más importantes de los moriscos tuvieron lugar en os lugares de
montaña: en 1526 en la sierra de Espadán
(entre los ríos Mijares y Palancia); y en 1609, en la región de la Muela
de Cortes y en el Valle de Laguar.
Lapeyre examina, además, la evolución demográfica
hasta 1609. En el periodo comprendido en 1537 y 1563, para noventa localidades
moriscas, la población disminuye ligeramente, por lo que según el citado autor
se explica por la emigración a Berbería. Por el contrario, durante las mismas
fechas, en otras ochenta localidades se aprecia un incremento del orden de un 7
por ciento.
Desde 1563 a 1609 la población total del Reino
del Valencia pasa de 64.075 hogueras o
“focs” a 96.731, advirtiéndose un aumento del 50,9 por ciento, por lo que se
deduce que el ritmo de aumento morisco alcanza el 69,7 por ciento y el de los
cristianos viejos sólo el de 44,7 por ciento. La capital se estancaba en unos
50.000 habitantes, sin crecer el ritmo del Reino. Como causa posible del mayor
incremento de la población morisca aduce el citado historiador galo el celibato
por los abundantes eclesiásticos. La proliferación de moriscos, que, por
ciento, era buen vista por los señores de lugares, ya que con ello aumentaban
sus rentas, fue uno de los más importantes motivos que contribuyeron a su total
ruina. Cuando en 1609 se decretó su expulsión por Felipe III, a los señores no
les quedó otros remedio que plegarse a la voluntad regia, que representaba
asimismo la de la opinión pública.
El Canónigo archivero de la Catedral de Valencia,
don Ramón Robres Lluch, ha empleado los datos estadísticos publicados por
Lepeyre, al aportar una investigación extraída de la Sagrada Congregación del
Concilio, en el Archivo Secreto Vaticano,
y otras fuentes destacando, por su especial interés, una estadística de
1622, cuyas cifras globales constituyen valioso elemento para medir el alcance
de la repoblación dentro de los primeros años subsiguientes al extrañamiento de
los moriscos.
Así como el triunfo de la aristocracia latifundista,
estrechamente aliada a la Corona, implicó la victoria del campo sobre la ciudad
en la guerra de las Germanías, la expulsión de los moriscos, una centuria más
tarde, constituyó –como dice Reglá- “el reverso de la medalla: el triunfo de la
ciudad sobre el campo. Como es lógico, dada la distribución de la población,
las consecuencias económicas de la expulsión de los moriscos valencianos fueron
mayores y de más duración en el interior y sobre todo en las comarcas
meridionales del reino”.
Los coetáneos de la expulsión se dieron perfecta
cuenta de las consecuencias que sobrevendrían, particularmente en el aspecto
económico, con esta victoria –pírrica victoria- de la ciudad.
Ya lo preveía el patriarca-arzobispo de Valencia,
don Juan de Ribera, quien en una carta a un ministro de Felipe III, fechada en
dicha ciudad, el 19 de diciembre de 1608, decía lo siguiente: “Las ciudades y
lugares grandes se sustentan con la provisión que éstos (moriscos) traen, las
iglesias, monasterios de frayles y monjas, hospitales, cofradías, exenciones de
censos y legados píos, nobles, caballeros y ciudadanos, finalmente todos
cuantos son necesarios en la República, para el Gobierno y ornato espiritual y
temporal de ella dependen del servicio de los moriscos, y se sustentan en los
censales que han cargado ellos o sus antecesores sobre lugares de los moriscos
y así, viéndose imposibnilitados de poder a S.M. lamentando su miseria y
destrucción. Prometo a V.M. que pensando diversas veces en esto deseo que
Nuestro Señor me lleve antes de ver tanta lástima sin poderla remediar y Él
sabe de quan poca consideración es para mí la pobreza que ternía esta dignidad
y que a trueque de verme sin tantos herejes con nombre de feligreses míos,
ternía por muy buena dicha quedarme con necesidad de comer pan solo”.
Por su parte, el Marqués de Caracena, Virrey, a la
sazón de Valencia, manifestaba a Felipe III, en 18 de mayo de 1610:
“Considerando de cien casas de moiscos (sic) a quantas se pueden reducir de
cristianos viejos, si serán a treinta o quarenta... Certificado a V.M. que no
podré encarecer con palabras el estado trabajoso en que este Reino de Valencia
se halla... porque la mayor parte de él vive de responsiones de censos y no se
cobra ni puede cobrar cantidad alguna dellos con exenciones o sin ellas... y
los que los responden, no solo los señores y comunidades, pero aún los
particulares no pueden pagar porque no cobran frutos...”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario