Ricardo García Moya
Diario de Valencia 10 de junio de 2001
Igual que Millikin en Illinois, por la universidad de
Saskatchewan (Canadá) retoza Curt Wittin, autor de “Los catalanismos en la
traducción castellana de la versión catalana del libro de Valerio Máximo”
(Estudios de lingüística, 1998). El laberíntico título alude, faltaría más, a
la traducción valenciana acabada por fray Antoni Canals en 1395. El
canadiense, imitador de Gulsoy y Germá Colón, degrada el perfil intelectual
del dominico valenciano al afirmar que “Canals no era un humanista”, repitiendo
la rancia consigna del Institut d’Estudis Catalans y la Gran Enciclopedia Catalana.
Quieren encasillar a Canals como fraile garbancero, insensible al contenido de
los textos clásicos que traducía. ¿Para qué? Está claro. La distinción entre
lengua valenciana y catalana establecida por Canals en 1395 sería fruto de la
ignorancia del dominico, al “no ser un humanista" consciente del valor
de los conceptos.
No nos engaña Curt. El universo humanístico delimitado
por Dante y Erasmo albergaba pintores, filósofos, mecenas, arquitectos y, como
nuestro Canals, traductores que facilitaron el conocimiento de la cultura
clásica a los que no sabían latín y griego. Fray Antoni Canals se anticipa en
medio siglo a un Marsilio Ficino que traduce a Platón para establecer
paralelismos entre su pensamiento y el cristianismo; propósito idéntico al
esgrimido por Canals para llevar al idioma valenciano a Séneca, Tito Livio y
Valerio Máximo. Lo que escuece al fascismo catalanero es que Canals
testificara la existencia de frontera idiomática entre las lenguas valenciana
y catalana en el lejano 1395; cuando no existía -según la inmersión- secesionismo.
La traducción en “llengua materna valenciana” fue encargada por Jaime de
Aragón, obispo de Valencia, insatisfecho con la realizada “en llengua
catalana”. Al trasladar el texto latino, Canals tuvo que buscar recursos
lingüísticos de la lengua nacional valenciana, algo que no ofrecía la caótica
lengua catalana plagada de provenzalismos léxicos y arcaísmos sintácticos.
Canals introduce por vez primera en una lengua peninsular
un caudal riquísimo de voces sobre mitología, latinismos glosados y nombres
propios con comentarios etimológicos. La lengua se enriquece y surgen
neologismos como el sustantivo “imbecilitat”, que Canals -anticipándose al
gallego, catalán y castellano- incorpora a la lengua valenciana en 1395. El
hecho de que Jaime de Aragón remitiera una copia a los consellers de
Barcelona, pese a que tenían otra en catalán, confirma que el valenciano era
paradigma de lengua culta en la Corona de Aragón. La traducción valenciana se
convirtió en modelo para humanistas catalanes y castellanos, como Juan
Alfonso de Zamora en 1418. Al ser lenguas hermanas, hasta Curt de Saskatchewan
entiende que “Juan Alfonso podía calcar (en castellano) la sintaxis del
original” (p.455). Es decir, en 1400 era el léxico lo que diferenciaba el valenciano
del castellano y catalán. Curt también se percata de que las voces neolatinas
hispánicas eran similares, salvo mínimas variables morfológicas: “Asimismo,
Alonso de Zamora encontró casi siempre alguna palabra castellana congénere de
la voz usada por Canals” (ib).
Los
humanistas como Canals propiciaron que la lengua valenciana poseyera voces
del mundo clásico que en otras lenguas -como la catalana- se incorporarían
posteriormente. Así, el sustantivo “pigmeu” se anticipa en textos literarios
valencianos; p.e., en poesías satíricas como el “Somi del Infern” de Morlá:
“Deu jagants y sis pigmeus” (v.68). Dueño de los recursos del idioma, Morlá
usaba el patrimonial diminutivo, “els jagants y pigmeguets” (v.87 ),
ambientando el sueño infernal con los mitológicos enanos que molestaron a la
diosa Hera, fueron citados en la Iliada y lucharon contra las cigüeñas. De
igual modo, la campiña mitología adquiría color con los selváticos faunos,
sustantivo documentado en catalán en 1839 (Corominas); siglos antes, por la
literatura valenciana correteaban los impúdicos semidioses en octosílabos que
Mulet, en 1645, dedicaba a la pobre Maciana: “Visions de tots los diables,
faunos, tigres... (v.530); “y may a somiat faunos, dragons...” (v.538)
Nuestros antepasados no jadearon tras los filólogos
castellanos o catalanes suplicando autorización para incorporar tal adjetivo
o sustantivo, sino que los modelaban partiendo de las lenguas clásicas;
aunque no siempre fueran voces sublimes. Así, Canals usa por vez primera en un
texto literario el escatológico orinal (“orinal ple de orina”). El dominico
también fue el primero en usar en una lengua peninsular la voz “pedagog”, que
daría “pedagoc” en valenciano moderno.
Canals recurría a latinismos cuando no hallaba en valenciano
voces idóneas, actitud opuesta a la de los filólogos catalaneros, que no dudan
en arrinconar voces genuinas, como Morvedre. Desde el siglo XII existe documentación
que informa de la evolución de las diversas grafías mozárabes del topónimo
(Murus veteri, Murum Vetus, Murvedre, etc.). Antes de 1238 los valencianos que
vivían en el área de la heroica villa crearon este topónimo, que no
significaba el olvido del Sagunto histórico. Jaume Roig escribe: “huy dit Morvedre”,
en 1460; y así fue hasta la inmersión, pues el nombre mozárabe fue respetado
por los botiflers (en 1793 publicaba Enrique Palos la “Disertación sobre el
teatro y circo de Sagunto, ahora villa de Murviedro”). En el franquismo, el
Institut d’Estudis Catalans prohibió el topónimo Morvedre, sustituyéndolo por
el latinismo castellano Sagunto o Sagunt. A los colaboracionistas Fuster y
Guarner no les interesaba la huella del mozarabismo idiomático valenciano.
Pueden hacer y deshacer a placer. Analicen la malicia
intelectual que exhibe Corominas en su ensalzado diccionario etimológico:
“el valenciano Joanot Martorell afirma en 1437 que en catalán lo conocían ya
hasta los muchachitos” (DCECH, tomo IV, Gredos, 1989, p.634) ¡Pobre Martorell!
Ante esta falsedad cabe una duda: Si es punible plagiar textos sin citar al
autor ¿no será más delito atribuirle una opinión falsa o un juicio inexistente?
Lástima que a nuestras autoridades sólo les preocupe defender las señas de
identidad de Cataluña y, por el contrario, ofrezcan subvención a los que
destruyen las valencianas, como es el caso de Curt de Saskatchewan.
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