Autor: Joan Ignaci Culla
Todo
apuntaba a que el famoso suflé catalán de Maragall sería sustituido por unes
mongetes . No porque sea una especialidad culinaria más apetecible, sino porque
toda esta historia iba acabar como los efectos que produce la abundancia en la
degustación de este plato. Al parecer son tantos los políticos que lo probaron,
que nadie se atrevió a señalar al responsable de tamaño hedor, ya que todos han
contribuido a cargar este ambiente fétido.
De
hecho, ya ha comparecido en el Parlamento catalán el consejero de Política
Territorial, Joaquín Nadal, para afirmar ante la comisión de investigación que
“no hay ninguna evidencia” de que existieran irregularidades contables en la
empresa de la Generalitat Guisa.
Tampoco
pasará nada con la denuncia de Media Park, donde parece que han desaparecido
más de 1.000 millones de las antiguas pesetas. Según los denunciantes, Media
Park, empresa en la que Telefónica y TV3 son accionistas, realizó pagos a
políticos de CiU, concretamente, a un hijo de Jordi Pujol.
Todos
miraron en su día hacia otro lado cuando se habló de las conexiones que tenía
el antiguo presidente de la Generalitat catalana con el entonces presidente de
Telefónica, Juan Villalonga. El código de silencio, al más puro estilo de mafia
catalana, va a primar por encima de todo.
Lo
de Maragall y Artur Mas ha sido pura comedia, “yo no aireo tus olores, ni tú
los míos”. Hasta Piqué contribuyó en esta comedia con su coitus interruptus
haciendo de extra gratuito. Por mucho que se empeñen (es un decir) los comités
o la Fiscalía Anticorrupción, este culebrón inmobiliario quedará en aguas de
borrajas.
Por
otra parte, no nos debería extrañar, ya que no es la primera vez (ni la última)
que salen a la luz pública (aunque luego se apaguen) casos de corrupción en
Cataluña... Se les escapan de vez en cuando.
Ahí
queda en la memoria el caso Banca Catalana y sus presuntos lazos con Pujol,
cuyo efecto púdico quedó difuminado en el espacio, en el tiempo y en la forma
por ese pacto de silencio. Ese caso, como el de ahora, no llegó al postre . Se
pulverizó en el primer plato. ¡Una pena! De no haber predominado las
influencias/apoyos/chantajes (como ahora) al/por el poder, habrían servido,
entre otras cosas, el segundo plato: el boniato valenciano.
El boniato valenciano no era, ni más ni
menos, sino la versión del impuesto revolucionario inmobiliario del suflé a la
financiación y sostenimiento del catalanismo en la Comunidad Valenciana.
Al
grito de “dame boniato y dime tonto”, cuya versión actualizada por los
académicos de la AVL es “dame boniato y dime panca”, se subvencionaron
editoriales, manifestaciones pro Països Catalans , claustros, a personajes como
Eliseu Climent (repasar hemerotecas) y distintos servicios públicos. Cualquier reafirmación
catalanista tenía la justa contraprestación (como hoy). Todos los empeños de
borrar la literatura e historia valenciana eran (son) espléndidamente
gratificados.
No
importaba que en ese momento no tuviesen adeptos a la causa, ni que les adjudicasen
el nombre de traidores o el del tubérculo: boniato.
Lo
realmente importante era conocer el carácter del valenciano y saber que, con el
tiempo, cambiaría o adaptaría el paladar a las nuevas costumbres culinarias,
por hediondas que fuesen estas, y máxime después de los últimos sondeos de
opinión que confirman que lo más progre de lo progre es comer boniato.
Lo que en un pasado fue un símbolo de
subsistencia, hoy se servirá como un plato distinguido en los mejores despachos
(restaurantes). Ni los del suflé ni los del boniato van a ser capaces de
mitigar el aire fétido que nos envuelve por más colonia que se empeñen en
pulverizar.
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