miércoles, 23 de noviembre de 2011

DON JAIME I EL REY QUE FORJO LA ESPAÑA PLURAL (I)


Autor: José Luis Villacañas Berlanga
Universidad de Murcia
Extraído de Intrnet
1.- Un antes y un después de la historia hispana
Jaume el conquistador es el hombre decisivo porque marca el antes y el después en la formación de la Corona de Aragón, de la política hispánica y de la europea. Por mucho que su entorno creyera vivir en un tiempo continuo y repetido, él conoció el instante de la crisis, cortó el nudo gordiano de la continuidad y produjo algo increíble y nuevo. Por él hay una historia antigua y una historia nueva, una que no nos afecta tanto y otra que nos sigue determinando a través de los siglos. Sin embargo, no debemos confundirnos. Este sentido de la novedad también lo tenía el propio rey. Él era muy consciente de lograr cosas nuevas, que ningún rey anterior había hecho. Y sin embargo, aquí está la clave del asunto: en un tiempo donde todo debía repetirse, la novedad era una excepción. Desde luego, los hombres de la Edad Media sabían que el tiempo trae cosas nuevas y que los reyes deben hacerle frente con leyes innovadoras. Ya en el código de los visigodos se reconoce esta necesidad de mejorar las leyes –como las nuevas enfermedades requieren nuevas medicinas, decía, así sucede con los tiempos, que traen nuevos problemas y nuevas soluciones– y en el más antiguo de los textos jurídicos catalanes, los Usatges de Barcelona, también. Pero la novedad era siempre algo extraordinario y responder con lo debido era la demostración de un poder fuera de lo común. Por lo general, los hombres sencillos hacían lo que dictaba la costumbre. El hombre que se eleva por encima de ella y hace algo nuevo, ese debe tener poderes especiales y así debe ser reconocido por la comunidad. Por eso, si hace una ley nueva, debe ser apoyado por el consejo, la cort y el concilio de todos los sabios, prelados, hombre poderosos y buenos del reino. En esa capacidad de consenso se reconoce su excepcionalidad. Este es el hombre que merece ser recordado, el hombre de las hazañas, de los grandes hechos. Que el rey Jaume se veía a sí mismo de esta manera lo demuestra el sencillo hecho, pero también único entre nuestros reyes medievales, de que dictara su biografía en un libro que se llamó Llibre dels feyts, de las hazañas, de aquellas acciones que, por su novedad, eran el índice de una vida extraordinaria.
Ahora bien, la única fuente de poder excepcional para este mundo medieval era la gracia de Dios. Sólo ella garantizaba los frutos de la acción humana. Sin ella, toda acción pasaba estéril. Jaume pensaba haber recibido ese carisma con más intención y fuerza que todos los demás reyes anteriores y esto se apreció en muchos detalles. Eso fue lo que la época reconoció dándole el adjetivo de fortunatus. Cuando miramos su vida, apreciamos que ese carisma fue experimentado por el propio rey como una intensa certeza de su propio derecho. Por eso siempre le acompañó la convicción de estar iluminado por un destino favorable y se supo en posesión de una claridad mental acerca de lo que era preciso hacer. La fuerza de tomar resoluciones inflexibles en los momentos oportunos no le faltó, como tampoco careció de la capacidad de medir la ocasión y de aprovechar las circunstancias sin mala conciencia. En suma, su carisma fue experimentado como esa potencia personal que, a nuestros ojos modernos, permite tomar decisiones cargadas de riesgo. El universo medieval, para el que Dios derrama su influencia con la fuerza de una evidencia social incuestionable, apreció que Jaume estaba apoyado e iluminado por el carisma directo del cielo y por eso le llamó afortunado. Para nuestro universo mental moderno, que interpreta esa vivencia del carisma como resultado de una personalidad excepcional en su autoridad y poder, Jaume es el hombre decisivo.

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