Por Ricardo García Moya
Las Provincias 23 de noviembre de 1991
(Profesor)
Últimamente, el obispo de Solsona ha insistido en la creación de una diócesis catalana que incluiría el territorio valenciano. El proyecto, sin embargo, tendría el inconveniente de oponerse a las decisiones de dos papas (Paulo II y Pío IV) y un rey de Valencia (Felipe II) que, a su vez, interpretaron la voluntad del pueblo valenciano.
Como es sabido, la Iglesia utilizó la distribución territorial romana para su estructuración geográfica; de ahí que Segovia, por ejemplo, estuviera algún tiempo incluida en la provincia eclesiástica de Cartagena y Bilbao en la tarraconense. Conforme fueron creándose estados peninsulares, la Iglesia adoptó divisiones más racionales; pero el reparto, que suponía prestigio político y beneficios económicos, generó una sórdida batalla diplomática con utilización de falsos documentos; como la apócrifa "División de Wamba", salida de la curia de Toledo cuando ésta se afanaba para incorporar la diócesis de Burgos.
En el sur del Reino de Valencia hubo permanentes enfrentamientos con el clero murciano. Según los diccionarios eclesiásticos: "los territorios de Orihuela, enclavados en el Reino de Valencia, soportaban con dificultad la sumisión a Cartagena que políticamente pertenecía al reino de Castilla. Las tentativas de Orihuela no cesaban, como no cesaba nunca la oposición de Cartagena apoyada por Castilla". La misma Iglesia califica de "lucha intransigente y prolongada" entre valencianos y murcianos hasta "que Felipe II y el papa Pío IV decidieron crear el obispado oriolano en 1564, siendo agregado a la metropolitana de Valencia. Es decir, los religiosos de la Vega del Segura no soportaban la subordinación eclesiástica a otro reino. Todavía a principios del siglo XVIII -cuando el cardenal Belluga inundó con murcianos toda la zona- sucedió una anécdota que muestra la incompatibilidad entre habitantes de los dos reinos.
Ocurrió al fundarse el hospicio para huérfanas en Murcia e ingresan algunas niñas de Orihuela. Según el propio cardenal Belluga: "cuando se abrió la casa (hospicio) la poca concordancia que había entre ellas (las niñas de Orihuela) y las de la Diócesis (de Cartagena) que se habían admitido, por lo poco que confrontaban los genios de ambos Reynos; motivo porque los Lugares del Reyno de Valencia, de que se componía el Obispado de Cartagena, se juzgó necesario en tiempo de Felipe II se formase el Obispado de Orihuela de todos los Lugares pertenecientes a aquel Reyno" (A. M. Murcia: 11-b-8). Es obvio -pero insistiremos para aclarar dudas al obispo de Solsona- que los religiosos valencianos que se independizaron de Cartagena en 1564 no pretendía subordiñarse a ninguna diócesis catalana.
De igual modo, la supeditación religiosa -no política- respecto al arzobispo de Tarragona fue expeditivamente resuelta por el cardenal Rodrigo de Borja, en un privilegio personal que emitió como vicecanciller de la Iglesia Romana en 1470, y que fue ratificado por Paulo II (Reg. Vat. 536, 144-145v). El impetuoso setabense estaba harto -igual que todos los valencianos- del desquiciado comportamiento catalán en la segunda mitad del siglo XV, y no esperó a poseer el poder papal para crear la sede exenta de Valencia respecto a la jurisdicción metropolitana de Tarragona. En 1464, un religioso denunciaba que "les gents de Valencia e de tot lo Regne estant desconsoláts, atenent los tan grans mals que han agut per causa dels "catalans" (Dietari del Capellá, p. 342). ,
Las continuas agresiones obligaron al Reino a repeler la chusma catalana que atacaba el Maestrazgo. Como es obvio, en aquella época las fuerzas valencianas eran superiores a las del Principado y provocaron verdaderas escabechinas entre los invasores; valga de ejemplo la acaecida el 1 de junio de 1464, cuando nuestras tropas "agüeren gran brega ab gent de Tortosa e de Ulldecona, e foren morts molts dels rebelles catalans". Es comprensible que Rodrigo Borja, una vez proclamado papa, se rodeara de valencianos en los puestos de responsabilidad -no de catalanes- y elevara definitivamente la sede valentina a categoría de Metropolitana en Bula del 9 de julio de 1492.
Sin embargo, el obispo de Solsona no quiere que celebremos el Quinto Centenario de la Sede Metropolina de Valencia, pues prefiere una gran diócesis catalana que absorbería el Reino. Lo peor es que un sector de la Iglesia valenciana tiene el mismo objetivo; así lo refleja "SAO" en su ejemplar sobre "L´Eglesia al País Valencia", con páginas que no ofrecen orientación pastoral ni anuncios de excursiones a Roma; sino reseña de un viaje de sacerdotes valencianos a Espluga de Francolí donde se realizó el curso del "Grup d´Estudis Nacionalistes" bajo bandera cuatribarrada, y en el que "monjos de Montserrat" quedaron extasiados por un "poema eucarístic d'en Joan Fuster".
¡Cómo ha cambiado el clero valenciano! En la época foral, el reino fue impresionante plantel de santos, papas y predicadores; además de multitud de religiosos que sacrificaron su vida propagando la fe, como el capuchino Ángel de Valencia, que se internó en el corazón de África y logró confianza del rey del Congo en 1646. Otros, sin altar del Reino, mortificaban su cuerpo para huir del mal; es el caso de Fray Domingo Sarrió, que apenas bebía agua y "cuando ponía las manos en alguna almasía de agua para lavárselas, la naturaleza sedienta chupaba tanta por los poros, que se conocía la falta" (Cardona, J.: Exequias. Valencia, 1677). Es decir, existieron conductas dispares, pero jamás perdieron el tiempo catalanizando a su pueblo.
En fin, es triste que religiosos valencianos estén "commemorant els 900 anys de la Tarraconense" y propagando que "l'any vinent s'escaurá el centenari de les Bases de Manresa, tan importans per a la formulacio del pensament cátala" ("SAO", sept.), y, por el contrario. silencien el Quinto Centenario de la Sede Metropolitana de Valencia.
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