JOAN IGNACI CULLA
Me
han criticado muchas veces cuando comento/afirmo que el pueblo valenciano tiene
la sangre de horchata. Un pueblo que permite, prácticamente hasta la
indiferencia, todos los atropellos, humillaciones y vejaciones a las que nos
están sometiendo: los catalanistas de allí, los catalanistas subvencionados de
aquí, el gobierno central, y el autonómico por su desaforado complejo
pseudoprogresita; o es masoca, o le corre la extraordinaria bebida de Alborada
por las venas, o lo que es peor, no tiene los suficientes arrestos para
defender lo suyo.
Como
toda regla tiene una excepción y nunca se es justo cuando se generaliza, valga
como excepción aquellos patriotas valencianistas que, se dejaron la piel, la
familia y el trabajo, en la lucha por la defensa de la personalidad valenciana,
y, en especial, a los que lo sufrieron en los años 70 y 80.
Como
claro ejemplo de lo anterior, y ahora se cumple el 25 aniversario, un grupo de
valencianistas, con nombres y apellidos, heridos en lo más profundo de su
corazón, “razonaron” que, el pencholl que los impresentables de turno, se
habían atrevido a colocarnos en el Ayuntamiento del Cap i Casal del Regne, como
símbolo representativo de los valencianos, nos insultaba y nos postraba.
Se
acercaba el 9 d’Octubre, y aquella bandera oficial para otro pueblo, no dejaba
de ser una “márfega” para el nuestro, que lo sentía como alfileres incrustados
en los ojos, cada vez que la vista se dirigía al balcón del Ayuntamiento,
provocando además cólera y vómitos de indignación.
La
Senyera, que no se inclina ante nadie, menos lo podía hacer ante el emblema de
la claudicación. Muchas pruebas hasta encontrar el “método” adecuado para hacer
desaparecer aquel “trapo” que pudiese, simplemente rozarla, hicieron falta.
¡Pero se consiguió! Y así se demostró que, este pueblo cuando cambia la
horchata por la testosterona, ni se le humilla, ni se le chantajea.
¡Qué pena que hoy prime más la horchata,
el cargo o la nómina!
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