Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
Parte Segunda
Capítulo I: El bando de expulsión y sus incidencias.
* * *
Aunque el Duque de Lerma dijo en un principio que la
expulsión no abarcaría a otras regiones españolas, no había terminado aun la
del Reino de Valencia cuando, alegando secretas connivencias entre unos y
otros, se expidió el 28 de diciembre de 1609, una real cédula expulsando a los
moriscos del reino de Castilla la Nueva y Vieja, la Mancha y Extremadura, que
fue más difícil por lo diseminados que estaban y por su mezcla y parentesco con
los cristianos viejos. Por ello y para estos moriscos, empleose una ambigua
fórmula: “Permito y doy licencia – decía el Rey en la citada cédula- a todos
los que se quisieren yr destos mis Reynos y Señoríos de España a vivir fuera de
ellos, lu puedan hacer dentro de trinita dias-.” . El Monarca confió todo lo
concerniente a esta expulsión a don Bernardino de Velasco y Aragón, Conde de
Salazar y Castilnovo, a quien alude Cervantes en el Quijote, poniendo en boca
del morisco Ricote la siguiente exclamación: “¡Heroica resolución del gran
Felipe Tercero, y inaudita prudencia el haberla encargado al tal Bernardino de
Velasco!”.
Idéntico fin tuvieron los moriscos de Andalucía,
Murcia y Villa de Hornachos, para cuya expulsión fue comisionado el Marques de
S. Germán, don Juan de Mendoza, quien, en 12 de enero de 1610, mandó publicar
el bando real que había sido firmado por Felipe III, en Madrid, a 9 del mes
anterior. En esta orden, mostrose el Monarca más compasivo, libre ya de los
temores que albergaba antes de expulsar a los moriscos valencianos, exceptuando,
para Andalucía, lo que no creyó prudente para Valencia, es decir, a los
moriscos que habían contraído matrimonio con cristianos viejos y los
descendientes de los moriscos antiguos, o sea, de los convertidos en los
tiempos de los Reyes Católicos, y que a sazón vivían cristianamente.
Al tratar de la presente expulsión andaluza, quizá
alguno se pregunte sorprendido: ¿Cómo es posible se hable, a principios del siglo XVII, de un
extrañamiento de moriscos de Andalucía después del que se llevó a cabo, 40 años
antes, en el reinado de Felipe II? A tal observación podríamos responder que,
si bien esta primera expulsión comprendió a casi todos los del Reino de Granada
y buena parte de los de Málaga y Almería, no alcanzó a otros distritos
andaluces. A más de esto, hubo muchos moros que lograron quedarse
subrepticiamente, incluso en la misma capital granadina, y otros regresaron,
más tarde, del Africa, también en forma inadvertida, por lo que, en previsión
de cualquier intentona morisca, después de las revueltas del Albaicín; se
organizó, en las comarcas lindantes con las Alpujarras, un contingente de
milicia, pesada carga que, se sacudían ahora los cristianos viejos de la
región.
Tocaba el turno a los moriscos aragoneses y, el 29
de mayo de 1610, el Virrey de Aragón, don
Gastón de Moncada, publicaba en Zaragoza el correspondiente bando de expulsión,
sin que pudiera evitarlo un memorial de los diputados de esta región quienes
nombraron embajadores ante la Corte al Conde de Luna y al Doctor Martín
Carrillo, Canónigo de Zaragoza, tratando de representar a Felipe III los perjuicios que irrogaría a aquel reino la decretada expulsión.
A muchos de estos expulsos se les autorizó a pasar a
Francia, por las fronteras de Navarra y Huesca (Canfranc), donde el embajador
del Bearne les hizo pagar 100 reales por cabeza, no obstante haberles ofrecido
su amistad; pero la mayor parte fueron embarcados en Les Alfaques para el
Africa del Norte, junto con los moriscos de Cataluña, a cuyo extrañamiento
procedió en la misma forma que los anteriores, el Capitán General y Virrey, don
Hector Pignatelli, Duque de Monteleón.
Algunos años después (1614) fueron expulsados los
del Valle de Ricote (Murcia), y los del campo de Calatrava que habían sido
exceptuados.
También fueron exceptuados de la expulsión, por el
rey de España, parte de los moriscos del Obispado de Tortosa, que
–“constituyeron el único núcleo de moriscos totalmente asimilados por los
cristianos viejos”. Estos lograron permanecer en el país sin que fuera posteriormente derogada esta real gracia que
les fuera concedida.
¿Cuál fue el número de expulsados de toda España?
Sobre este punto discrepan cronistas antiguos e historiadores modernos. Algunos
como Salazar de Mendoza, reducen la cifra a solo 300.000. Otros (Llorente
Olivares) la elevan hasta 1.900.000.
Nosotros estimamos como más verídica la del medio millón, aproximadamente,
cifra que señalaron también Reglá, Pérez Bustamante y Dánvila, rectificando
éste, a la vez, a Janer, al publicar la “Lista y número oficial de los moriscos
expulsados”, quien se limitó a copiar a Bleda en este asunto, descompuesta de
este modo: de Valencia, según datos oficiales, salieron más de 150.000 como
tenemos dicho; de Andalucía, 80.000; de las Castillas, Mancha y Extremadura,
64.000; de Aragón, 64.000; de Cataluña, 50.000; del Campo de Calatrava, 6.000;
de Murcia, 15.000; y del Valle de Ricote, 2.500. Total 467.500.
El inmortal autor del Quijote nos detalla, asimismo,
la suerte harto aciaga, de estos expulsos. Miles de ellos perecieron en los
caminos hacia los puertos de embarque o en la travesía; otros fueron
perseguidos, maltratados y desvalijados, bárbaramente, como antaño los
granadinos por los mahometanos, en Berbería y en otras parte de Africa, que los
tachaban de cristianizados. No pocos se refugiaron en Francia “donde les hacían
buen acogimiento”, y el Italia y Alemania donde, a diferencia de los otros
pueblos latinos, que los tenían por herejes e infieles, podían “vivir con más
libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas”. Finalmente,
algunos, sintieron la nostalgia de la patria perdida, retornaban, ora de paso,
con otros peregrinos, en visita a sus santuarios y aprovechaban la ocasión para
desenterrar los tesoros que habían
ocultado a ser expulsados; ora
fijando su residencia, de nuevo, en nuestra nación, a pesar de las severas
penas con que se les amenzaba, siendo protegidos y encubiertos por sus
parientes cristianos. Más algunos de estos inmigrados no tuvieron tanta suerte
y así en Almagro (Ciudad Real), se sorprendió a varios centenares de ellos,
quienes fueron condenados unos a galeras y otros a trabajos forzados en las
minas de mercurio de Almadén.
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