viernes, 7 de junio de 2013

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS, SUS RAZONES JURÍDICAS Y CONSECUENCIAS ECONOMICAS PARA LA REGION VALENCIANA (XVII)



Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498


Parte Segunda

Capítulo I: El bando de expulsión y sus incidencias.

                                                           *  *  * 

Aunque el Duque de Lerma dijo en un principio que la expulsión no abarcaría a otras regiones españolas, no había terminado aun la del Reino de Valencia cuando, alegando secretas connivencias entre unos y otros, se expidió el 28 de diciembre de 1609, una real cédula expulsando a los moriscos del reino de Castilla la Nueva y Vieja, la Mancha y Extremadura, que fue más difícil por lo diseminados que estaban y por su mezcla y parentesco con los cristianos viejos. Por ello y para estos moriscos, empleose una ambigua fórmula: “Permito y doy licencia – decía el Rey en la citada cédula- a todos los que se quisieren yr destos mis Reynos y Señoríos de España a vivir fuera de ellos, lu puedan hacer dentro de trinita dias-.” . El Monarca confió todo lo concerniente a esta expulsión a don Bernardino de Velasco y Aragón, Conde de Salazar y Castilnovo, a quien alude Cervantes en el Quijote, poniendo en boca del morisco Ricote la siguiente exclamación: “¡Heroica resolución del gran Felipe Tercero, y inaudita prudencia el haberla encargado al tal Bernardino de Velasco!”.

Idéntico fin tuvieron los moriscos de Andalucía, Murcia y Villa de Hornachos, para cuya expulsión fue comisionado el Marques de S. Germán, don Juan de Mendoza, quien, en 12 de enero de 1610, mandó publicar el bando real que había sido firmado por Felipe III, en Madrid, a 9 del mes anterior. En esta orden, mostrose el Monarca más compasivo, libre ya de los temores que albergaba antes de expulsar a los moriscos valencianos, exceptuando, para Andalucía, lo que no creyó prudente para Valencia, es decir, a los moriscos que habían contraído matrimonio con cristianos viejos y los descendientes de los moriscos antiguos, o sea, de los convertidos en los tiempos de los Reyes Católicos, y que a sazón vivían cristianamente.

Al tratar de la presente expulsión andaluza, quizá alguno se pregunte sorprendido: ¿Cómo es posible se hable,  a principios del siglo XVII, de un extrañamiento de moriscos de Andalucía después del que se llevó a cabo, 40 años antes, en el reinado de Felipe II? A tal observación podríamos responder que, si bien esta primera expulsión comprendió a casi todos los del Reino de Granada y buena parte de los de Málaga y Almería, no alcanzó a otros distritos andaluces. A más de esto, hubo muchos moros que lograron quedarse subrepticiamente, incluso en la misma capital granadina, y otros regresaron, más tarde, del Africa, también en forma inadvertida, por lo que, en previsión de cualquier intentona morisca, después de las revueltas del Albaicín; se organizó, en las comarcas lindantes con las Alpujarras, un contingente de milicia, pesada carga que, se sacudían ahora los cristianos viejos de la región.

Tocaba el turno a los moriscos aragoneses y, el 29 de mayo de 1610, el Virrey de Aragón,  don Gastón de Moncada, publicaba en Zaragoza el correspondiente bando de expulsión, sin que pudiera evitarlo un memorial de los diputados de esta región quienes nombraron embajadores ante la Corte al Conde de Luna y al Doctor Martín Carrillo, Canónigo de Zaragoza, tratando de representar a  Felipe III los perjuicios que irrogaría  a aquel reino la decretada expulsión.

A muchos de estos expulsos se les autorizó a pasar a Francia, por las fronteras de Navarra y Huesca (Canfranc), donde el embajador del Bearne les hizo pagar 100 reales por cabeza, no obstante haberles ofrecido su amistad; pero la mayor parte fueron embarcados en Les Alfaques para el Africa del Norte, junto con los moriscos de Cataluña, a cuyo extrañamiento procedió en la misma forma que los anteriores, el Capitán General y Virrey, don Hector Pignatelli, Duque de Monteleón.

Algunos años después (1614) fueron expulsados los del Valle de Ricote (Murcia), y los del campo de Calatrava que habían sido exceptuados.

También fueron exceptuados de la expulsión, por el rey de España, parte de los moriscos del Obispado de Tortosa, que –“constituyeron el único núcleo de moriscos totalmente asimilados por los cristianos viejos”. Estos lograron permanecer en el país sin que fuera  posteriormente derogada esta real gracia que les fuera concedida.

¿Cuál fue el número de expulsados de toda España? Sobre este punto discrepan cronistas antiguos e historiadores modernos. Algunos como Salazar de Mendoza, reducen la cifra a solo 300.000. Otros (Llorente Olivares)  la elevan hasta 1.900.000. Nosotros estimamos como más verídica la del medio millón, aproximadamente, cifra que señalaron también Reglá, Pérez Bustamante y Dánvila, rectificando éste, a la vez, a Janer, al publicar la “Lista y número oficial de los moriscos expulsados”, quien se limitó a copiar a Bleda en este asunto, descompuesta de este modo: de Valencia, según datos oficiales, salieron más de 150.000 como tenemos dicho; de Andalucía, 80.000; de las Castillas, Mancha y Extremadura, 64.000; de Aragón, 64.000; de Cataluña, 50.000; del Campo de Calatrava, 6.000; de Murcia, 15.000; y del Valle de Ricote, 2.500. Total 467.500.


El inmortal autor del Quijote nos detalla, asimismo, la suerte harto aciaga, de estos expulsos. Miles de ellos perecieron en los caminos hacia los puertos de embarque o en la travesía; otros fueron perseguidos, maltratados y desvalijados, bárbaramente, como antaño los granadinos por los mahometanos, en Berbería y en otras parte de Africa, que los tachaban de cristianizados. No pocos se refugiaron en Francia “donde les hacían buen acogimiento”, y el Italia y Alemania donde, a diferencia de los otros pueblos latinos, que los tenían por herejes e infieles, podían “vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas”. Finalmente, algunos, sintieron la nostalgia de la patria perdida, retornaban, ora de paso, con otros peregrinos, en visita a sus santuarios y aprovechaban la ocasión para desenterrar los tesoros que habían  ocultado a ser expulsados;  ora fijando su residencia, de nuevo, en nuestra nación, a pesar de las severas penas con que se les amenzaba, siendo protegidos y encubiertos por sus parientes cristianos. Más algunos de estos inmigrados no tuvieron tanta suerte y así en Almagro (Ciudad Real), se sorprendió a varios centenares de ellos, quienes fueron condenados unos a galeras y otros a trabajos forzados en las minas de mercurio de Almadén.

No hay comentarios: