viernes, 23 de septiembre de 2011

MISTERIOS DE LA HISTORIA-VIII

 

Por: Ricardo de la Cierva

Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


III.             CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO



La Corona de Aragón fue una creación originalísima, y una epopeya hacia la unidad de España, en la que participo decisiva y clarividentemente Cataluña. La Corona de Aragón dio al nuevo Reino de Valencia “el mismo sistema autónomo que prevalecía en las relaciones entre Aragón y Cataluña” (Vicens, p. 85). Bajo el impulso del gran rey don Jaime I, las dos coronas hispánicas, Aragón y Castilla, cooperaron patrioticamente –florecía ya, desde el fondo de la Reconquista, un sentido histórico, un horizonte de patria común hispánica- en la etapa final de la Reconquista aragonesa, el reino de Murcia, que Jaime I recuperó para su sobrino, Alfonso X el Sabio y donde afluyeron tantos caballeros catalanes que la Crónica del rey don Jaime afirma que en la Murcia del siglo XIII “se hablaba el más bello catalán de la tierra”. Luego buscaron la unidad de España cada uno por su camino, que era camino del mar: Aragón-Cataluña con su expansión mediterránea, Castilla mediante la adopción  del horizonte atlántico primero en las Canarias, luego en las Indias. Pero nunca de espaldas, sino como expresa cooperación naval y terrestre castellana, que llegaría a ser plenamente española.

“Jaime II practicó como ningún rey de la Casa de Barcelona un claro intervencionismo hispánico”(Vicens, p. 90). A comienzos del siglo XV la Corona de Aragón alcanzó su cenit. “El gran agrupador del imperio marítimo catalano-aragonés fue Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387), dominador de Mallorca y Cerdeña. Pero su obra no se completó hasta la generación siguiente, cuando con un esfuerzo hasta cierto punto superior a las posibilidades del país, el reino de Sicilia fue incorporado a la dinastía mayor de Aragón. Esta potencialidad expansiva se reflejó, asimismo, en la política peninsular de la dinastía. El contacto con Castilla se acentuó a lo largo del siglo XIV. Jaime II se convirtió por unos años en el árbitro de España. Como resultado global de este periodo de luchas, no podía preverse a finales del siglo XIV que reino acabaría prevaleciendo en una previsible fusión de los mismos en el seno de una monarquía común” (Vicens, pp. 99-100).

La Corona de Aragón, impulsada por Cataluña, va a aportar al proceso de la unidad de España el método, el diálogo, el sentido del pacto. “En su seno se engendra poco a poco el ideal pactista que constituirá una de las mas genuinas aportaciones del patriciado urbano de Cataluña a la política del Cuatrocientos” (Vicens, p. 101). Y en medio de la crisis del siglo XV surge en Aragón-Cataluña y en Castilla el irresistible milagro de la convergencia para la unidad de España, en el que Cataluña desempeña un papel esencial. “La unión de las coronas de los distintos reinos peninsulares en una sola cabeza venía precedida por una tradición histórica y unas relaciones de orden político a veces amistosas, a veces antagónicas. Las relaciones dinásticas prepararon el advenimiento de la unidad monárquica –de la monarchia hispana- desde el momento que hicieron factible el establecimiento de una misma familia –las de los Trastámaras- en los tronos reales de Castilla y Aragón. La muerte de Martín el Humano, el último rey de la extirpe condal barcelonesa en la Corona de Aragón, condujo, ampliando la línea de la teoría pactista catalana, al Compromiso de Caspe, del que surgió la designación de Fernando I, nieto de Enrique II, como nuevo monarca aragonés en 1412” (Vicens, p. 107).

En las turbulencias del siglo XV Cataluña no solo proporcionó al proceso de la unidad de España el sentido del pacto, sino el impulso. Bajo el gran rey Alfonso el Magnánimo (1414-1458) se experimentó “la eficacia de la colaboración entre los dos mas importantes pueblos peninsulares: la conquista de Nápoles, la irradiación política en la cuenca del Mediterráneo oriental”. “Su hermano y sucesor, Juan II, se apoyó, entre la espada francesa de Luis XI y los problemas de la revolución social en Cataluña, sobre un grupo que, sin doctrina ni programa, fue marchando en pos de la unidad” (Vicens, p. 108). La unidad de España, concebida desde Cataluña como el gran remedio para los problemas de Cataluña: “Tal fue el norte pragmático que alimentó el proyecto matrimonial entre su hijo Fernando y la princesa castellana doña Isabel” (Vicens, p. 108).

Brilló en lo mas hondo de la crisis del siglo XV, como un rayo de futuro, la intuición hispánica de Cataluña. Iba a estallar en el principado la guerra civil, entre Juan II y su hijo el príncipe de Viana. Al morir el príncipe, Barcelona se alzó contra el rey de Aragón, que buscó, entonces, el apoyo de Francia. “En estas condiciones los catalanes destronaron a Juan II y proclamaron rey a Enrique IV de Castilla”. Pero Castilla aún no estaba preparada para consumar, como ya intentaba Cataluña, la unidad de España, un nuevo intento como el que dibujaron, siglos antes. Alfonso el Batallador y su mujer la reina doña Urraca, que también fracasó por prematuro. En el siglo XV Cataluña rechazó, primero, a un pretendiente portugués y luego una invasión francesa. Y Juan II recuperó en Cataluña su horizonte hispánico. Con la experiencia del fracaso anterior, Cataluña volvió a jugárselo todo para lograr, a través de Castilla, la unidad de España. Cataluña convirtió a Isabel de Castilla en Isabel la Católica, Isabel de España. Esta conclusión de Vicens (p. 112) es sinfónica:

“La última baza del juego se discute sobre el tapete castellano. Enrique IV, eterno enamorado de la paz, había mantenido difícilmente el fiel de la balanza entre la grandeza castellana, entre Aragón y Francia, entre su hija y su hermana. A su muerte estalló la inevitable contienda. Encendiose una guerra de sucesión en que no solo se planteaba un problema jurídico –el de los derechos de las princesas Juana e Isabel-, sino el mas vasto de que papel ejercería Castilla en la organización peninsular y en la política internacional. Francia y Portugal apoyaron a doña Juana; Aragón y sus aliados (Nápoles, Borgoña, Inglaterra), a doña Isabel. La eficaz juventud de Fernando de Aragón, el sentido reformista de la intervención aragonesa y catalana en Castilla, el auxilio militar y de los experimentados técnicos mediterráneos, dieron la victoria al partido isabelino."No creaba, pues, Cataluña en la crisis del siglo XV la nación catalana, sino que ponía lúcidamente los fundamentos de la nación española.

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