Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498
Capítulo II. Consecuencias económicas de la
expulsión.
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Hemos señalado las principales consecuencias que
para la economía nacional, y la valenciana en particular, reportó la expulsión
de los moriscos, dificultades que vino a acrecentar la falta de moneda legal,
multitud de falsa que, en los mercados, pusieron en circulación los moriscos y
no pocos de los cristianos viejos. En efecto, el desbarajuste monetario fue aun
más calamitoso porque vino a enredar, con raíces más hondas, anomalías
gravísimas en la hacienda pública y en el comercio en general. Los moriscos,
desde que tuvieron noticias de que iban de seguro a la expulsión, cambiaron
–sin importarles las pérdidas sufridas en los cambios- el oro y la plata para
llevárselos en moneda de vellón. Para ello acuñaron clandestinamente grandes
cantidades de “menuts” o moneda falsa, cosa que no era demasiado arriesgada y
complicada, ya que las cecas de entonces fabricaban la moneda con gran
imperfección.
Para cortar de raíz la circulación de la moneda
falsa fabricada por los moriscos, el Virrey Marqués de Caracena publicó en 15
de octubre de 1609 una Real Criad prohibiendo la compraventa a cambio de moneda
de “contado de qualsevol especie que fos per moneda menuda”.
Por su parte el Consejo de Aragón denunció
repetidamente a Felipe III la invasión de moneda falsa en los reinos de
Valencia y Aragón.
A este respecto nos refiere Escolano que “muchos
cristianos viejos, pensando que al ruido de tanto martillo de moriscos no
habían de ser sentido los suyos, dieron en la misma herrería...”, de forma que
al recogerse la moneda falsa que circulaba de mano en mano para cambiarla por cuenta de la ciudad, se llegó a la suma
de 600.000 ducados.
Entre esto y
el metal labrado y por labrar que se llevaron los moriscos consigo y que
ascendía a un millón de ducados, entre plata y oro, quedaron las arcas de la
Hacienda tan vacías como las bolsas de los ciudadanos. Ahora buen: ¿fueron tan
graves y decisivos los males económicos de la expulsión como la fantasía de los
pseudos-críticos han encarecido? La
prosperidad económica de nuestra patria, durante el siglo XVI, ¿fue
consecuencia necesaria del progreso alcanzado por los árabes en la Edad Media?
No osaremos nosotros afirmarlo, siguiendo en ello, la opinión de responsables
críticos. “Verdad es –afirma Boronat, Los Moriscos, II, pág. 313- que el
esplendor de aquella civilización arábiga deslumbra al historiador que se ve
precisado a estudiar los sucesos desarrollados durante la lucha secular de la
Reconquista; pero des`pues de los estudios relaizados en el siglo XIX por
destacados arabictas, no cabe duda que la luz venida de Oriente no fuera tan
viva ni tan esplendorosa sin el corcurso de los mozarabes e indígenas
españoles”.
No negaremos, repetimos, que la expulsión de los
moriscos españoles tuvo consecuencias funestas en el orden económico, y ya lo
hemos visto. Pero de ahí a transigir con la vulgar y errónea creencia de que el
decreto de Felipe III acabó, para siempre, con el esplendor y la prosperidad
económica de España y labró de un solo golpe su inevitable ruina, media un
abismo. Esto es lo que sostiene P Janer, quien,
después de ponderar la prosperidad económica de nuestra patria, con
anterioridad a la expulsión afirma que “las transcendentales resoluciones
llevadas a cabo con la raza morisca, trocaran en cuadro lamentable aquel de
tanta prosperidad”. Y al igual que el citado autor, otros “moriscófilos”, tales
como el doctor Haëbler, o nuestro Modesto Lafuente y el conde de Campomanes, de
quienes se deduce, al través de sus escritos, que los “únicos trabajadores o
manos vivas de nuestra patria, en el siglo XVI, eran los moriscos”. Y esto no
era cierto. Otras manos se encallecían con el arado y la azada y regaban con su
sudor la tierra de sus mayores.
Es verdad que los moriscos, agricultores
inteligentes y laboriosos, no hay por qué negarlo, dedicabanse al cultivo de
las tierras propias y de sus señores,
traficaban por toda la península, abastecían en parte, a no pocas
ciudades y villas de los cristianos viejos y fomentaban la industria sedera,
azucarera, etc.
Y ello, ¿por qué? Preguntamos. ¿Es que los
cristianos viejos no hubieran sido capaces de lo mismo?. El verdadero motivo de
dicho acaparamiento, digámoslo así, fue el gran vacío que en la población
dejaban los millares de éstos que
durante los reinados de Carlos I y de Felipe II pelearon en lejanas tierras
–Italia, Flandes, América y Oceanía- por honor de la patria. A ellos había que
añadir los numerosísimos aventureros que, de Castilla en particular, emigraban en busca de El Dorado a nuestros
extensos e incorporados territorios americanos. En la patria de don Quijote, de
la que partían la mayoría de estos buscadores de filones, de conquistadores y
navegantes intrépidos, y donde había pocos agricultores, pudieran ser
imprescindibles los brazos moriscos,
pero no así en las feraces huertas murcianas o en las espléndidas vegas
granadinas y ni que decir tiene en el ubérrimos Reino de Valencia, donde,
además, la población cristiana superaba, en el siglo XVI, a la morisca.
“En aquella hermosa región, tan fértil, tan cruzada
de acequias, nadie creerá que no bastaban en el ingenio ni la fatigosa y ruda
labor de los moriscos a proveer del trigo necesario para el consumo. Baste leer
los acuerdos concejiles de la capital, durante el siglo XVI y comienzos del
XVII, para persuadirse de que sin el trigo de Sicilia y de otras partes
meridionales de Italia, los valencianos hubieran escaseado, no solo de “forment”,
sino de “hordi” y “dacsa”. El cultivo de las viñas era escaso, la uva de planta
servía para la fabricación de la pasa y esta industria no era exclusiva de los
moriscos; el trigo venía de Castilla cuando no de Italia, donde tenían los
Jurados de Valencia varios agentes encargados para la adquisición del mismo, y,
por cierto, con fecha 18 de julio de 1556, vióse obligado el Rey a expedir una
provisión”contra los monopolistas de Requena que compraban el trigo de la
Mancha para revenderlo después en Valencia, haciendo, con este monopolio, que
subiese mucho el precio del pan.
“Tal vez se
extrañe el lector de estas afirmaciones y se pregunte admirado ¿De qué
proveían, pues, los moriscos valencianos a la capital del Reino?. Si el
abastecimiento de aquella ciudad dependiese de los progresos agrícolas de los
moriscos, desde ahora diríamos que la permanencia de aquella raza fue nociva,
pues en los Manuals de Consells de Valencia correspondientes a 1609 y 1610,
apenas hallamos rastro alguno de abastecimiento que no sea de carbón. Pudieron
influir los moriscos en la industria y el comercio, pudieron beneficiar la
agricultura y abastecer otras ciudades y villas de cristianos viejos, y,
ciertamente, aquella influencia es innegable, pero, ¿en qué proporción?. He
aquí la dificultad”.
“En los silos de Burjasot, depósito del grano que se
consumía en la ciudad de Valencia y del que servía para la sementera en las
huertas de dicha población y lugares comarcanos, existía trigo en abundancia
que convenía custodiar de la rapacidad de los expulsos y de los ladrones,
quienes trataron de aprovecharse del decreto de 22 de septiembre y por eso
proveyeron los Jurados del oportuno remedio. También proveyeron acopiando
grandes cantidades de trigo y teniendo prevenida abundancia de harina, con
objeto de que no se tocasen los efectos
de la escasez o del hambre”.
“Aquellos “grandes agricultores” abastecían los
pueblos de moriscos y contribuían en cierto modo, a cooperar al abastecimiento
de hortalizas y aceites en pueblos de cristianos viejos, pero ingenuamente
confesamos –concluye Boronat- haber resultados nulas nuestras pesquisas en
hallar pruebas fehacientes de la necesidad de las industrias moriscas en lo que
se refiere a la agricultura”.
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