Por Ricardo García Moya
Hace
años, el prologuista de “Rondalla de Rondalles” (Edición catalana de la
Universidad de Valencia, 1986) reproducía un texto azoriniano: “El valenciano
tiene su medida y sabor; la concisión del valenciano se ve cuando se compara,
texto con texto, con otro idioma: el sabor se gusta cuando se lee la
<>“. Y añadía: “Aixó deia Azorín, el 1949,
en el seu llibre <>“; remitiendo erróneamente a la cuarta
edición, publicada en Buenos Aires.
El prologuista quería desactivar el
concepto que Azorín ofrece sobre el valenciano, usando los habituales enredos
sobre nostra llengua; pero cometió un traspiés freudiano. Si la referencia
fuera correcta se remontaría a 1940, cuando Azorín escribió “Valencia”, no en
1949; y la cita, además, no pertenece a esta obra. No es normal pifiarla en el
primer párrafo de la primera página, aunque quizá no le gustaba al prologuista
(conocido catedrático sardanero de la Universidad de Valencia) el título de
“Ejercicios en castellano” (Madrid, 1960) libro donde Azorín da su parecer
sobre el idioma del Reino.
En 1960 finalizaba Azorín
“Ejercicios en castellano”, donde razonaba sobre las lenguas de Castilla y
Cataluña. No quedó satisfecho, así que a las cuatro de la madrugada de la noche
de Reyes de 1960, el insomne anciano escribía los folios que cerrarían su
última gran obra prosística con un homenaje al idioma valenciano; serían las
páginas 210 y 211 del epílogo. Aquel octogenario descrito por Vargas Llosa como
“viejecillo traslúcido”, legó la cita anterior precedida de esta consideración:
“Un idioma se beneficia con el roce de otro idioma. El castellano se
corroborado y acendrado en mí, primero con el valenciano, luego con el francés.
He necesitado la construcción del valenciano y del francés” (Epílogo, p.210).
La distinción entre valenciano y
catalán es significativa en un intelectual que tuvo intensa relación con
Cataluña, colaboró en la prensa de Barcelona y estableció amistad con el grupo
L´Avenç (Alexandro de Riquer le dedicó en 1897 “Quan jo era noi”). Los
catalanistas le tentaron desde 1900, incluso el grupo catalán de Verges i Matas
que seguía al General Franco (fundadores de la revista “Destino” en Burgos, año
1937) cuando “Destino” se instaló en Barcelona tras la entrada franquista. En
ella colaboraría Azorín con artículos como “Forta ha sigut la tempesta” donde
manifiesta su conocimiento de la lengua catalana: “De la boscuria, jo com tu so
anyoradis” (“Destino”, 14-IV-1945). Azorín admiraba a Verdaguer, Verlaine y
Fray Luis de León, y no por ello renunció a los autores en idioma valenciano
como Ausias March o Escalante, cuya ironía la consideraba similar a la de
Courteline y Tristán Bernard.
En 1940 decide ir al Reino: “La
Valencia que voy es la mía, la que llevo en el fondo del alma desde 1890”
(“Valencia”, p.175). Instalado en la barraca de Senta y Blanes -joven
matrimonio de labradores- se considera transportado a la Grecia clásica.
Atraido por la bella Senta de ojos azules y perfil helénico, entabla
conversaciones intranscendentes. La labradora, sonriente, dice: “Mire, ¿qué vol
que li diga?”; divertido, Azorín contesta en valenciano: “¡Diga lo que vullga,
Senta! (p.188). El diminutivo de arreu, que Blanes repite tópicamente, es
glosado por Azorín: “Arreuet es diminutivo. El valenciano es tan maleable que
admite diminutivos donde la lengua castellana no los sufriría” (p.187).
Azorín es incómodo para la
inmersión. Su obra es diseccionada por investigadores como el decano de la
Universidad de Pau, Dr. Christian, o el catedrático Inman Fox de la Universidad
de Northwestern, y literatos como Camilo José Cela. Todos pueden comprobar que
Azorín no admite la catalanización del valenciano ni en léxico, ortografía y
sintaxis; defiende, por ejemplo, la palatal africada CH, “la chaquera vella es
solemne” (p.154); y -recordando el mesón de la Lonja- escribe “arrós en fesols
y nabs”. Mantiene la Y griega y la preposición en, rechazando la amb catalana y
la i latina como conjunción copulativa. El catalán lo utilizó en la prensa
franquista de Barcelona, sitio idóneo.
Calles como Cadirers y Taronchers
(p.154) hace soñar a Azorín con “aquella escalerita empinada y lóbrega, La
escaleta del dimoni, tal vez” (p.116). Azorín revive sainetes en valenciano
moderno, un personaje pide “sofrechit en fabes” (p.79), respondiendo otro:
“Ademés, tú saps molt be qu´ell está seguint la carrera d´abogat”. Recorre
plazuelas del Pilar y Carmen, se recrea con los “milacres” (escrito con l) de
Sant Vicent (p.101).
Azorín no necesitó subvenciones
para vivir ni prostituyó conceptos. Cuando escribe abogat, chaquera vella,
sofrechit en fabes, arrós en fesols, ademés, taronchers, etc., lo hace
conscientemente y desafiando a la presión catalanista que intentó captarlo
desde 1900 para su expansionismo. El testimonio del máximo estilista de la
Generación del 98 (miembro de la Real Academia Española, admirado por Baroja,
Unamuno, etc.) ridiculiza las agresiones de los que, como Raimon, viven de la
catalanización.
He visitado Monóver y he hablado la
lengua valenciana con la gente normal, pero el Ayuntamiento ya está contaminado
con los servei y amb de marras. Incluso en su casa-museo suena el chapurreado
barceloní junto a la mesa camilla donde, ¡a las 4 de la madrugada!, escribió su
defensa del idioma valenciano.
Las Provincias
19 de Septiembre de 1997
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