Por: Ricardo de la Cierva
Los problemas -enturbiados por la pasión
política- empiezan con la conquista musulmana de España al comenzar el siglo
VIII, porque fuera de la inyección de algunos germanismos, la influencia visigótica
en la formación c, las lenguas romances peninsulares es secundaria,
especialmente en el territorio de Valencia, y en todo caso esa influencia no
se puede comparar con el sustrato anterior, ni se puede considerar como una
nueva capa del sustrato sino a lo sumo como una inoculación marginal. En buena
parte porque los propios visigodos estaban ya romanizados en bruto cuando unificaron desde el reino de Toledo
la Península Ibérica.
La
invasión musulmana anegó a casi toda la Península. Solo se libró de ella, tras
algunas incursiones iniciales y efímeras, la franja cantábrica (no así los
Pirineos Orientales que fueron sometidos), cuya romanización tampoco hala sido
muy intensa. Desde los primitivos núcleos cristianos del Norte (que en un
segundo momento brotaron también al
sur del Pirineo, desde los valles altos y apoyándose en la nueva Europa
imperial en gestación) los pequeños ejércitos cristianos iniciaron la
Reconquista, con el designio, cada vez más expreso, de recuperar la Península
entera. Los reconquistadores descendían hacia los gran valles fluviales -el Duero, el Ebro-,
hablando su balbuciente lengua romance, pero al liberar a las poblaciones
cristianas sometidas hasta entonces al yugo musulmán no necesitaban de
intérprete para entenderse con ellas; por los cristianos que habitaban esos
territorios hasta entonces sometidos hablaban también una lengua semejante,
romance mozárabe, cada vez más plagado de influencias árabes a medida que
avanzaba el tiempo de sometimiento al invasor oriental y africano. Conviene
dejar en claro desde ahora -en ello insiste el profesor Ubieto- que el término mozárabe no indica una lengua sino
sobre todo una religión; la religión cristiana conservada entre los musulmanes.
Esos mozárabes, esos cristianos, hablaban, desde luego, el romance derivado del
bajo latín y seguían hablándolo cuando, por la presión de las conveniencias y
las circunstancias, abrazaban el Islam. El núcleo conquistador árabe y beréber
era mínimo e incluso a él llegó la necesidad del romance. El conjunto de la
población se iba tamizando en cuanto a religión y se iba arabizando en cuanto a
cultura, sobre todo cultura de las capas superiores. pero la inmensa mayoría
de esa población, tanto los cristianos residuales como los nuevos musulmanes (y
no pocos de los antiguos), seguían hablando romance, y así conservaron hasta
que llegaron los ejércitos cristianos. ; investigaciones del genial filólogo
Julián Ribera referidas por ejemplo en la espléndida Historia de la literatura española del profesor
Valbuena Prat, tomo I, Barcelona
Gustavo Gili, 1974- no dejan lugar a dudas. Nadie admite hoy la tesis
exclusivista de la escuela castellana, que pretendía identificar el nacimiento
del romance en cada región reconquistada con la irrupción de los cristianos del
Norte. Incluso la presencia, cada vez mejor valorada, de expresiones romances
en los maravillosos poemas de la España musulmana durante el esplendor y la
decadencia capital son una prueba en la que algunos han querido ver el
fundamento de una tesis contraria; el romance nace verdaderamente como lengua
de masas en la España musulmana. Hoy todo parece indicar que la tesis de la
confluencia es la que goza de mayor probabilidad. E1 reciente descubrimiento
de las jarchas o estribillos
en la poesía popular árabe de Al-Andalus, con intensas inclusiones romances
que llegan hasta el final de la Reconquista, es una prueba sorprendente de esa
tesis.
LA LENGUA ROMANCE EN
VALENCIA
La pervivencia del
romance en el Reino de Valencia n„ es, por tanto, ninguna excepción. También
allí los invasores respetaron -por necesidad- la evolución del romance (al-romía) al que sin embargo
infiltraron intensamente -como en el resto de la España dominada- hasta un tercio
de palabras. En Valencia floreció la cultura árabe -caso del famoso poeta
Al-Russafi- que, sin embargo, está: influida por el romance valenciano. Las
investigaciones da -arqueólogo Gironés muestran la pervivencia del romance en
la región que estudiamos. Se han detectado numerosas huellas del romance en la
literatura árabe del Reino de Valencia. En 1106, el aragonés Ibn Buklarix
escribió un diccionario de plantas medicinales con doscientos nombre,
mozárabes, entre los que distingue los vocablos provenientes de la aljamia
valenciana. En 1180 san Bernardo de Alcira hablaba en romance valenciano al
conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Los propios árabes diferenciaban a
romance valenciano del interior (lengua valenciana churra que evolucionó luego
al contacto con el castellano y se confundió con él; y el romance valenciano de
la costa, del que proviene el valenciano actual. Entre las
innumerables huellas dejadas en el valenciano naciente por el idioma de I, invasores destaquemos los abundantes
topónimos en Be-. (Benidorm, Benitachell), otros como Guadalest y Alboraya y
palabras como alquería y acequia, que se transmitían también, entre otras
muchísimas, al romance castellano
En un
estudio documentadísimo e imprescindible, Aportaciones bibliografiques en torn a la identitat de la
Ilengua valenciana, Jesús Giner i Ferrer
(Gandía, GAV, 1979) aduce las pruebas del padre
Fullana sobre la pervivencia del romance valenciano hasta el final de la
Reconquista, ilustradas por una reliquia realmente singular: la iglesia de San
Vicente de la Roqueta, rodeada por un nucleo de población cristiana hasta que
el rey don Jaime I hizo donación de ella en 1232, incluso antes de iniciar la
conquista de la ciudad. Algo semejante
sucedió con la iglesia de San Félix de Xativa; pero, como deciamos, lo verdaderamente importante
a
efectos culturales, no es la persistencia -verdaderamente emocionante- de la
religión, sino la conservación del romance en medio del dominio islámico. Y
ello está fuera de toda duda.
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