Por Ricardo G. Moya
Las Provincias 30 de enero
de 1994
Se figuran a un valenciano de Elche convertido en
furia humana, con las mandíbulas rotas, asaltando la ciudad holandesa de
Maastrich? Es un hecho ignorado, pero digno de rescatar. La popular ciudad -tan
citada en la prensa por el tratado homónimo- fue conquistada gracias al
ilicitano Gaspar Ortiz. Y no era empresa fácil, pues los recios muros y canales
circundantes, inundados con el caudal del cercano Mosa, la convertían en
fortaleza inexpugnable capaz de sobrecoger al mílite más temerario. Sólo en
1871, cuando fueron demolidas sus defensas, se transformó progresivamente en
la tranquila villa, en que los ministros europeos firmaron el famoso acuerdo.
A nosotros, el apellido Ortiz nos suena a
repostería de hipermercado; pero a finales del siglo XVI, entre los tercios
imperiales que dominaba Europa, no existia soldado que desconociera a los
heroicos "capitanes Ortizes (Sic)
de Elche, en el Reyno de Valencia". Sus andanzas, dignas de un
apasionante guión cinematográfico, se encuentran desperdigadas en los
archivos; pero, injustamente, no figuran en los libros de historia.
Para empezar, el más famoso de los
"Ortizes" tenia las mandíbulas destrozadas. En la rebelión morisca
de las Alpujarras granadinas, a
"Gaspar Ortiz le rompieron las dos quixadas a pedradas, y escupió las
piedras y dientes por la boca". Esta alteración física aumentó la
rareza del personaje, al "llevar de
ordinario unos coxinetes de algodón en la boca, y por hallarse tan impedido,
huía de visitas". Hubo general de tercios que dudó de su carencia y
"Ortiz, sentido del agravio, le dixo: si no me quiere creer, ahí están los
algodones, y escupiéndolos quedó sin poder hablar".
Respecto a la toma de Maestrique (así era
denominada), sus habitantes cometieron el fatal error de subirse "en las murallas, vestidos con los
ornamentos sagrados de las iglesias y con imágenes de los santos por escarnio",
burlándose de los tercios que sitiaban la ciudad. Estas ofensas eran
observadas a poca distancia por Gaspar y su primo, el abanderado Gregorio
Ortiz, los cuales, incapaces de soportar la afrenta -y sin esperar órdenes del
prudente Alejandro Farnesio- se lanzaron contra los holandeses, provocando la
estampida y ataque del ejército imperial.
Según los testigos: "Gregorio Ortiz, alférez
del capitán Gaspar Ortiz, sin aguardar la orden del general, puesta la celada,
alzó en la mano la bandera, viéndolo otros alféreces que estaban de guardia,
sin esperar la orden del general, tomaron la suya y se inició el asalto a Maestrique, saltando trincheras hasta
llegar al foso." La fama de inexpugnable que tenía Maestrique, fue
constatada con el sacrificio de nuestro héroe: "el capitán Ortiz, en el asalto, le volaron los enemigos con una
contramina; agonizando como estaba no dexaba de animar a los suyos".
Su primo recibió nueve balazos en el peto. Posteriormente, aunque todos
alabaron su valiente iniciativa, justificó su ataque a Maestrique diciendo que
"había interpretado mal al escuchar la conversación entre el sargento
mayor y el capitán".
Ciertamente, no hubieran necesitado del episodio de
Maestrique para su gloria, ya que Gaspar -amigo de don Juan de Austria- se
enfrentó a los turcos en Lepanto antes de pasar a Flandes con el duque de Alba.
Y allí no hubo acción de guerra en que no participara: "Estuvo en
Andeganter, Bomene y Bura, plazas que se ganaron por asalto; en la villa de
Sichen en Holanda". También ayudó con su compañía de 1.500 soldados a la
victoria sobre el conde de Egmont, aquel que inspiró una genial obertura a
Beethoven y un profundo drama a Goethe.
La familia Ortiz ya era importante en nuestro
territorio antes de las hazañas europeas, al ocupar cargos de la Generalidad
Valenciana (Jaime Ortiz en 1544), y recibir recompensas a sus servicios por la
monarquía. Posteriormente, Carlos IV concedió título de conde a "don
Rafael Ortiz vecino de la ciudad de Elche, en mi Reyno de Valencia". En
el mismo documento el soberano recordaba que "vuestra familia es de las más ilustres del Reyno de
Valencia". Los capitanes Ortices no fueron excepción entre los que
salieron de las ciudades del Reino. El prestigio de estos militares era una
realidad en la España imperial; algunos, antes de iniciar sus bélicas jornadas
por Italia, Alemania y Flandes, fueron armados caballeros por el propio rey,
como los Llofriu y Carbonell. Así, "el amado Pedro
Carbonell de Orihuela Reyno de Valencia, armado caballero con la espada
desnuda, tocando en ella tu cabeza don Felipe I de Valencia". (A.R.V.
Diversorum Valenctiae, año 1585). El mejor homenaje a estos valencianos lo
ofreció el marqués de Leganés cuando -en su cargo de gobernador militar del
norte de Italia- se encontró rodeado de fuerzas hostiles, pero: "como tuviese quarenta y quatro
capitanes valencianos en su compañía, le hacían poca falta los demás".
(Gavalda, F.: Memoria, 1651, f.12).
En fin, parece que los valencianos, que combatían
por libre decisión en los tercios, no debieran ser ignorados al cantarse las
victorias de la época imperial.
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