viernes, 11 de julio de 2014

EL "VOCABULARIO VALENCIANO" DEL CATALÁN ROSANES



Ricardo García Moya
Diario de Valencia 16 de Diciembre de 2001

Es falso que la castellaniza­ción de los valencianos se pro­dujera antes del XIX, salvo en el funcionariado y capas diri­gentes; el pueblo llano, en tiem­pos de Bernat y Baldoví, era incapaz de hablar correctamen­te el castellano. La implanta­ción sistemática fue iniciada hacia el 1869 por Miguel Rosa­nes, un catalán de Vic destina­do al Reino y que se propuso enseñar la lengua de Cervantes a quienes no conocían más idio­ma que el valenciano. Según Rosanes, nombrado director de la Escuela Superior de Sueca, era empresa titánica: “Es preci­so tocarlo prácticamente para formarse una idea del ímprobo trabajo que esto ocasiona. Cuando tomamos nosotros po­sesión de la escuela que dirigi­mos, no hubo entre cincuenta niños mayores de 9 años uno solo que supiese el siginificado de la palabra ceniza. Dios sabe lo que esto nos desalentó” (Ro­sanes: Miscelánea, 1864, p.78). El pedagogo catalán, tenaz, optó por publicar un “Vocabu­lario valenciano-castellano” destinado a introducir la gra­mática de Castilla en las po­blaciones en que no se habla la lengua castellana”. El manual tuvo éxito entre los maestros, usándose para la inmersión en castellano con el método de sus­tituir la voz valenciana por la castellana, táctica perfecciona­da en el 2001 por la Generali­dad, al prohibir vocablos valen­cianos e imponer los catalanes y castellanos. Entre los sustan­tivos que recoge Rosanes hay algunos tan patrimoniales co­mo “chulla” (catalán xulla), “garró” (cat. turmell), “melic” (cat. llombrígol), y “bascoll” (cat. clatell); el derivado “bas­collá” (cat. clatellada), recurso pedagógico contundente, tam­bién lo incluye Rosanes. Aparte de estos vocablos figuran otros que son idénticos en valenciano y castellano, realidad que la in­mersión rechaza sin razonar que la lengua valenciana posee tantas voces similares al cata­lán como al castellano, y que muchas de ellas surgieron en el Reino antes que en la meseta o en el condado levantino.
Así, la primera documenta­ción de bufanda en castellano es de 1782, mientras que el “bu­fanda” recogido por Rosanes estaba arraigado en el idioma va­lenciano del XVIII: “eixes bu­fandes tan fines” (Coloqui de Pepo Canelles), de donde pasa­ría al catalán. En la lista de Ro­sanes encontramos al monstrui­to regnícola “butoni”, equiva­lente al coco castellano y papu catalán. Los filólogos catalanes (los que leen país donde dice Reino), han tratado de restarle encanto y misterio al atribuirle la etimología “bu + Toni”, sin documentación que la sustente. Parece que la forma “buto” era la más antigua, pues Escrig da preferencia a butoni (1871), y también existía un juego infan­til con tal denominación: “asó es chuar al butoni” (El Mole, 1840, p. 10). Por los mismos años en que Rosanes redactaba su vocabulario en Sueca, el suecano Baldoví ofrecía en verso la sinonimia entre fantasma y butoni: “vore que les femelles / fasen també la fantasma(...) anar fentmos el butoni / a des­hora de la nit” (Pascualo y Visanteta, 1861, p.6).
Después de 1707 el idioma valenciano seguía tan vivo co­mo en el 1400, asimilando vo­ces foráneas y modelando mor­fologías propias, hasta tal punto que la lengua valenciana moderna apenas tiene parecido con el romance de 1238. Hay léxico que suponemos ancestral y no se remonta a más de dos siglos. Así, en la frase: “Chi­queta, tingau trellat y no mos trenqueu eixos butacóns”, usa­mos el sustantivo “butacóns” incorporado hacia el 1850, pro­cedente del malsonante vene­zolano “putaka”. De igual mo­do, butoni o buto pudo estar asociado al valenciano bulto, imagen humana borrosa; o po­dría emparentar con el italia­nismo. “busto” en su antigua acepción de cadáver (la genera­lización fonética y gráfica de sinyor, sinyora en el valenciano del XIX estaría vinculada al ita­liano signare, y plurales simila­res al italiano “buoni” podrían generar tras peripecias orales formas populares como buto­ni). El enmudecimiento conso­nántico también era decisivo en la creación de voces, de busto a buto pudo suceder como en el cambio morfológico y semánti­co del antiguo “tresllat” (tras­lado) al moderno “trellat” (cat. seny).
Los catalanes ambiciosos -los que llaman catalán a Sorolla en la Gran Enc. Catalana-, han conseguido que nos avergonce­mos del idioma valenciano del XIX, producto de la evolución independiente del mismo. En 1860 pudo constatar Rosanes que se mantenía la singulari­dad idiomática respetada inclu­so por Jaime I, cuando ordenó arromançar los Furs sin supe­ditarlos a ninguna lengua forá­nea. El vocabulario del aséptico Rosanes captó esta preciosa morfología valenciana: “bol chaca” (cat. butxaca); “cona de cansalá” (cat. cotna de cansala­da),y “robell” o yema de huevo (cat. rovell), cultismo que enla­za con el étimo latino “robigo”, con bilabial (Ros, 1764). Frases como “rama chiqueta que esco­mensa a arrailar” (p.46) o “Bo­rracho, choquet de chica” (p.59), erizarían pelusas de madame Parrús e incluso las de monsieur Tarancón. Junto a voces surgidas después del 1238 (butacó, arbelló, bolchaca, butoni...), el idioma valenciano que recogió Rosanes contaba con joyas mozárabes como “cuallá” (p.16), derivada del latín coagulare. Hasta los filó­logos más rateros admiten la valencianía del mozarabismo: “no tengo pruebas de que el val­enciano quallar se haya emple­ado en catalán” (Corominas, DCECH); y Gulsoy y Cahner también lo reconocen: “La gran vitalidad de quallar en Valencia se deberá al hecho de que allí haya continuado como mozara­bismo” (DECLLC,1992). No les queda más remedio que acep­tarlo ante la documentación medieval en valenciano donde aparece “quallar” y derivados. Como es sabido, por la ruta va­lenciana a Lérida fue filtrándo­se nuestro idioma, aunque Gul­soy observó que, todavía “en el siglo XVII, quallar debía ser poco conocido en el Principado” (DECLLC). Ahora ya lo cono­cen y utilizan.
Una reflexión: si del latín “coagulare” -pasando por los mozárabes “quwalyo, qalyo” de 1106- , los valencianos creamos la familia semántica de “qua­llar”: ¿qué autoridad tienen los rosanes de Ascensión -sean ma­llorquines como Hauf o fanáti­cos catalaneros como Verónica Cantó-, para impedir que siga­mos escribiendo y pronuncian­do la apócope en “quallá” o “cuallá”? Tal morfología fue creada en el Reino por valen­cianos libres, no castellaniza­dos ni supeditados a ninguna gestapo del IEC. Otra cosa es que toleremos que los catalanes sigan usando el arcaísmo valen­ciano “quallada” (que les pres­tamos gustosamente), pero no­sotros tenemos derecho a apo­copar sílabas y plasmarlo gráfi­camente sin sufrir imposicio­nes de los plomizos vecinos.

Y una duda bizantina: ¿por qué el suecano Joan Fuster, tan perspicaz y erudito, no se ente­ró de que el Reino -incluida Sueca- fue castellanizado a ra­jatabla por el catalán Rosanes en 1864?

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