Autor: Joan Ignaci Culla
Domingo, 28 de agosto de
2005
Incluso cuando militaba en
política, siempre he creído que el acceder a un cargo público gracias al
respaldo popular, era un gesto voluntario, además de poseer unas inquietudes
ideológicas que plasmasen un sentido de justicia y de servicio a la ciudadanía.
Trabajo y esfuerzo servían de recompensa a los románticos de la política.
Pero lo tiempos cambian y, parece
ser, los planteamientos también. Hoy priman los intereses de partido, cuando no
los personales, por encima de los ideológicos. Las promesas plasmadas en los
programas electorales (el PP, con la defensa del valenciano, cuando ha firmado
la unidad de la lengua a través de la AVL, y el PSPV dejando a nuestros agricultores
sin agua y a nuestra Comunidad sin el bien imprescindible de prosperidad), no
se cumplen. Para la historia quedan, alguien los juzgará. Pero a ellos en estos
momentos no les importa. Aquí, a diferencia de en otros sitios, los cargos
electos no tienen que dar explicaciones ni a sus votantes, ni al resto de
ciudadanos; más bien todo lo contrario. Una vez conseguida el acta, muchos
hacen gala de su supuesta superioridad (no intelectual, claro), exigiendo
adulación, y derecho a casi todo, a los que no hacía mucho tiempo les
estrechaban las manos para conseguir sus votos.
La metamorfosis que experimentan
muchos de ellos (¿nadie se ha planteado hacer una tesis doctoral?) los
convierte en los nuevos Césares. Lo que pasa es que estos, a diferencia del
real, no tienen a nadie detrás que les diga: “Recuerda que eres humano”. Tanto
es así, que ahora, desde su Olimpo, los diputados han pensado dar un paso más
para desmarcarse (más si cabe) del pueblo.
Los grupos parlamentarios de las
Cortes Valencianas han presentado a la Comisión de Gobierno Interior una
propuesta para garantizar de forma automática la pensión de jubilación a los
diputados que cuenten con dos legislaturas (8 años) y no alcancen el mínimo
exigido a cualquier trabajador, sea: jardinero, oficinista, periodista,
basurero, albañil o autónomo; de 15 años. Con esta medida pretenden anular lo
que hasta hora era una facultad potestativa de la Mesa de la Cortes, y siempre
que tuviesen 65 años. Es decir, que si se aprueba esta medida (como está en
Madrid), independientemente de la edad y de los ingresos de que dispongan
(antes tenían que demostrar estado de necesidad), gozarán de una renta
asegurada.
Parece ser que, incluso, tienen
resuelto el caso en que salga rechazada la consulta que van hacer a la Seguridad
Social, pagando desde el Erario Público la diferencia de los años no cotizados.
El agravio comparativo no sólo es
escandaloso con respecto al resto de los trabajadores, que lo es, sino incluso
a aquellos como las viudas, a quienes quitan los derechos adquiridos por el
esfuerzo del cónyuge, limitándoles las pensiones a cuotas ridículas para su
subsistencia.
De llevarse a cabo tan inmoral
acuerdo, no nos extrañe que salgan a la palestra nuestros diputados ofendidos,
para justificar lo injustificable. Demostrarán que su trabajo no sólo se limita
a apretar el botón en función del dedo levantado por el portavoz de su partido,
sino que es mucho más laborioso.
No es de extrañar que en la
opinión pública gane enteros el descrédito de los políticos y el aumento de la
abstención. O que aborrezcan a los que venden su ideología por un sueldo en
otro partido, si eso les asegura su futuro económico.
A este paso, y una vez comprobado
el chollo, todos los ciudadanos van a querer ser más que diputados, vividores
de la Patria . Si la renta vitalicia no es suficiente, en caso de no salir
reelegidos, o que por causa de que su comportamiento deshonesto se les
inhabilite, siempre habrán empresas amigas donde colocarse.
Menos mal que toda regla tiene su
excepción y ha habido, hay y estoy convencido de que habrá, personas que pongan
su afán de servicio y de justicia a la ciudadanía. Si no, muchos tendríamos que
aplicar la máxima de Morgan: “Sé que algún día podría ser político, pero por
ahora prefiero seguir siendo honesto”.
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