Por Ricardo García Moya
Las Provincias 6 de Septiembre de 1998
El rostro de Jordi Mollà
-compañero de Maribel Verdú en
"La buena estrella"- intenta aparentar rebeldía astuta. En una entrevista a
este "hombre de idiomas"
(sic), aparece el triste concepto extendido por España respecto a los
valencianos y al valenciano. Así, a la pregunta: "¿El problema de los
valencianos es de RH confundido, sentirse catalanes sin serlo?". El galán
barcelonés, en respuesta incoherente, masculla que en el Reino hablamos "valenciano burraco" ("El
Mundo", 1-8-98). De este modo, los héroes del progresismo intelectual van
extendiendo por Europa que soñamos con ser catalanes, y que hablamos un burraco dialecto de germanía.
Mollà no quiso ofender.
Simplemente repetía prejuicios generados por filólogos atolondrados como don
Gregorio Salvador, autor de aquel ensayo sobre "Lenguas de España"
(Barcelona, 1987) donde expresaba "irritación, perplejidad y asombro" ante la
publicación en lengua valenciana de la Constitución. Según su "cuenta de
lingüista" sólo le salían en España once lenguas: "castellano, gallego,
catalán, vizcaíno, guipuzcoano, navarro septentrional, navarro meridional,
labortano, aranés, etc.", pero no el valenciano (p. 96). Insinuaba, además, que éste era como
al panocho, el cheli o el sayagués de León. La razón científica esgrimida por el susceptible
andaluz era la lectura de Sanchis Guarner y (¡disimulen la sonrisa!) que "en el 'BOE' del 29 de
diciembre de 1978, donde se publicaron tales textos (la Constitución española)
resulta que el texto valenciano repite al catalán punto por punto, palabra por
palabra, sin faltar coma ni variar letra". Por lo visto, nadie le
dijo que los políticos llaman valenciano
al catalán que imponen en televisión, enseñanza pública y escritos oficiales.
La labor de los filólogos
del Institut d'Estudis Catalans ha hecho olvidar que las lenguas cultas existentes
en España durante siglos fueron la valenciana y la castellana. ¿Cómo lo
consiguen? Falseando documentación.
Veamos un ejemplo: en la Gran Enciclopedia Catalana -pedrusco filosofal del
catala- nismo universitario- podemos
leer que el "Vocabulario del humanista", obra de Lorenço Palmireno,
publicada en 1569, está escrito en "latín,
castellano y catalán". Al leer estas informaciones, los estudiosos
como don Gregorio Salvador admiran la
gran importancia que tuvo la lengua catalana, y no ese indignante valenciano
burraco inventado en el siglo XX. Pero hay un problema: Lorenço Palmireno,
incluso en la edición del "Vocabulario del humanista", publicado en
Barcelona en 1575, advertía a los catalanes que en la traducción latina,
"si no hallo vocablo en castellano, póngola
en valenciano, italiano, francés o lengua portuguesa". ¿Lo ven? El
cientificismo moldeado por pluscuamperfectos
catedráticos de filología de la Universidad (no por escritores de llíbrets de
falla") adolece de pícaros lapsus que, extrañamente, no indignan a nadie,
incluido don Gregorio.
La Gran Enciclopedia
CaTalana tampoco ha reparado en otro detalle del "Vocabulario". En el
capitulo "de las Yerbas" encontramos la única referencia al catalán,
y nos indica su categoría de lengua secundaria al citarlo Palmireno detrás del
castellano, valenciano y aragonés. Por si hubiera dudas escribe en el mismo
párrafo: "Quando verás esta señal
(y dibuja un asterisco) denota que no le
hallo nombre en Castellano, y por esso tomo el Valenciano". EI
humanista procedía de Aragón, reino cuya lengua ya no tenía uso diplomático y
literario desde el siglo XV. Palmireno anota escasas voces aragonesas, y menos
aún catalanas; por ejemplo, en el capítulo de botánica anota: Granera, bracera, cyanus; en valenciano,
aragonés y latín, respectivamente.
Que don Gregorio considere
al valenciano una lengua inventada en el siglo XX por "políticos desenfadados"
indica que la manipulación del IEC ha triunfado en la Universidad. ¿Cómo va a
creer, por ejemplo, que la ch era un dígrafo habitual en el idioma valenciano?
Don Gregorio ha leído a Sanchis Guarner, que dice lo contrario. Así, el
Diccionari de Alcover -donde Guarner colaboró-
oculta que Palmireno testificó que en lengua valenciana se escribía milocha y chufes, de igual modo que encontramos carchofa y pechina. Y no
es arbitrariedad, pues el Thesaurus (Valencia,
1575) muestra la misma morfología.
En el
"Vocabulario", aparece léxico botánico valenciano de origen árabe o
mozárabe como alfábega y táperes, que han pa- sado a engrosar el zurrón de Ca-
taluña, de igual modo que la obra de Palmireno. Otro ejemplo del cientificismo
del IEC lo ofrece el Dr. Corominas, el cual, con su método de aplastar
cualquier origen valenciano afìrmaba que "baladre" era aragonesismo.
¿Tanto le hubiera costado al ilustre etimólogo acercarse a la Biblioteca de
Cataluña y consultar el Vocabulario de Palmireno? Aragonés de nacimiento, el
lexicólogo Palmireno recordaba en 1575 a los catalanes que el sustantìvo
baladre pertenecía a la dulce lengua valenciana, aunque su uso se hubiera
extendido a otras zonas, de igual modo que sucedió con "chulla, allioli o
fideu".
Vamos a suponer que don
Gregorio o Jordi Mollà quisieran contrastar la información que ofrece la Gran
Enciclopedia Catalana sobre el "Vocabulario
del humanista" con otra obra semejante del Reino, como la Gran
Enciclopedia Valenciana. ¿Saben qué referencia encontrarían sobre el
Vocabulario del humanista? Absolutamente ninguna. La GEV oculta la existencia
de uno de los más valiosos vocabularios sobre voces botánicas y zoológicas
editados en el sìglo XVI en Europa, y que refleja la equivalencia léxica en
varios idiomas, incluido el valenciano. Eso sí, el mismo mamotreto informa
detalladamente sobre la vida, milagros y torturas acústicas de don Ramón
Pelejero Sanchis, más conocido como Raimon. No nos debe sorprender, visto el
panorama, que don Gregorio Salvador desconozca la historia del idioma
valencìano, y que Jordi Mollà lo califique como "burraco".
No hay comentarios:
Publicar un comentario