Por: Ricardo
de la Cierva
«En los años
sesenta -dice Cremades-, tras una paciente y prolongada labor por medio de la
universidad, las tierras valencianas estaban materialmente inundadas de literatura
fabrista.» En efecto, llegaron durante la década anterior a la Universidad de
Valencia varios profesores, catalanes, que empezaron a propagar, sobre falsas
bases científicas, los dogmas del pancatalanismo, en estrecha conjunción con
los tlaxcaltecas que les
servían de coartada interior y cuyos jefes de fila eran, cada vez más
claramwente, Manuel Sanchís Guarner y Joan Fuster, cuyo pasado falangista (y
orígenes carlistas, para que nada falte) ha mostrado Sergio Vilar en su muy
sugestivo libro sobre la oposición al franquismo, publicado fuera de España durante
la época de Franco. Publicaba Fuster en la editorial pancatalanista Edicions
62, de Barcelona, y en ese año 1962, fue difundida su obra Nosaltres els valencians, que es el
equivalente a La llengua de Sanchís
pero en vía estrecha: si el libro de Sanchís es la biblia del catalanismo
valenciano, el de Fuster equivale a su catecismo. Como ya vimos al principio de
este capítulo, Fuster formula todas las tesis erróneas, vacuas y agresivas del
pancatalanismo aplicado al Reino de Valencia; y no advierte el contrasentido de
una afirrmación que se vuelve contra él: cuando describe «la ap,ariencia
de estar pasando por una etapa de asimilación a ciertas vagas superestructuras
extrañas». Los xavos, las perr-as
que anunció a Sanchís en Mallorca ya estaban empezando a dar sus
frutos. Fuster desprecia el popular y espléndido Himno
a Valencia (p. 232), define a la Monarquía de los Austrias como
«sociedad anónima constructora del
Estado español», que no es mala expresión para un antiguo fascista; arremete
contra «la presunta hegemonía valenciana del siglo XV», que fue una realidad,
como «un espejismo o si se quiere una mera crispación epidérmica»; niega de la
gran literatura valenciana interpretándola como catalana; en fin, parece
mentira cómo este ardoroso txacalteca sirve a
intereses exteriores con tanto entusiasmo como invocaba, en su juventud, a los
luceros en su condición confesada de jefe de escuadra de la Falange local.
En diciembre
de 1970 un grupo de académicos de la Española, en una exhibición de
blandenguería y entreguismo, que por desgracia no es excepcional entre
nuestros intelectuales, dan la espalda a la actitud de la Academia que hemos
fijado en 1959 y cambian la definición de valenciano que ahora
dice así: «Variedad de la lengua catalana que se habla
en la mayor parte del Reino de Valencia.» mientras que el catalán es «Lengua
romance vernácula que se habla en Cataluña y otros dominios de la antigua
Corona: de Aragón.» Poco después ese grupo de académicos cede de nuevo a las presiones
pancatalanistas y se cubre de «gloria” con un inconcebible manifiesto en que
tratan de explicar lo inexplicable. A petición de algunos profesores del
comando catalanista en la Universidad valenciana (Vicente-Arche, Roselló
Verger, Solás, Cucó, Blasco Estellés), los académicos Dámaso Alonso, Jesús Pabón, Zamora Vicente. Lázaro Carreter,
Alarcos Llorach, Aleixandre -especialmente propenso a las manipulaciones- y
Lapesa Melgar, pertenecientes a las Academias de la Lengua o de la Historia.
piensan que este asunto está «científicamente aclarado de.sde hace muchos años»
y que, «de acuerdo con los principales estudiosos de las lenguas románicas»
(entre los cuales no se encuentra la pléyade de maestros en quienes nosotros
hemos apoyado nuestro análisis), «el valenciano es una variedad dialectal del
catalán. Es decir, del idioma hablado en las islas Baleares, en la Cataluña
francesa y española, en una franja de Aragón, en la mayor parte del País
Valenciano, en el principado de Andorra y en la ciudad sarda de Alguer».
«Por
todo ello -siguen los señores académicos en la luna- nos causa sorpresa ver
este hecho puesto públicamente en duda y aun ásperamente impugnado por personas
que claramente utilizan sus propios prejuicios como fuente de autoridad científica,
mientras pretenden ridiculizar e incluso insultar a personalidades que, por su
entera labor, merecen el respeto de todos y en primer lugar del nuestro.» Las
mismas «personalidades» que habían redactado en la sombra el «manifiesto de
los académicos”
Se
adhirieron luego a este escrito -conseguido con técnicas parecidas al convenio
de 1932, por la debilidad tan corriente en nuestro estamento intelectual- los
académicos cardenal Tarancón, Camilo José Cela, Laín Entralgo Salvador de
Madariaga, José Antonio Maravall, Pedro Sainz Rodríguez, Luis Rosales y Miguel
Delibes. En su libro La llengua valenciana en perill (Valencia,
1982, pp. 96 y ss.) el padre Cremades desmenuza y rebate el desdichado manifiesto
de los académicos, y arrasa de nuevo las tesis del «maestro indiscutible»
Sanchís Guarner, que según parece habían convencido a los complacientes
firmantes de Madrid.
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