miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL TORPE MANIFIESTO DE 1970


 Por: Ricardo de la Cierva
«En los años sesenta -dice Cremades-, tras una paciente y prolongada labor por medio de la universidad, las tie­rras valencianas estaban materialmente inundadas de lite­ratura fabrista.» En efecto, llegaron durante la década an­terior a la Universidad de Valencia varios profesores, catalanes, que empezaron a propagar, sobre falsas bases científicas, los dogmas del pancatalanismo, en estrecha conjunción con los tlaxcaltecas que les servían de coarta­da interior y cuyos jefes de fila eran, cada vez más claramwente, Manuel Sanchís Guarner y Joan Fuster, cuyo pasa­do falangista (y orígenes carlistas, para que nada falte) ha mostrado Sergio Vilar en su muy sugestivo libro sobre la oposición al franquismo, publicado fuera de España du­rante la época de Franco. Publicaba Fuster en la editorial pancatalanista Edicions 62, de Barcelona, y en ese año 1962, fue difundida su obra Nosaltres els valencians, que es el equivalente a La llengua de Sanchís pero en vía estrecha: si el libro de Sanchís es la biblia del catalanismo valenciano, el de Fuster equivale a su catecismo. Como ya vimos al principio de este capítulo, Fuster formula todas las tesis erróneas, vacuas y agresivas del pancatalanismo aplicado al Reino de Valencia; y no advierte el contrasentido de una afirrmación que se vuelve contra él: cuando describe «la ap,ariencia de estar pasando por una etapa de asimilación a ciertas vagas superestructuras extrañas». Los xavos, las perr-as que anunció a Sanchís en Mallorca ya estaban em­pezando a dar sus frutos. Fuster desprecia el popular y espléndido Himno a Valencia (p. 232), define a la Monarq­uía de los Austrias como «sociedad anónima constructora  del Estado español», que no es mala expresión para un antiguo fascista; arremete contra «la presunta hegemonía valenciana del siglo XV», que fue una realidad, como «un espejismo o si se quiere una mera crispación epidérmica»; niega de la gran literatura valenciana interpretándola como catalana; en fin, parece mentira cómo este ardoroso txacalteca sirve a intereses exteriores con tanto entusiasm­o como invocaba, en su juventud, a los luceros en su condición confesada de jefe de escuadra de la Falange local.

En diciembre de 1970 un grupo de académicos de la Española, en una exhibición de blandenguería y entreguis­mo, que por desgracia no es excepcional entre nuestros intelectuales, dan la espalda a la actitud de la Academia que hemos fijado en 1959 y cambian la definición de valenciano que ahora dice así: «Variedad de la lengua catalana que se habla en la mayor parte del Reino de Valencia.» mientras que el catalán es «Lengua romance vernácula que se habla en Cataluña y otros dominios de la antigua Corona­: de Aragón.» Poco después ese grupo de académicos cede de nuevo a las presiones pancatalanistas y se cubre de «glo­ria” con un inconcebible manifiesto en que tratan de explicar lo inexplicable. A petición de algunos profesores del comando catalanista en la Universidad valenciana (Vicen­te-Arche, Roselló Verger, Solás, Cucó, Blasco Estellés), los académicos Dámaso Alonso, Jesús Pabón, Zamora Vicente. Lázaro Carreter, Alarcos Llorach, Aleixandre -especialmen­te propenso a las manipulaciones- y Lapesa Melgar, per­tenecientes a las Academias de la Lengua o de la Historia. piensan que este asunto está «científicamente aclarado de.sde hace muchos años» y que, «de acuerdo con los princi­pales estudiosos de las lenguas románicas» (entre los cua­les no se encuentra la pléyade de maestros en quienes nosotros hemos apoyado nuestro análisis), «el valenciano es una variedad dialectal del catalán. Es decir, del idioma hablado en las islas Baleares, en la Cataluña francesa y española, en una franja de Aragón, en la mayor parte del País Valenciano, en el principado de Andorra y en la ciu­dad sarda de Alguer».

«Por todo ello -siguen los señores académicos en la luna- nos causa sorpresa ver este hecho puesto pública­mente en duda y aun ásperamente impugnado por perso­nas que claramente utilizan sus propios prejuicios como fuente de autoridad científica, mientras pretenden ridicu­lizar e incluso insultar a personalidades que, por su ente­ra labor, merecen el respeto de todos y en primer lugar del nuestro.» Las mismas «personalidades» que habían re­dactado en la sombra el «manifiesto de los académicos”

Se adhirieron luego a este escrito -conseguido con téc­nicas parecidas al convenio de 1932, por la debilidad tan corriente en nuestro estamento intelectual- los académi­cos cardenal Tarancón, Camilo José Cela, Laín Entralgo Salvador de Madariaga, José Antonio Maravall, Pedro Sainz Rodríguez, Luis Rosales y Miguel Delibes. En su libro La llengua valenciana en perill (Valencia, 1982, pp. 96 y ss.) el padre Cremades desmenuza y rebate el desdichado ma­nifiesto de los académicos, y arrasa de nuevo las tesis del «maestro indiscutible» Sanchís Guarner, que según parece habían convencido a los complacientes firmantes de Madrid.


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