jueves, 1 de julio de 2021

ALFONSO EL MAGNÁNIMO, VALENCIANO´ (I)

 


Vicente L. Simó Santonja

 

24.02.07

 

Alfonso el Magnánimo fue Rey de Valencia entre 1416 y 1458, ¡cuarenta y dos años!, llegando a celebrar hasta ocho Cortes, valencianas, alguna tan importante como la que instituye la Generalitat, en 1418, según acertado criterio de Martínez Aloy y Muñoz Pomer. Es cierto que su reinado, largo, suele dividirse en dos etapas: la valenciana y la napolitana, en la que, por cierto, no se olvida de Valencia (que arranca hacia el humanismo renacentista), en cuanto que su esposa, la reina Doña María sienta aquí sus reales hasta su fallecimiento. Un libro 'completo' sobre el Magnánimo no existe aunque son numerosos y muy buenos los estudios sectoriales (economía, sociedad, literatura). No pretendo escribir tal libro, ni menos encerrarlo en estas columnas, y no quisiera que quedara en anecdótico lo que les cuento de su personalidad.

 

Antonio Igual Úbeda (Académico de la RACV, con quien llegué a coincidir diez años, ocupó el sillón nº 2, que antes habían ocupado Luis Cebrián Mezquita, y Carles Salvador y que hoy ocupa Ramón Ferrer), publicó en 1950, una interesante "Iconografía de Alfonso el Magnánimo", reeditada por la Institución que lleva este nombre en 1997.

 

En dicho estudio cuenta cómo platicando en la torre de Aversa con Caracciolo refería el rey una profecía que años antes le hiciera un astrólogo: que sería fugaz su primera estancia en Nápoles; que habría de abandonar precipitadamente la ciudad y el reino; que conocería, luego, el azar de innumerables e inciertas aventuras; que, después volvería como conquistador, y en aquella hora de triunfo no solo serían grandes el rey y los cortesanos que le acompañasen, sino hasta el último de sus furrieles. Y así fue.

 

Alfonso el Magnánimo tuvo por Valencia un 'fervoroso entusiasmo', además de la citada Generalitat: las cadenas que un soldado valenciano rompió en el asalto al puerto de Marsella; el Santo Cáliz; la coincidencia con el pontificado de Calixto III; la canonización de San Vicente Ferrer... y su boda en Valencia con Doña María, que aquí quedó como Gobernadora cuando él partió a Nápoles.

 

Escribe Igual Úbeda: "se ha afirmado con todo acierto, y este es el momento de repetirlo otra vez, que Alfonso el Magnánimo era, más que un rey de Valencia, un rey valenciano. Es decir, que su temperamento, su carácter y hasta su fisonomía parecían propios y naturales de Valencia. Y aunque no para demostrarlo, que no es esta ocasión adecuada, sí para exponer algunos conceptos que estimo inéditos y que vienen a reforzar esta afinidad del carácter de Alfonso V con el tipo racial valenciano, me permito ofrecer la comparación con un retrato de Alejandro VI, original de Pinturicchio, y con una admirable escultura, 'El alcalde de Benifaraig', poco conocida en Valencia, pero no por ello menos notable, del escultor contemporáneo Ignacio Pinazo Martínez". La comparación debe hacerse con el detalle del Magnánimo que aparece en el arco de Castel-Nuovo.

 

'No es extraña coincidencia, sino una coincidencia natural, que de la base de este alcalde de Benifaraig, a quien nadie puede negar una admirable síntesis de rasgos físicos muy valencianos, sea bastante aleccionadora la comparación con un valenciano eminente como Rodrigo de Borja y con un valenciano de adopción como Alfonso el Magnánimo, que, en este caso sí, por extraña coincidencia responde exactamente a idéntico biotipo'.

 

ALFONSO EL MAGNÁNIMO, `VALENCIANO´ (Y II)

 

Su esposa, la Reina Doña María, con la que se casó, siendo muy joven, precisamente en Valencia, está enterrada en el Convento de la Trinidad, fundación suya, que ella mandó construir, y nombró superiora a su prima Sor Isabel de Villena. Pueden quedar para la nostalgia los acuerdos del Consejo de la ciudad referentes a las fiestas que se habían de celebrar con motivo del matrimonio: que se hiciera un palio para la princesa (siendo de cargo del Rey, el suyo propio y el del Príncipe); que los Justicias, Jurados y Racional vistieran cotas grandes y capirotes de tela de Bruselas de grana, mientras que el Escribano, Clavario y Síndico llevarían capirotes de tela florentina o de Malinas; que se bailaría el martes, miércoles y jueves. Los gastos fueron cuantiosos: para acarrear tierra a la puerta de Serranos; para madera en la puerta de la Taraçana; para candelas y alimaras; y hasta para 'la crida' del trompeta.

 

Pero hablando de economías interesa destacar la situación espléndida de la Valencia foral, que según Vicens Vives, 'era muy floreciente en ese período (siglo XV) gracias a su 'hinterland'. Y quizá ello explique que Alfonso el Magnánimo recurriera, por lo menos diecinueve veces, según Sevillano Colom a la ciudad de Valencia con peticiones de préstamos, que alcanzaron un montante de más de dos millones y medio de sueldos de reales de Valencia. Para tener una idea de la importante cantidad, debe pensarse que el salario mínimo de un obrero, al día, era de dos sueldos (66 los Jurados; 4 y ½ un Maestro de obras); mientras que la carne de vaca costaba 9 dineros por libra, el arroz de 2 a 4 dineros por libra, y las gallinas de 23 a 38 dineros la pieza (equivalencia, 12 dineros=1 sueldo).

 

Pues bien, ese dinero sirvió al Rey, bajo la fórmula 'graves y arduos negocios', para organizar una armada contra moros en servicio de Dios y exaltación de la Santa Fé, y en defensión de sus islas (la isla de Gelbes o Djebra); para gentes de armas en Valencia; para las guerras con Castilla; pero sobre todo para la expedición y conquista del Reino de Nápoles (200.000 sueldos para el rescate del Magnánimo preso por los genoveses; 171.000, 60.000 y 50.000 sueldos para la conquista de Nápoles; 360.000 sueldos para la pacificación del reino de Nápoles; y quizá más de 100.000 sin especificar su objeto). Es importante conocer estas cifras para que se vea ¡y se admire! esta contribución valenciana, no igualada por ningún otro Reino de España, para poder 'permitirse el lujo' de contribuir al Renacimiento italiano.

 

En este caso, la Corona de Aragón 'exportó' al Rey Magnánimo, hombre de acción, hábil y valeroso, ambicioso pero no egoísta, de temperamento apasionado. Quien sabe si Maquiavelo para escribir su 'Principe', se inspiró en el castellano Fernando el Católico, y en los valencianos César Borja y Alfonso el Magnánimo. En el caso de Nápoles, la exportación de dinero en aras de la pacificación, fue en definitiva en aras del Renacimiento. Y conste que no he dicho de Italia, porque el propio Burke, dice que es preciso 'desmantelarla' siguiendo un itinerario temporal, Florencia, Roma, Milán, Venecia, Nápoles. La Corte napolitana, renacentista y humanista, no hubiera sido posible sin el dinero que aportaron los valencianos.

 

No se olvide, tomo la cita del italiano Garin, que el Magnánimo llevaba en sus campañas una pequeña biblioteca, porque era consciente de que la palabra de poetas y filósofos es más poderosa que el ejército; y que su divisa, según cuenta Vespasiano de Bistici era: "un rey iletrado es un asno coronado".

 

 

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