miércoles, 29 de noviembre de 2017

UNA EDAD DE ORO VALENCIANA

 

Por: Ricardo de la Cierva
Empezaba, con el siglo XIV, la Edad de Oro de la lengua y la literatura valencianas, que se extendió hasta muy den­tro del siglo XV. La inmigración catalana en estos dos si­glos, como ha demostrado el profesor Ubieto, se mantiene en márgenes exiguos que no abonan en momento alguno una presunta colonización cultural. Además los catalanes que bajan al reino carecen de capacidad cultural profun­da; su influencia en la lengua valenciana es prácticamente nula. Ubieto, de quien tomo estos datos, concluye, tajante: «Que a falta de base documental, la afirmación de que en Valencia se habla valenciano por la influencia de repobla­dores catalanes durante la Edad Media... habrá que buscar otras explicaciones a esta postura historiográfica. Sur­gieron las económicas en épocas recientes» (op. cit., II, pá­202).

Ha madurado ya, en esos siglos de oro, la lengua valenciana y florece, con mucha más intensidad que en Catalu­na -dilacerada por luchas civiles v graves problemas dinásticos­
inexistentes para el Reino de Valencia-, la economía. El pancatalanismo imperialista, con la avuda de los tlaxcaltecas interiores, pretende apoderarse sin más _de los siglos de oro valencianos; porque los necesita, para glorificar, anacrónicamente, su propia literatura catalana que entonces brillaba a mucha menor altura. Alfonso II de Valencia y IV de Aragón reina de 1327 a 1336. Choca en Guardamar de Segura con las huestes musulmanas del reino de Granada, que pretenden, sin éxito, cortar en dos la continuidad cristiana de la franja mediterranea. Defien­de los fueros; pero el Consell valenciano se enfrenta rcn eI rey por las excesivas donaciones que amenazaban con desintegrar el reino, y Alfonso cede ante la presión de sus subditos. La tragedia marcó el reinado de Pedro II de Va­lencia y IV de Aragón (1336-1387) cuando revento la Peste Negra -que asolaba a Europa- entre luchas civ-iles sin termino. Se enfrentó con otro Pedro, Pedro I el Cruel de Castilla, que asedió Valencia, defendida victoriosamente por el rey con el apoyo de una hueste aguerrida, el Centenar de la Ploma, un gran destacamento de ballesteros que es­coltaban a la senyera cuando salía a campaña. Juan I, su hijo y sucesor (1387-1396), fue un monarca débil, entregado a la caza, bajo cuyo reinado se consumaron -como en eI resto de Europa- injustos y crueles asaltos a las jude­rias valencianas. Su hermano Martín, llamado el Humano (1396-1410), no pudo hacer frente a las banderías y el bandolerismo que marcaron su tiempo, y al morir sin hijos quedó planteada en la Corona de Aragón una grave cues­tión dinástica, que fue resuelta por la diplomacia valencia­na, con enorme repercusión en la historia de España.

SAN VICENTE FERRER EN CASPE

Gozaba de gran predicamento en momentos tan críticos uno de los valencianos más universales en la historia del Reino, y en la historia de España, San Vicente Ferrer, a quien hube de defender durante una visita a Israel, con la historia en la mano, cuando mis amigos judíos me ense­ñaban una imagen distorsionada y negativa del santo en el templo del Holocausto, que han erigido, muy compren­siblemente, en Jerusalén. Vicente Ferrer, miembro insigne de la Orden de Predicadores, y su hermano Bonifacio, tam­bién religioso y primer traductor de la Biblia a una lengua romance -el valenciano, naturalmente, como en valencia­no se pronunciaban los sermones famosos de fray Vicen­te-, acudieron a Caspe como compromisarios en nombre del Reino de Valencia para dirimir el litigio dinástico pro­vocado por la vacante en el trono de Aragón. Cada una de las tres entidades que lo integraban -los reinos de Aragón y de Valencia y el principado de Cataluña- envió tres compromisarios; nueve en total, pero ningún candidato re­sultaría elegido sin obtener al menos seis votos, y necesa­riamente un voto, como mínimo, de cada entidad territo­rial integrada en la común Corona. Los dos candidatos eran el conde de Urgel y el infante Fernando de Castilla, de la familia Trastámara, conocido como Fernando de Anteque­ra por su victoriosa y espectacular campaña que le llevó a dirigir la conquista de esa ciudad andaluza. Fernando era un hábil político, y un príncipe prudente, dotado con un excepcional sentido de lo que hoy llamaríamos relacio­nes públicas. Vicente Ferrer se convirtió en su campeón, y convenció a sus colegas para que le eligiesen; con lo que llegó a ser algo más importante, el principal forjador his­tórico de la futura unidad de España, que ya había inten­tado siglos antes sin éxito otro rey de Aragón, Alfonso I el Batallador. E1 25 de junio de 1412 se celebró secreta­mente la votación. Los tres compromisarios aragoneses vo­taron a Fernando; como los dos hermanos Ferrer y el com­promisario catalán Gualbes. El tercer valenciano, Pedro Beltrán, se abstuvo por su condición de suplente. De esta forma los diplomáticos del Reino de Valencia tuvieron una decisiva influencia en la creación remota de la Corona de España, que brotaría algo más de sesenta años después del compromiso. El Reino de Valencia afirmó así su voca­ción de crear grandes reinos de proyección mundial, no pequeños países ilusorios. Vicente Ferrer, nacido en 1350, y que llegó a tan alta plataforma de decisión histórica des­pués de haber recorrido Europa, fue, con toda lógica, el portavoz de los nueve compromisarios al anunciar la elec­ción del infante Fernando de Antequera como rey de la Corona de Aragón.


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