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   Los artículos sobre el Centenario de Max Aub en el Cultural Abc
  (25/01/03), muestran, una vez más, la repugnancia a usar el topónimo
  Valencia y el gentilicio valenciano por parte de nuestros hermanos españoles.
  Los que colaboran en este homenaje saben que Max Aub (París, 1903) era
  valenciano de vocación, al residir desde los 11 años en Valencia, donde se
  formó intelectualmente con profesores y amigos valencianos: Gil-Albert,
  Leopoldo Querol, Genero Lahuerta, Pedro de Valencia, etc. Su padre había
  obtenido la nacionalidad española en Valencia, en 1916; y la adolescencia de
  Max transcurrió entre la plaza Pellicers y El Cabañal; por algo, cuando le
  preguntaban a Max -ya en el exilio-, de dónde era, respondía: “Se es de donde
  uno ha hecho el Bachillerato”. En 1920 acabó Max el Bachillerato en Valencia,
  añorando siempre aquella “Valencia, borracha de flor de azahar”; y en ella se
  casó con la valenciana Perpetua Barjau, compañera hasta su muerte. Nada de
  esto es citado por los panegiristas del Abc: el andaluz Muñoz Molina, el
  mallorquín Joan Oleza, el canario Armas Marcelo, etc. Nadie lo vincula con
  Valencia, aunque citan Barcelona, Madrid, Casablanca, Veracruz, Teruel, etc.
  Todos silencian que Max se formó intelectualmente en Valencia. ¿Cabría un
  desprecio similar si Max hubiera vivido y estudiado en Barcelona?  
  La Fundación Max Aub, ubicada en Segorbe, es pozo de subvenciones
  del Ayuntamiento de Segorbe, la Generalitat, la Diputación de Castellón, etc.
  Al frente de ella figura, entre otras autoridades, el conseller Tarancón; y
  en la biografía que ofrecen por internet a todo el mundo, dicen que Max
  recorrió “Levante, Aragón, Cataluña y Almería”. Si la Generalitat financia a
  estos tipejos de Segorbe, que matan el nombre del territorio donde nacieron,
  ¿qué tiene de extraño que nos desprecien? Ya en el siglo XVII, tras hacer el
  payaso en varias Cortes los políticos valencianos, el jesuita aragonés
  Baltasar Gracián habla de un personaje que, “en viendo a cualquiera, le
  atinaba la nación”; y el fraile Gracián, cabrón pero inteligente; nos
  retrató así: “viendo a un poca cosa, valenciano” (El Criticón, 1667).  
  Otra institución, la CAM, posee la modélica “Biblioteca Gabriel
  Miró” de Alicante, con fondo bibliográfico sobre el escritor que le da
  nombre. En la página web de la BGM se ofrece su biografía: nace en Alicante,
  muere en Madrid, estudia en Orihuela, se traslada a Barcelona, reside en
  Madrid, ¡y para nada citan Valencia! Esconden los años de residencia en
  Valencia, donde estudió parte de su carrera y convivió con valencianos de
  todo el Reino en estudiantiles juergas y charlas en el Café España. Quien
  lea esta web de la CAM, jamás sospechará que Gabriel Miró nació en lo que él
  llamaba -tratando sobre Tárbena y Coll de Rates-, el “Reino de Valencia”
  (Miró: Años y leguas, 1928). La biblioteca de la CAM -dirigida por la
  metódica progresista Rosa Monzó-, custodia un valioso fondo de temas
  valencianos, heredado de la fagocitada CAPA (Caja de Ahorros Provincial de
  Alicante), pero en la web se oculta al investigador este contenido; escribir
  “fondo valenciano” sería un insulto para la alicantina CAM, digna sucesora
  de la Caja del Sureste.  
  Gabriel Miró era un valenciano nacido en Alicante, hijo de
  alcoyano y oriolana. Esto, que ahora suena a sacrilegio a los alicantinos
  recientes, era un orgullo secular. El famoso Fernando de Loaces, fundador de
  la Universidad de Orihuela, proclamaba que era “de nación valenciano, y natural
  de la ciudad de Orihuela” (Martínez: Solemnes fiestas, año 1620, p. 282).
  Respecto a Gabriel Miró, igual que Azorín, estaba enamorado de la lengua
  valenciana (no confundir con la jerga catalana que enseñan los comisarios lingüísticos
  de Tarancón). En sus obras, Gabriel Miró meditaba sobre la “fonética
  valenciana de Alicante. El valenciano de estos nombres se ha quedado recogido
  y apretado en ellos como su sangre”. En poética prosa, recuerda la silueta en
  el horizonte que “gritaba algo en valenciano” (Las cerezas del cementerio).
  Los alicantinos, los auténticos, no tenían odio a Valencia. Azorín, nacido en
  Monóver, confesaba que: “la Valencia a la que voy es la mía, la que llevo en
  el fondo del alma”. Y Azorín admiraba y hablaba el idioma valenciano, como se
  expuso en “Las Provincias” (19/09/1997), antes de la llegada de los vascos
  (los mismos que mandan en el “Cultural de Abc”).  
  Muchos manchegos, vascos y andaluces que viven en la ciudad de
  Alicante exigen que se llame Levante al territorio valenciano, pues odian el
  nombre de Valencia y se arrodillan ante el de Cataluña. Llegados de otras
  tierras, se han encontrado con una capital, Valencia, que es distinta a
  Madrid y Barcelona. Si hay que cerrar la Tabacalera de Alicante o la de
  Valencia, se liquida esta última, ¿hay agradecimiento? Sólo el “Puta
  Valencia” de las pintadas callejeras. Si lo que era un campo de garrapatas,
  la Generalitat lo transforma en la más lujosa Universidad de Europa, las gracias
  son el “Puta Valencia”. Rechazadas Valencia, Castellón, Orihuela y Elche
  (futuro barrio obrero de Alicante), la ubicación de la inmensa Oficina de
  Patentes Europea se construyó en Alicante, ¿algún comentario amable? Sí, el
  “Puta Valencia”. Como en Alicante falta agua para regar las calles con manguera
  a presión, los inmensos jardines de césped y los campos de golf; se trae agua
  del Júcar, aunque peligre la agricultura central del Reino, ¿se agradece? Sí,
  con un “Puta Valencia”.  
  Otra grave ofensa es que Terra Mítica la construyeron a diez
  minutos de Alicante, por lo que ya se está haciendo la Ciudad del Cine o
  Ciudad de la Luz que liquidará el parque de Benidorm. Como en Alicante sólo
  teníamos una autovía hasta Cartagena, aparte de la carretera normal, nos
  han construido otra autopista (gratis en muchos kilómetros). Eso es
  categoría, y no la parcheada senda Valencia-Zaragoza. Hay nuevas pintadas del
  “Puta Valencia”. Era lógico, son las muestras de gratitud por la Filmoteca
  “alicantina” que volará de Valencia a Alicante, por capricho de una señora
  rara (que se parece al Cipriano).  
  Hoy, en Alicante, nada es valenciano: la horchata es alicantina,
  la paella es alicantina, etc. Y en Barcelona, todo es catalán: la horchata es
  bebida catalana y la paella es gastronomía catalana.  
  Además, si hay un accidente en Orihuela o Alcoy, en radio y
  televisión deben decir: “accidente en Alicante”, aunque sea en la provincia
  y no en la capital de la misma; pero si alguien llama valenciano a un
  alcoyano por televisión o radio, las llamadas de ofendidos colapsarán centralitas.
  De ahí que se escuchen cosas como “la playa alicantina de Cullera”, “el
  tenista alicantino Ferrero”, etc. Es curioso, pero cuanto más pacíficos y
  leales a España somos los valencianos, más nos desprecian e intentan
  destruirnos. No quieren que exista ni el gentilicio “valenciano”. Seguro que
  hoy, el sibilino Gracián diría “un poca cosa, levantino”. 
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