Ricardo García Moya
Diario de Valencia 5 de Mayo
de 2002
Hay, por suerte, valencianos
que escapan del engrudo catalanero y que nadie hostiga llamándoles levantinos
o catalanes. Pienso en valencianos como Tranquilino Luna, personaje que nació
en 1847 en el Condado de Valencia en Nuevo México (EE.UU.). Entre vaqueros e
indios del republicano condado sin conde, Tranquilino se convirtió en un personaje
similar a los héroes del western, siendo ganadero y sheriff del territorio
donde Ford ubicó la trama de “La diligencia”. El Condado del Valencia,
fertilizado por el peliculero Río Grande, nos recuerda que los valencianos
del Condado y del Reino zascandilearon entre cheyennes, kiowas y apaches
mucho antes que los anglosajones. El catalanismo rehuye historias como la de
Tranquilino y fray Joseph Marqués (aquel franciscano que viajaba con su india
apache, la de generosas ubres, por California y hablando valenciano),
prefiriendo biografías de aulladores colaboracionistas como Ovidi Monllor.
Aunque nada tiene que ver con
el pueblo o “Village of Los Lunas” del Condado de Valencia, ambos nos
recuerdan inconscientemente el modismo “Mos quedem a la lluna de Valencia”;
frase anterior a la epopeya de los Luna en el Oeste, pues Lope de Vega ya había
usado la expresión “a la luna de Valencia” en “El anzuelo de Felisa” (a.
1617). La segunda documentación del modismo -no registrada por los estudiosos-,
corresponde a Castillo Solórzano en “La fantasma de Valencia” (a. 1634),
poniéndola en boca del lúcido Ruzafa: “Sufra pues, le ha dexado, sin
paciencia, / en Valencia, a la luna de Valencia” (p. 294). La comedia está ambientada
en la playa de Valencia la noche de San Juan, sensual escenario donde Cupido
asaeta damas y caballeros del Reino, mientras en el sarao se mezclan el duque
de Calabria, criados, esclavas moras, uno que se hace pasar por Don Quixote,
otro que “canta con carraspera” y un “musicote de Sodoma”, afeminado, que es
increpado agriamente: “hijo de puta, músico del cancerbero” (p. 203). En el Grao de Valencia , “en las
noches de San Juan, todos despiertos están” (p. 205).
Solorzano salpica sus comedias
con citas a Mislata, Meliana, la plaça de la Olivera, etc.; pero castellaniza
vocablos al ser obras pensadas para ser representadas por el Imperio. Mantiene
voces como “carrer” o “murta”, pero el Micalet lo transforma en “Micalete”, respetando
la denominación de “las bien labradas alquerías que el río Turia riega” (La
vuelta del Ruiseñor, 1634); es decir; no las llama masías, como hace la mafia
catalanera. Nacido en Tordesillas, Solorzano no nos llama levantinos o
catalanes, sino valencianos; y al Reino no lo degrada a País o Levante. En 1634
no podría existir un rector como Tomás Vert, que reniega del legado idiomático
y acepta sumiso que el “vert” (presente en su apellido) lo sustituyan por
“verd”, obedeciendo a Cataluña. Vaya espectáculo la de este rector Vert que,
sin ton ni son, suelta lo de “a mes a mes”, locución adverbial catalana que en
idioma valenciano equivale a “ademés”, aunque a Vert le avergüence: “ademés de
pagar lo credencier” (Establiments de la sissa de la carn, 1659); “y es cert,
perque ademés” (Ballester,: Ramellet, 1667); “ademés del vestit” (Falcés:
Fiestas a San Juan de Mata, 1669); “ademés deste armament” (Ros: Romans dels
peixcadors, 1752); “ademés dels groguets” (Galiana: Rondalla, 1768). Incluso
lo hallamos en la prosa valenciana de Azorín: “ademés, tu saps molt be...”
(Azorín: Valencia, Ed. Losada, p. 79).
Las novelas de Solorzano llevaban
por el Imperio recuerdos del Reino, de forma que los Luna que vivían en el Río
Grande podían leer “La vuelta del Ruiseñor” (a. 1634), título alusivo al
romántico lugar de encuentro de Carlos y su amada en los jardines situados
tras el Palacio Real de Valencia. Don Carlos era un Borja que regresa del Pirú
(piruleros o peruleros eran los peruanos), adonde acompañó al virrey (p. 158).
En una fiesta valenciana, cuenta Solorzano, unas jóvenes danzan vestidas con
“vaqueros de lama (sic) de oro y plata” (p. 195), y el novelista -como un
Mariñas cualquiera enumera familias valencianas: los Centelles, Marrades,
Boyl, Borja, etc. Junto al prólogo figura una décima de Maluenda, poeta que
seis años antes, en 1628, componía endechas “en idioma valenciano” y con
ortografía moderna: “choguet de crestall / milacre de sucre...”
En “La fantasma de Valencia”
(femenino habitual en el XVII, “la fantasma, visión o espíritu”), el dramaturgo
usa un vocablo que espoleaba a Joan Fuster: “rumfla de seis carrozas, / de
alabardas, y de chuzos, / o Gran Duque de Calabria”(p. 211), y no se trata del
valencianismo “rumflar”, presente en Roig (a. 1460). El de Sueca se excitaba
ante cualquier fallo o despiste que le ayudará a masacrar la lengua valenciana
o a sus usuarios, de ahí que su maldad le impulsara a escribir (para probar la
inexistencia del poeta Mulet en el XVII), que: “voces como chuzos son
históricamente inimaginables en el siglo XVII” (Fuster: Dec. p. 24). Solorzano
ridiculiza al falangista de Sueca al describir el armamento de los soldados
valencianos, que usaban chuzo; aunque los etimólogos catalanes y sus colegas
tagamochis valencianos siguen ocultando la antigüedad de “chuço”. En otro
artículo dábamos la cita de 1640 (“ab piques, chuços, espases”), pero para
escarnio de Fuster, el IEC y su mascota (la AVL), hay anteriores: “prohibir
també los chuços... per los molt homicidis” (Crida. Imp. Mey. any 1617). Al silenciar esta
documentación que conocen, los de la academia de Ascensión podrán seguir
engañando a los estudiantes valencianos, imponiendo el excremento catalán
“xuixo” en lugar del valenciano chuço.
En los siglos XVIII y XIX,
pese al cuente de Almansa, nadie intentaba hacernos desaparecer como pueblo, y
la lengua valenciana tenía lectores incluso en el Madrid borbónico,
imprimiéndose obras como “Tercera part: seguix la honrada y crítica
conversació entre Nelo y Quelo. Madrid. Imp. de Manuel González, año1787”. Hoy,
la mafia inmersora sustituiría “seguix” por “segueix”, “conversació” por
“conversa”, Nelo por Nel-lo, etc. Un date curioso para finalizar: los
valencianos de Nuevo México, siguiendo los meandros del Río Grande hacia el
norte, pueden asistir a una representación de Moros y Cristianos que se celebra
todos los años en Chimayó, en el mes de julio. Aquí, los del Reino,
presenciamos los domingos la aplaudida comedia protagonizada por la alcaldesa
Nolla que, por el Valencia CF, mordería la yugular a un gorila; pero, esta
Juana de Arco del balompié, es incapaz de levantar un dedito contra la catalanización
que nos humilla, igual que San Zaplana y su peana Tarancón.
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