Por Ricardo García Moya
En
el adhesivo de unos melones de Elche se leía "Frutsempere, S.A.", enla- zando la marca el apellido valenciano
Sempere y la voz "frut", no menos valenciana. Quizá el empresario no
supiera que estaba manteniendo vivo un sustantivo que ya constaba en los
villancicos anteriores a 1707: "Llágrimes que com a flors son primaveres
de fruts" (Bib. Nac. Madrid,
V.E./1309, año 1690). Esta variable sustituyó progresivamente al arcaísmo
"fruit", recobrando la pureza etimológica del latín fructus (fruto),
más lógica que la metafórica derivación de "frui" (usar, gozar).
El
hecho de que encontremos "frut"
en coloquios dieciochescos confirma que el pueblo ya había adoptado la
simplificación vocálica. En el "Coloqui nou de una vella" (hacia el
1770), leemos "abres frutals"
y en el semanario político "EI
Mole" tratan sobre "els fruts
de la política" (año 1840, p. 85). Muchos de estos escritores eran eclesiásticos,
como Martí y Gadea, por lo que hallarían más culta esta voz que les recordaba
el fructus de la cuarta declinación de sus años estudiantiles.
Sin coacciones inmersoras, otras voces
adquirieron singularidad mediante apócopes, epéntesis y cambios de abertura
vocálica, surgiendo dorat, parais, jagant, riquea, etc.
Documentadas desde hace siglos en todo el Reino, son la única forma viva en la
actualidad, aunque la inmersión promocione los arcaísmos y catalanismos del IEC
(daurat, paradís, gegant, riquesa).
Palabras como "jagant" no suponían castellanización, al ser
engendradas soberanamente por nuestros antepasados. En la fiesta que el
Convento del Carmen dedicó a Santa Teresa el 28 de octubre de 1621, y en el
libro impreso por Felipe Mey en 1622, citan a los "jagants" (p. 222); igual que fray Joseph Abril., en 1740,
anotaba: "Entendrás q'es un Jagant"
("Coloquio":, 1740,
v.19). EI mismo año, el
catedrático de la Universidad de Valencia Raimundo Joseph Rebollida escribía:
"Jagants, Ilumenaries,
fochs" ("V Centuria",
1740, p. 169). Eran catedráticos normales, no normalizados por el Institut
d'Estudis Catalans.
En
Barcelona, en 1804, sí encontramos la forma catalana "gegants" en el Ms. 859 de la Universidad de Barcelona, que
trata sobre la restauración del "gegants
i gegantesa" de Santa María del Mar. Por el contrario, el Ms.179 de la
Universidad de Valencia, fechado en 1793, trata sobre "Jagants y nanos". Por las mismas
fechas, el manuscrito "EI enamorat en dia de Corpus" decía: "Ni banderoles de nanos, ni de chagants" (Bib. S.M. M. 419, f.11
v). EI artiacá de Molvedre, en 1667, recordaba "al ajagant Saul" (BaIlester, J.: Bateig, p. 2). Demostrado que
estas voces no las inventó la RACV, pasaremos al tema.
La
traducción del Himno Regional a la lengua valenciana no se realizó en 1909,
sino en pleno desconcierto hacia el año 1934, con un Carlos Salvador que
trataba de catalanizar hasta el nombre del Micalet. De ahí que la letra chirríe
por la docena de ripios que se filtraron, y que la tradicional blandura que nos
caracteriza nos ha impedido sustituir por los vocablos del valenciano vivo. Don
Maximilià Thous, pragmático practicante, no ocultaba que Cataluña "era un
buen mercado" para productos literarios acondicionados. Según su opinión,
"producía buenos rendimientos".
La
letra que don Maximilià escribió para el Himno no era sagrada; como demuestra
que el mismo Serrano le impusiera la conocida modificación para que figurara la
palabra España. De los catalanismos y arcaísmos que Thous dejó en incómoda
herencia, éstos son los que más hieren: "Fruites daurades, paradisos,
gegantines i riquessa". Traducidos al valenciano moderno serían: "Frutes dorades" (aunque todos
pronunciamos "doraes"), "Paraisos,
jagantines y riquea". No inventamos nada, pues aparte de ser voces
vivas poseen siglos de solera en el idioma valenciano. "Dorat y sobredorat" se documentan
en 1650 en el Inventario de la Iglesia
de Santa María de Castelló, y el diccionario de Escrig también recogía
"dorat". Respecto a "parais", Blay Arbuxech (no Blai)
en su "Sermó de la Conquista", de
1666, repetía hasta diez veces el
sustantivo en un folio: "Lo parais
es Valencia, parais de roses, parais de Iliris... (p. 58). Podríamos
Ilenar páginas con testimonios semejantes, si hubiera espacio.
EI
caos de 1935 era consecuencia lejana de aquel inofensivo, en apariencia, "Aplec montserratí", de 1868. Los
valencianos que asistieron no podían in- tuir la soterrada ambición
expansionista que albergaban los lastimeros sollozos de Milá i Fontanals. Allí comenzaron a titubear ciertos intelectuales
valencianos ante la supuesta Iluvia de oro que provocaría la catalanización de
sus escritos. Con la añagaza de un retorno al
"llemosí", arcaísmos comunes a los romances hispánicos en el
siglo XIII -que habían sido desterrados y sustituidos por otros- se incorporan
en escritos que rezumaban pedantería. Por el contrario, los vocablos que
alteraban el nuevo
orden catalán -como parais, riquea,
fruts, dorat y jagants- fueron
prohibidos. Quizá algún día aparezca un
político valenciano que los
recobre, pues lo que es ahora...
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