Un
libro desmitificador que restablece muchas verdades
Marcelo Capdeferro
es un profesor de instituto que hace años, fascinado por la historiografía
romántica y catalanista, publicó una Historia de Cataluña en esa clave, es decir,
con aceptación de toda la mitología histórica con que muchos catalanes encubren
la historia real de Cataluña.
E
|
n
el verano de 1.985 Marcelo Capdeferro,
cuyo apellido le acredita como catalán de pro, tuvo el valor de publicar en
Ediciones Acervo, de Barcelona, un libro sorprendente, Otra Historia de Cataluña que, presentado en Barcelona ante toda la
prensa en la antevíspera de la presunta Diada
nacional de Catalunya, consiguió, de entrada, un espeso silencio de los
medios de comunicación; y me temo que ese silencio se va a adensar toda mas en
Madrid, primero por el tradicional desinterés de la capital de España (pese a
tantas retóricas) sobre las cosas profundas y autenticas de Cataluña, y segundo
porque se trata de un libro objetivo, sin miramientos con la mitología; un
libro que refleja desnudamente la conversión de su autor a las fuentes de la
historia, con desprecio a las imposiciones de la política; un libro
contracorriente, que pone en evidencia
la general cobardía con que incluso eminentes historiadores no catalanes
dejan a los catalanistas que cocinen sin critica su propia historia, como si la
historia de Cataluña no fuese una preocupación vital de todos los españoles.
Sobre
este libro, pues, va a caer una conspiración de silencio, urdida por quienes
desprecian cuanto ignoran; pero el silencio injusto se rompe con la iluminación
serena del comentario publico, y hoy esta sección de EPOCA, donde tanto interés
se tiene por las cosas de Cataluña y por la vera historia de Cataluña va a
romper con sumo gusto y por deber profesional una lanza a favor de este
aguerrido profesos catalán que se atreve a escribir –con una formación
envidiable y exhaustiva, además- un libro sobre la historia de Cataluña que
desmiente no solo a su obra conformista anterior, sino a todo el compacto
bloque mitológico que la historia catalana romántica y el catalanismo político
invasor de la historia han pretendido hacernos tragar como la verdadera
historia del Principado que es y será clave de España.
Las gentes de la
profunda España
Insisto:
Capdeferro ha escrito un libro sobre
Cataluña, no en contra; desde Cataluña, no desde fuera; un libro catalán del todo, con esa racionalidad
mediterránea que es una de las principales características de lo catalán. Es
imposible reflejar en un artículo su contenido desmitificador; evocaré algunos
rasgos.
Muchos
siguen atribuyendo al conde de Barcelona Wifredo
el Velloso la independencia y la
paternidad de Cataluña. Pero los primeros historiadores de Cataluña han
desmentido ya esa exageración. “Wifredo
-dice Abadal- fundador de la nación
catalana. No lo fue ciertamente; al menos él no tuvo la menor conciencia de
ello. Dividió los territorios que había logrado reunir, desmenuzándolos de
nuevo. La concepción que Wifredo tuvo sobre sus dominios no pasó de la que
experimentara el nuevo propietario sobre los bienes recogidos o heredados, de
los cuales dispondrá libremente, como si de bienes personales se tratase.” El
origen de la Cataluña propiamente dicha es posterior; y aunque surge también en
fuentes europeas, es por encima de todo un origen hispánico. “Su herencia
básica y sus elementos étnicos son hispanos. Sus raíces son profundamente
hispanas.” La atribución a Wifredo el
Velloso de la bandera cuatribarrada es otra leyenda. Como dice Guillermo Fatás, “salvo la aparición de
materiales hasta ahora desconocidos, no hay ni una sola prueba de que las
barras fueran usadas por nadie antes de que lo hiciese en sus sellos don Alfonso II Rey de Aragón”.
El
capítulo sobre los almogávares, y sobre las hazañas catalanas en el
Mediterráneo oriental es una fuerza desmitificadora implacable. Los almogávares
tampoco eran exclusivamente catalanes. Vinieron de todos los Estados y confines
de la Corona de Aragón y Bernat Desclot,
en la “Crónica del Rey Pedro”, dice que una buena parte de ellos, los golfins, “eran castellanos y
gallegos y gentes de la profunda España”, bellísima expresión que vale por mil
descripciones.
El principado
de Gerona
El
Compromiso de Caspe llevó a la Corona de Aragón a la dinastía castellana de los
Trastamara en la figura de ese
político genial que se llamó don
Fernando de Antequera. La historiografía romántica fustigó al Compromiso
como si hubiera sido negativo para Cataluña, y habló de iniquidad. No tal, Jaime Vicens Vives, el gran historiador catalán del siglo XX lo
dice taxativamente: “En Caspe no hubo ninguna iniquidad, porque la proclamación
de Fernando era la única salida
posible al problema planteado.” Y allí se designó “al candidato mas
universalmente aceptado por la diversas estructuras de los países de la Corona
de Aragón”.
Precisamente
la dinastía castellana introdujo en la Corona de Aragón la costumbre de
atribuir al heredero al título de príncipe de Gerona. El año pasado, 1.984, se
produjo una cierta polémica cuando una propuesta catalana para reconocer el
título de príncipe de Gerona en la persona del príncipe de Asturias don Felipe, encontró, según se dijo, algunas dificultades
en la Casa Real. Si fue así, tales dificultades no parecen infundadas. En
efecto, don Fernando I de Aragón,
hijo de Juan I de Castilla y hermano
del primer príncipe de Asturias, concedió el ducado de Gerona a su hijo
primogénito, Alfonso, y elevó la
dignidad a Principado. Pero los jurados o regidores de la ciudad de Gerona se
opusieron a esta concesión, que no se creó oficialmente hasta el 19 de febrero
de 1.416.
Como
el rey Fernando I murió el 3 de
abril siguiente, el infante don Alfonso,
que subió al trono como Alfonso V
(El Magnánimo) fue príncipe de Gerona durante cuarenta y cuatro días. Inmediatamente
el título cayó en desuso durante cuarenta y cinco años. Entonces aparece en
algunos documentos atribuido al príncipe
heredero Fernando (pronto Fernando el Católico). Ostentaron el título los hijos de Fernando e Isabel, los infantes Isabel, Juan y Juana. La conclusión de Capdeferro es durísima.
“La
historia confirma que el título de príncipe de Gerona no solo no fue apreciado
en Cataluña (ni siquiera en Gerona) sino que fue prácticamente desconocido y
según las épocas incluso oficialmente rechazado y olvidado, por no decir
desaparecido. En el resto de España fue generalmente desconocido- No tuvo
notoriedad ni incidencia alguna digna d mención. De todo lo cual se infiere que
carece de interés histórico”.
La Generalidad
que nunca existió
La
Generalidad de Cataluña, es como el
nombre de Euzkadi un invento y una
denominación muy posterior a la que se le atribuye en la historiografía
romántica y catalanista; una realización de nuestro tiempo mas que una raíz
histórica. En los documentos de las Cortes de 1.300 y posteriores no se habla
de Generalidad sino de General, “Generalis Cataliniae”, que se
tradujo como lo General o el General
de Cataluña, institución que denotaba el conjunto de los tres brazos
integrantes de las Cortes catalanas. El General “tenía funciones parecidas a
las que hoy tienen las aduanas y la Hacienda”; un organismo administrativo y
sobre todo recaudador.
En
las Cortes de Cervera de 1.379 se designaron cuatro personas de cada brazo para
que actuasen en representación permanente del General, y se les llamó en
conjunto, Diputació del General, que
poco a poco fue asumiendo importantes funciones, incluso representativas. Con
la dinastía castellana la Diputación del General logró su plenitud gracias a Fernando I, su hijo Alfonso V y la esposa de este, la
regenta doña María. La palabra Generalidad,
de origen francés , entró en Cataluña a través del Rosellón pero nunca para
designar al organismo recaudador, representativo y fiscal que fue la Diputación
del General.
Cuando
en 1.931 Francisco Maciá proclamó la República Catalana, los demás
miembros del gobierno republicano de Madrid trataron de rebajar esa fórmula
separatista y dos de ellos, el socialista Fernández
de los Rios y el historiador catalán Luís
Nicolau d’Olwer aplicaron la palabra Generalidad
como expresión del nuevo gobierno autónomo de la Cataluña contemporánea. Pero
la institución secular con la que se pretendía entroncar nunca se llamó así,
sino Diputación del General o mas
sencillamente General de Cataluña.
Rafael de Casanova
y la Diada
Hace
poco se ha vuelto a celebrar, polémicamente, La Diada, el 11 de septiembre,
presunta “fiesta nacional de Cataluña”, La conmemoración se concentraba en
torno a la figura de Rafael de Casanova,
conseller en cap, es decir, alcalde de la ciudad que se impuso a las tropas
borbónicas en el asedio de Barcelona por el duque de Berwick. Todos los
disparates se han acumulado sobre este acontecimiento. Para los grupos
catalanistas radicales, basados en una historiografía delirante, Rafael de Casanova es el símbolo no ya
de la autonomía sino de la independencia
de Cataluña; el conseller en cap cayó
muerto heroicamente cuando, empuñando la bandera de la ciudad, luchaba contra
el ejército invasor que tras entrar en la ciudad, privó a Cataluña d su lengua
y de sus libertades e instauró un régimen de terror que llevó al Principado a
una situación caótica y a una decadencia absoluta.
En
el libro de Capdeferro, que se basa
en las mejores fuentes de la historia de Cataluña, y en los historiadores
catalanes auténticamente grandes, podrá encontrar el lector la verdad histórica
que deshace todo ese cúmulo de mentiras y deformaciones. Trataré de resumirlo.
La
Guerra de Sucesión de España fue particularmente dura en Cataluña. Las
autoridades del Principado convencieron a los catalanes para que se
adscribiesen a la causa del presidente austríaco Carlos frente a la candidatura francesa de Felipe V, adoptada por los
castellanos, los vascos, los gallegos y los andaluces. Así se estrenó el siglo
XVIII en España con una tremenda Guerra de Sucesión que fue, por encima de
todo, una guerra civil entre españoles.
Los
catalanes, escarmentados por su trágica aproximación a Francia en la guerra
anterior, la de Felipe IV y Olivares, se alzaron contra la
candidatura francesa para no separarse
de España, ni mucho menos, sino porque creían que la continuación de la Casa de
Austria era la mejor solución para España. Como han establecido definitivamente
dos grandes historiadores catalanes,
Ferrán Soldevila y Jaime Vicens
Vives, la Guerra de Sucesión en Cataluña no fue una guerra separatista sino
una guerra librada por motivos profundamente españoles; los catalanes luchaban
por una idea de España diferente de la de la solución francesa, pero tan
española como la propia causa de Felipe
V, que tuvo el acierto, con su esposa María
Gabriela de Saboya, de presentarse desde el primer momento como un español
en armas, y no como un francés de origen.
Después
de enconadas campañas en Flandes, Italia y el resto de España, los ejércitos borbónicos
se presentaron en Cataluña. La resistencia de los catalanes, heroica, se redujo
al final a Barcelona y Cardona. El asedio de Barcelona revistió caracteres
numantinos. Elegido conseller en cap Rafael de Casanova proponía estudiar las condiciones de
negociación que ofreció el generalísimo borbónico; pero su propuesta fue
derrotada por abrumadora mayoría. El 11 de septiembre de 1.714 Casanova salió hacia el baluarte de la
Puerta Nueva enarbolando la bandera de Santa Eulalia. Cayó herido leve y se retiró
del combate.
Casanova desapareció
en el tumulto
Los catalanes apostaron por la continuidad de la Casa de Austria
El
general Villarroel, barcelonés de estirpe castellana, también cayó herido pero
siguió dirigiendo heroicamente la resistencia, hasta que recomendó la
capitulación. El duque de Berwick entró en la ciudad y los catalanes, como si no hubiera pasado nada, se pusieron
al día siguiente al trabajo. “El Decreto de Nueva Planta no se ensañó con el
idioma catalán”. Se limitó a imponer el castellano en las causas judiciales,
que antes se debatian en latín. El
nuevo régimen resultó, según todos los
historiadores solventes, enormemente positivo y provecho para Cataluña, que
estaba anclada en la Edad Media.
Rafael de
Casanova no murió heroicamente.
Desaparecido en el tumulto. Se refugió en una finca de su suegro en San
Baudilio. Volvió en 1.719 a Barcelona donde siguió ejerciendo la abogacía sin
que nadie le molestase. Murió tranquilamente en 1.743, con mas de ochenta años,
y sin la menor idea de que andando los siglos se iba a convertir en símbolo de
una Diada que, tal y como se presenta por algunos radicales, nunca existió.
Ricardo de la Cierva – 1.985
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