Philippe Blanchet
Profesor de Sociolinguística, Universidad de Rennes 2, Alta
Bretaña, Francia
Director del Centre de
Recherche sur la Diversité Linguistique de la Francophonie
Tanto el
Provenzal como el Valenciano (entre otros casos) se enfrentan a un proceso
similar algo sorprendente de que puedan convertirse en “dialectos” de otras así
llamadas “lenguas minoritarias”. El Valenciano, el tema principal de este
congreso, tiene que hacer frente a la presión del Castellano dentro de un
sistema disglósico usual (“una lengua vehícular estatal versus a una vernácula
local”) y a la presión del Catalán, un vecino muy poderoso. El Provenzal tiene
que hacer frente a la presión del Francés y del Occitano (un vecino ligeramente
menos poderoso). Todas las lenguas implicadas en estos complejos procesos son
romances y, por tanto, bastante próximas entre sí desde un punto de vista
tipológico puro.
El
Valenciano satisface los criterios sociolingüísticos (incluyendo los
sociopolíticos) para ser considerado como una lengua distinta (y no como
variedad del Catalán). Una prueba notable de esto es el hecho de que así ha
sido reconocido oficial y democráticamente por la Comunidad Valenciana en 1982
y 1983, dentro del marco de la Constitución Española de 1978. No obstante,
algunas personas y organismos procedentes de diversos campos siguen insistiendo
en afirmar que es Catalán, por diversas razones bien conocidas y refutables. No
profundizaré más en este asunto que ya ha sido estudiado con precisión por los
especialistas del Valenciano.
El
Provenzal satisface los criterios sociolingüísticos (incluyendo los
sociopolíticos) para ser considerado como una lengua distinta (y no como
variedad del Occitano). Una prueba notable de esto es el hecho de que así ha
sido reconocido oficial y democráticamente por el Consejo Regional de Provenza
el 17 de octubre de 2003 (véase el documento en el anexo), tras unos decenios
de un debate creciente contra la posibilidad de que fuera considerado una
variedad del Occitano y dentro del reciente contexto de la aceptación moderada
de las lenguas regionales en la República Francesa. No obstante, algunas
personas y organismos procedentes de diversos campos siguen insistiendo en
afirmar que es Occitano, por diversas razones poco conocidas y también
refutables. No profundizaré más en este asunto que ya he estudiado con
precisión y presentado hace dos años a los especialistas del Valenciano (en el 1er Seminario Internacional sobre Lenguas
Menos Usadas que tuvo lugar en la
Ciudad de Valencia, organizado por la Real Academia de Cultura Valenciana en
2002, véase Blanchet 2003).
Mi propósito en esta comunicación es presentar
datos y un análisis de la estrategia de un movimiento llamado “occitanismo”,
que ha tratado de imponer su visión unificadora de las lenguas romances
habladas en el sur de Francia. Su comparación con el movimiento catalanista
(con el que está relacionado) nos podría ayudar a comprender la forma en que se
desarrollan este tipo de movimientos y la manera en que deberían ser tenidos en
cuenta por las políticas lingüísticas. El objetivo de mi análisis es tanto
teórico como práctico. Tengo que precisar claramente que esta comparación sólo
es significativa en cuanto a las similitudes, porque también hay diferencias
importantes entre las dos situaciones.
Orígenes y contexto de la competencia Occitano (singular) versus Lenguas de Oc
(plural)[1]
La
situación sociolingüística de las variedades de Romance habladas en la mayoría
de las partes del sur de Francia (i.e., dentro de sus fronteras actuales) ha
sido observada y comentada predominantemente desde un punto de vista particular
político y teórico durante los últimos decenios: el occitanista, que las
presenta como una lengua unificada llamada Occitano.
Sin embargo, las variedades con las que trataremos de ahora en adelante, que se
extienden desde Gasconia hasta Provenza, desde Lemosín y Auvernia al Languedoc,
se han conocido e identificado con diversos nombres y clasificaciones a lo
largo de los siglos: Provenzal, Lengua de
Oc, Occitano son las globales más conocidas, pero Lemosín o Galo-romance del
sur también se han utilizado en contextos históricos más específicos, y los
nombres más locales tales como Gascón,
Bearnés, Rouergat, Auvergnat, Nissart, y hasta incluso Patois
han sido siempre los utilizados con más frecuencia –y a veces los
únicos- por los propios hablantes. Ha habido una excepción muy debatida para
las variedades del Rosellón (alrededor de Perpignan) y el resto del dominio
catalán, que ahora se considera definitivamente que constituye una lengua
distinta bien definida conocida como Catalán.
Desde la
Edad Media hasta el siglo XIX, estas variedades han sido citadas
fundamentalmente por filólogos bajo la forma del “Antiguo Provenzal” de los
viejos trovadores. Desde el siglo XVI en
adelante, diversos observadores también notaron, aquí y allá, estas variedades
como los “dialectos” locales (e incluso “patois”)
habladas por la mayor parte de las secciones de la sociedad en las provincias
del sur que gradualmente fueron formando parte del reino de Francia (véase
Brunot 1901: libros 5, 7, 8). En el siglo XIX surgió un nuevo punto de vista,
en primer lugar porque los comparativistas y dialectólogos se interesaron en
descripciones más precisas de estos descendientes del Latín. Sin embargo, en
estas observaciones no había muchas consideraciones sociolingüísticas.
Fue más
tarde, con el surgimiento de los primeros partidarios políticos de asuntos
lingüísticos y el surgimiento de partidarios políticos de ciertas lenguas, como
la imposición del Francés como símbolo de la unidad nacional a partir de la
Revolución de 1789, o el Bretón y el Provenzal apoyados, en oposición a la
política monolingüe francesa, por intelectuales locales desde mediados del
siglo XIX en adelante, cuando comenzaron
a hacerse consideraciones sociales o políticas. Pero es solamente a partir de
los años 1970 cuando comenzaron a elaborarse estudios rigurosos en Francia, que
coincidieron con que la primera generación de sureños franceses monolingües
fuera siendo mayoría, cuando la situación sociolingüística y los problemas de
estas variedades fueron por fin analizados, referenciados y fueron conocidos
internacionalmente por medio de informes científicos y políticos.
El
contexto ideológico de la época en Francia y Europa Occidental tuvo una
profunda influencia en estos acontecimientos. El fin del colonialismo engendró
y promovió la idea de los derechos de los pueblos a la autodeterminación, junto
con la idea de la protección de las minorías. Ideas más o menos marxistas y
liberales de izquierdas (aquí utilizamos “liberal” en su sentido inglés)
estaban en el aire tras la pequeña “revolución” francesa de 1968. En España, el
retorno a la democracia posibilitó que los nacionalistas catalanes y los
sociolingüistas catalanes organizaran el renacimiento del Catalán tras decenios
de dominación castellana en Cataluña con Franco. Y resulta que el Catalán es un
vecino muy próximo de las variedades que se hablan en el lado francés de la
frontera, alrededor de Toulouse y Montpellier... Desde los años 1950, una
evolución gradual y limitada de la autoridad francesa, primero tolerando y
luego “promoviendo” las lenguas regionales de una forma limitada, creó unas
pocas oportunidades para actuar y unos pocos campos de poder simbólico,
incluyendo cargos en las diversas administraciones (la mayoría en educación).
Tuvo lugar una creciente competencia entre los partidarios de las diversas
opciones políticas lingüísticas. El conflicto era –y sigue siendo- muy difícil
en el sur de Francia, debido a que (i) las diferentes opciones ya habían
dividido claramente a los activistas de diversas regiones bajo la sombra del
inevitable provenzal F. Mistral; (ii) es
el conjunto más grande de zonas lingüísticas “regionales” de Francia (en
espacio, en hablantes, en prestigio, etc.); (iii) la extensión del idioma
funcionaba rápida y dramáticamente, amenazando el uso y supervivencia de las
variedades locales. En semejante contexto histórico, la afiliación a
determinadas ideologías “liberales” políticas de moda podrían parecerles a
algunos de los activistas ser estrategias eficientes –y a veces coherentes,
especialmente cuando eran sinceras. Decir que alguien era conservador o simplemente no
suficientemente exigente era una estrategia eficiente de exclusión. Además,
las recientes victorias sobre Pétain,
Hitler y Mussolini (y más tarde sobre Franco), y las subsiguientes oleadas de
“caza de brujas” que tuvieron lugar (con mucha gente mostrando una nueva cara y
tratando de que se olvidara su pasado reciente), la caída gradual de dictaduras
comparables en Grecia y Portugal, todo ello proporcionó a ciertas personas una
forma fácil de derribar a sus competidores: acusarlos de colaboración con los fascistas también era terriblemente
eficiente, aunque fuera absolutamente falso. Se han librado todas estas
batallas, y todas estas estrategias han sido utilizadas una vez u otra en el
campo de la sociolingüística en el sur de Francia.
El ascenso del Occitanismo – entre la sociolingüística
y la acción política
La
historia del Occitanismo (como “el
movimiento de acciones y presiones a favor del Occitano”) ya ha sido descrita desde diversos puntos de vista
(Nelli 1978; Barthès 1987; Jeanjean 1992; Fourié 1995; Lafont 1997; Abrate
2001), aunque los cadáveres en el armario, recientemente descubiertos, sólo son
conocidos por unos pocos especialistas (véase más adelante). Esta historia no
es el tema de este volumen. Sin embargo, parece necesario señalar la confusión
fundamental de los estudios sociolingüísticos y las ideas militantes que es
característica de los ampliamente distribuidos y conocidos artículos y libros
publicados sobre el “Occitano” por occitanistas desde los años 1950 (e.g.
Lafont 1951 1954 1967 1971 a/b 1973; Bec 1963; Armengaud et Lafont 1979;
Kremnitz 1981; Sauzet 1988; Boyer 1991 y 2001...). Este círculo vicioso de
investigación sociolingüística dirigida por ideologías y el activismo político
apoyado por investigaciones fue claramente identificado por Kremnitz (1988a: 5,
7, 27-28), citando a R. Lafont (1972ª: 19) el mismo:
“Debemos decir claramente, a nosotros y
también a otras personas, que nuestro trabajo está impregnado de una ideología
occitanista: la búsqueda de la existencia de los occitanos como tales”[2]
Esta
postura subjetiva fue confirmada por un importante sociolingüista francés,
especialista en la política lingüística corsa y francesa fuera de los círculos
occitanistas, ya en 1979 (Marcellesi 2003: 111, reimpresión de 1979):
“El hecho de que sólo existe el Occitano, en
vez de Auvergnat, Provenzal, Languedoc, etc. (...) es un elemento de las
representaciones presentes dentro de los grupos sociales que imponen su
hegemonía cultural”
La
mayoría de los sociolingüistas y lingüistas occitanistas (Camproux, Bec, Nelli,
Gardy, Giordan, Boyer, Boisgontier, Ravier, Lagarde, Sauzet...) pertenecen a
organizaciones militantes occitanistas, fundamentalmente al Institut d’Estudis Occitan (e. g. R.
Lafont fue presidente del IEO).
La audiencia
de la posición occitanista, debido a una estrategia política eficiente (véase
más adelante) y a la ausencia de ningún otro centro de investigación
sociolingüística en el sur de Francia hasta los años 1980[3], fue
tan extensa que muchas personas, incluyendo sociolingüistas y minoritólogos de
varios países, utilizaron estos trabajos como las fuentes más importantes de
información y referencia (e. g. Schlieben-Lange 1971; Kremnitz 1981; Ager
1990). Ellos mismos contribuyeron a la difusión de estas posturas, de forma que
se fueron dando por sentado cada vez más. Sin embargo, el discurso occitanista
produjo más postulados políticos y teóricos preformativos que las verdaderas
observaciones sociolingüísticas, contribuyendo a ello además la escasez de
trabajos de campo que se realizaban. La propia existencia del “Occitano” como
una única lengua distinta, presentada como un hecho lingüístico en la mayoría
de los casos, con muy poca discusión, en los trabajos occitanistas, siempre ha
sido contradicha por fuentes científicas independientes (e.g. Soutet 1995: 38;
Grimes 1996; Francard 200: 9; Wurms 2001....), por lingüistas del sur de
Francia ajenos al círculo occitanista (e. g. Marcellesi 1979 y 2003; Laffite
1996; Blanchet 1992 y 2002a; los colaboradores a partir de aquí), por diversos
lingüistas por lo menos en lo que a Gascon se refiere (véanse generalidades en
Chambon y Greub 2002) por los datos básicos e incluso por partidarios
occitanistas como Kremnitz mismo:
“No parece posible lograr un consenso sobre
el sistema ortográfico ni definir una variedad referencial aceptable (...). Ya
que no parece posible el consenso entre los hablantes de Occitano sobre
cuestiones tan fundamentales como el nombre de la lengua, su dominio
geográfico, sus funciones sociales y comunicativas, no debería esperarse el fin
de los debates” (1988b, 8).
“Obviamente tenemos que admitir que el mismo
hecho de reconocer la existencia de una lengua occitana[4] reside en un postulado ideológico”
(2001:22).
Opciones conceptuales e
ideológicas para el occitanismo
Muy
brevemente, el proyecto occitanista reside en las siguientes opciones:
- Adoptaron la definición catalanista de disglosia (Aracil 1965; Ninyoles 1969): se considera que la disglosia es un síntoma del conflicto
histórico entre dos comunidades nacionales que sólo se resolverá por la
victoria de una lengua y una comunidad sobre la otra. Si gana la dominada, el
proceso de normalización hace que el
uso de la lengua sea “normal” nuevamente en todas las situaciones sociales y
sea rechazada la dominante anterior; si es la dominante la que gana, el
desplazamiento final de la lengua eliminará a la dominada (Gardy y Lafont 1981;
Boyer 1986 y 1991; véase un buen estudio en Kremnitz 1998ª: 12-13, 18 y 1987 ).
Se rechaza el bilingüismo (especialmente bajo la forma de una disglosia
relativamente estable) y otras “interlenguas” o “mezclas de códigos” como
variedades regionales del Francés (ahora el más hablado y la marca de identidad
más fiable para el francés del sur), y se le acusa de reforzar la disglosia, y
ayudar consecuentemente a triunfar a la comunidad dominante (de aquí el
concepto de “francitano”)
- Adoptaron el modelo catalanista de
(i)
afirmación
nacional tal como fue desarrollada entre 1850 y 1950,
(ii)
normas
lingüísticas (normalización y ortografía adaptada al occitano) tal como fueron
desarrolladas por P. Fabra, y por último,
(iii)
la
política lingüística tal como fue desarrollada y aplicada en España a partir de
los años 1970, tras el regreso a la democracia.
Los primeros activistas occitanistas,
como Perbosc, Estieu y Alibert, trataron de crear antes de la Segunda Guerra
Mundial una “Gran Occitania” incluyendo Cataluña y haciendo uso de su fuerza:
incluso obtuvieron fondos de los catalanistas para publicar los primeros
periódicos occitanistas (Occitania, Oc)
y fundaron la Societat d’Estudis Occitans
que luego se convirtió en el Institut
d’Estudis Occitans según el modelo del Institut
d’Estudis Catalans (Giordan 1983; véase un resumen en Barthès 1987:
315-377; Boyer 1991; Kremnitz 1988a: 8-9).
- Siguiendo esta estrategia, la lengua dominada debería
estar:
(i)
concebida
según su definición más amplia posible para que sea lo más fuerte posible.
(ii)
ligada
a una identidad nacional, y
(iii)
provista
de todas las características y herramientas de la lengua vehicular dominante
(con el fin de sustituirla).
La normalización lingüística y
gráfica occitanista se basó en un Occitano “central”
(i. e. “Languedociano”) combinado con el “Occitano” medieval, y tratando de que
se pareciese al catalán lo más posible, reduciendo las fuertes divergencias
entre los diversos “dialectos”, pero acabó siendo tan extraño y complicado que
los hablantes ordinarios ni siquiera podían reconocer ni leer la lengua que se
suponía era la suya propia. Una parte importante de la “concienciación
nacional” que trataron de crear se basaba en lo siguiente:
(i) la historia de los Trovadores
y de la Cruzada Francesa contra los Albigenses, por medio de la cual el rey
francés tomó el País de Toulouse en el siglo XIII (e. g. Sède 1982 y Lafont
1971ª: 180; véase también Barthès 1987: 88-91; Kremnitz 1988ª: 6) a pesar de
que este distante acontecimiento religioso sólo afecta a una pequeña parte de
“Occitania”; y
(ii) el uso erróneo constante del Occitano (como identidad cultural o nacional) para el “hablante
occitano”que pronto llevó a la creación del concepto de “Occitania” (como país o nación, de aquí la idea de “Gran
Occitania” –e. b. Lafont 1971ª; Armengaud y Lafont 1979; Anghilante 2000- según
el modelo de tantos imperialismos nacionalistas) y el uso regular erróneo del Occitano por “Occitanista” (e. g.
Kremnitz 1988; Boyer y Gardy 2001, entre otros).
Estas
confusiones en los discursos y textos produjo la impresión de que todos los
hablantes de las variedades reunidos bajo una “lengua Occitana” poseían de
hecho el sentimiento de ser occitanos
(una especie de identidad nacional o étnica –e. g. Armengaud y Lafont 1979),
que vivían en una especie de país
unido llamado “Occitania”, ¡y que
compartían el punto de vista occitanista etno-nacionalista sobre su lengua,
cultura, pueblo y país!
- Los llamados Occitanos
que no se sienten “Occitanos”, i. e., los hablantes que ni conocen ni aceptan
la “unidad de la lengua” son considerados como que tienen una especie de “desorden mental” debido a su
situación disglósica. Se dice que son unos extraños para ellos mismos y para su
lengua porque su identidad ha sido pervertida por la dominación francesa: esta
es la teoría de “alienación étnica” (Lafont 1965-67; Kremnitz 1988ª: 14-16;
Castela 1999) y de la “neurosis disglósica” (Lafont 1984ª). Uno de los
principales objetivos de la acción occitanista debería ser, pues,
“descolonizar” Occitania (Lafont 1971b; un resumen en Barthès 1988: 399-402 y
Bayle 1973) y “desalienar” a los occitanos (Lafont 1970; Lafont 1971ª: 125-130
y 225-227; Kremnitz 1988: 15-16). Este objetivo ha sido abordado por todos los
medios políticos, i. e. por maniobras políticas, por tres razones principales:
(i)
porque
una gran mayoría de franceses del sur actualmente se niegan a aceptar este programa (cuando saben que existe); los occitanistas sólo constituyen un grupo muy
reducido de militantes e intelectuales muy activos : su principal asociación,
el Institut d’Etudes Occitanes ha
tenido una media de solamente 1000 miembros durante los últimos veinte años
(Marti 1995: 116; Jeanjean 1992; véase Marcellesi 2003: 119 “en el caso del Occitano, el sueño de la
uniformización es compartido por una minoría muy reducida”);
(ii)
porque
el occitanismo se encuentra con oponentes muy poderosos tales como otros
intelectuales, otros investigadores, otras asociaciones e instituciones,
incluso representantes locales del pueblo (véase Bayle 1973; la respuesta de
Mauron en 1983 al informe de Giordan; la introducción del Alcalde de Pau en
Moreux y Puyau 2002)[5],
y simplemente los hechos objetivos (la
situación francesa es mucho más variada y muy diferente de la española);
(iii)
como
a menudo forma parte de determinadas clases de ideologías y sistemas de
creencias nacionalistas sostener que tienen razón por encima de todo, tratan
entonces de conseguir sus objetivos por medios no democráticos o incoherentes,
para “que la gente sea feliz a pesar de su deseo (distorsionado)”
Maniobras políticas
Arrojemos
una buena luz aquí sobre los tres ejes fundamentales de las maniobras políticas
occitanistas.
(i)
Uno
de los más importantes está arraigado en la oposición sistemática a los
intelectuales provenzales y promotores de la lengua (incluyendo las
asociaciones), la oposición al
renacimiento provenzal a partir del siglo XIX, y las características
relacionadas (ortografía, escritos, normas lingüísticas, actividades...), y lo
que es más, a la lengua Provenzal y a las propias identidades.
Evidencia de ello se puede encontrar ya en Lafont 1954, que comenzó a difundir
la visión de un Mistral que se suponía que era “conservador” y con mucho menos
talento de lo que normalmente se cree, con el fin de deshacerse de este
antepasado embarazoso (véase también Lafont 1971ª: 137; Armengaud y Lafont
1979: 775; un buen resumen de las posiciones anti Mistral en Bayle 1975:
137-139). La seria y objetiva biografía de Mistral hecha por Mauron (1993) ha
corregido esto mucho después. En una escala más amplia, la famosa organización
de Mistral, el Félibrige, fue
constantemente atacada y acusada de no ser más que un grupo de burgueses tradicionalistas (Lafont
1971ª: 137-151; Pasquini 2001; un resumen en Barthès 1988: 415-416) cuya lengua
y acciones fueron presentadas como cada vez más distantes del pueblo (Garavini
1970: 144; Pasquini 1986: 109-110 y Pasquini 2001). Se dijo que habían elegido
su propio dialecto “inferior” provenzal local, muy influidos por los franceses,
para convertirlo en la norma de referencia para toda la Lengua de Oc, y su sistema ortográfico se presentó como una mera
adaptación del francés, por tanto imposible de aplicar a cualquier otro
dialecto (e. g. Bec 1983: 107; Pasquini 2001; Kremnitz 2001: 30-31). Del propio
Mistral, porque su gloria podía ser útil, se dijo que había preferido una
especie de ortografía occitanista primero y haber sido obligado a adoptar este
otro sistema por su maestro Roumanille (Lafont 1972b: 18; Armengaud y Lafont
1979: 884; Kremnitz 2001: 30; véanse las correcciones en Barthès 1987: 201-205
y Mauron 1993: 104-105).
El mero
hecho de sentirse “provenzal” y no “occitano” se señalaba como una traición que
era resultado de la “ruptura” de la unidad occitana por parte de los
franceses... (e.g. la última palabra de Lafont en Boyer y Gardy 2001: 468). La
minimización de la posición de la lengua provenzal, la ortografía y la fuerza
cultural también ha sido una estrategia constante occitanista. Sibille (2000:
36) escribe que “Una fracción radical de
los movimientos provenzalistas se niegan al consenso [con los movimientos
occitanistas] y sigue manteniendo la
polémica sobre estas cuestiones”. La llamada “fracción” resulta ser una
gran mayoría, de hecho (véase Blanchet 2002a). Lafont (1972b: 5 y 20) afirma
que la reforma ortográfica occitanista “ha
tenido éxito atrayendo a los nuevos escritores provenzales (...) cuya mayoría
tienen menos de cincuenta años”. Suele ser un argumento habitual por parte
de los occitanists, el deseo de aparecer “modernos y triunfantes”, pero esto no
reside en datos básicos: por el contrario, cuando se recogen datos objetivos,
se revela que hasta el 90 por ciento de las asociaciones provenzales en
funcionamiento en 1990 y el 95 por ciento de
los escritores contemporáneos provenzales (incluyendo a los más jóvenes)
han elegido la ortografía provenzal “mistraliana” (Blanchet 2002ª: 16-20 y
117). Además, algunos de los escritores raros y famosos que utilizaban la
ortografía occitana acabaron por volver a la “mistraliana” (e. g. S. Bec 1980).
Muchos
estudios rigurosos (a menudo recientes) han demostrado que casi todo esto es
erróneo (véase Barthès 1987; Duchêne 1982 y 1986; Mauron 1993; Calamel y Javel
2002; resúmenes en Blanchet 1992 y
2002a). Esta estrategia de estigmatización se explica por dos razones
principales:
(a)
Mistral
y su Félibrige eran tan famosos que
fue necesario desestabilizarlos con el fin de sustituirlos;
(b)
la
“excepción” provenzal, con su ya adoptado sistema ortográfico, sus diccionarios
y libros de gramática, sus famosos escritores, su red de asociaciones (aunque
no relacionadas con el Félibrige), su
fuerte sentido de identidad regional junto con su total aceptación de su lado
francés, y sus originales principios de política lingüística, constituyeron –y siguen constituyendo- el
principal obstáculo a la propaganda y acción occitanista.
(ii) Otra maniobra política occitanista importante se puede
observar en sus discursos sobre partidos políticos y sus enlaces con la
Administración. Por diversas razones, incluyendo su estrategia activa y sus
visiones centralistas, los partidarios occitanos siempre han tenido éxito para
ser oídos por la Administración central francesa en París. Concurrente con la
famosa “Ley Deixonne” de 1951 (sustituida ahora por otro texto) que permitió
enseñar “dialectos locales” en las escuelas francesas, el propio nombre de Occitano se utilizó por vez primera: el
nuevo Institut d’Etudes Occitanes
(IEO) se presentó a sí mismo como “nacido de la Resistencia” y luego presentó a
los otros movimientos –principalmente el Félibrige
provenzal- como una organización conservadora culpable de haber “colaborado”
más o menos con el régimen de Pétain en Vichy y, por tanto, con los nazis (pero
véanse “los cadáveres en los armarios” más adelante). Esta tendencia a acusar a
cualquier persona u organización contradictoria de estar “aliada con las
ideologías y partidos políticos de extrema derecha” siempre ha sido muy utilizada
por los occitanistas (y difundida, véase Ager 1990). Lafont y Armengaud (1979:
865) sostienen que al oponerse a Félibrige, el IEO se opone “a los nostálgicos del régimen de Vichy”.
Añaden (1979:868 y 901) que “Fueron
impartidos cursos de occitano por miembros de Félibrige a los agentes alemanes
de los servicios de seguridad”, sin ninguna prueba en absoluto de esta
afirmación, naturalmente. Regularmente aparece la misma clase de acusación:
Sumien (2000: 6) menciona un”breve y
misterioso período en que Mistral perteneció a la Acción Francesa” (el
partido nacionalista de derechas de Maurras que apoyó a Pétain), lo que es
completamente falso. En 1988, cuando organizaba su festival anual en Gap, el
importante movimiento provenzal llamado Unioun
Prouvençalo tuvo que dar un comunicado: fue acusado públicamente por parte
de militantes occitanistas de estar relacionado con el Frente Nacional (un
partido francés fascista), lo que es también una completa falsedad.
La
Administración francesa no siempre ha seguido la información occitanista (e. g.
el ministro de educación habló sobre “las
lenguas de Oc” (en plural) en un texto oficial de 1976 y todavía habla de “la lengua provenzal” (entre las demás lenguas de Oc) en los programas oficiales de 1988 para la enseñanza
de lenguas regionales en las escuelas secundarias. Pero la mayoría de las
veces, la Administración central francesa tiende a favorecer a los
occitanistas: la Ley Deixonne, el informe de Giordan de 1983 (bajo un gobierno
de izquierdas) y otros informes oficiales recientes; un intelectual occitanista
fue nombrado por el Ministro de Educación en 1995 Inspector General a cargo de todas las lenguas regionales; el
consejero técnico del Ministro de Cultura francés a cargo del Charter Europeo fue presidente de la sección
parisina del IEO (1998-99, véase Sibille 2000); las dos personas a cargo de las
lenguas regionales en la Delegación
General de la Lengua Francesa y las Lenguas de Francia (oficina del
Ministro de Cultura) desde 2002 están relacionadas con el IEO (véase
Cerquiglini, Alessio y Sibille 2003)...
En otra
escala, la Oficina Europea para Lenguas
Menos Usadas, una asociación sin ánimo de lucro fundada por la Unión
Europea y que opera como su oficina para las lenguas minoritarias, es de hecho
un conjunto de asociaciones de los estados miembros que son considerados como
comités nacionales de la Oficina Europea
para Lenguas Menos Usadas. El subcomité francés ha sido organizado por
asociaciones militantes sin ninguna transparencia, sin llamar a la
participación, ni siquiera el consejo de alguna institución democrática oficial
(ni nacional ni regional). Los occitanistas se han unido al comité francés
desde el principio. Cuando, en 1997, la asociación provenzal más
representativa, apoyada por el Presidente de la Región, pidió oficialmente ser
admitida en el comité en nombre del Provenzal (y no del Occitano), fue
rechazada sin más, aunque esta acción fuera ilegal según los estatutos tanto
del comité francés como de la oficina en Bruselas de la Oficina Europea (Blanchet 2002b).
Podrían
darse otros muchos ejemplos. Así, los puntos de vista occitanistas dominan las
fuentes de información y consiguen que se les den por sentado.
(iii) Los movimientos e intelectuales occitanistas, aunque se
presentan a ellos mismos como liberales, y a menudo impregnados de ideas
izquierdistas o más o menos marxistas, de hecho han sido acogidos por gobiernos
de ambos lados del pasillo. En los años 1970 y 1980 estaban más próximos a la
izquierda (Jeanjean 1992). Pero comenzando con los años 1990, se asociaban a
cualquier administración, cualquiera que fuera el bando político que la
dirigiera. La región administrativa llamada “Languedoc-Rosellón” (alrededor de
Montpellier) ha sido gobernada por una coalición de partidos de derechas junto
con el Frente Nacional. El IEO y las Calandretas
(escuelas privadas bilingües organizadas por occitanistas) cooperaron con esta
administración para crear en 1999 un Centro
Interregional de Desarrollo del Occitano (CIRDOC) en la ciudad de Béziers,
que tiene un gobierno de derechas (véase el documento público de presentación
del CIRDOC). En 2001, R. Lafont y X. Lamuela, ambos investigadores de la
universidad occitanista, dieron su apoyo a una organización occitanista fundada
en Piamonte (Italia) y a su padre fundador F. Fontan, cuyo nacionalismo
occitano se basaba en una mezcla de racismo y marxismo fascista (véase un
estudio detallado en Blanchet 2002c).
Esto nos
lleva al clímax final: los cadáveres en el armario. El IEO pretende tener sus
raíces en la Resistencia (a los
nazis), en la primerísima línea de sus documentos oficiales, como repiten
constante y regularmente sus militantes (Kremnitz 2001: 35; Martel en Boyer y
Gardy 2001: 374 o Petit 1983: 19); y también pretenden sustituir por una nueva forma de acción, basada en la
nueva ideología liberal, a la anterior no occitanista supuestamente nostálgica del régimen de Vichy
(Armengaud y Lafont 1979:865). Sin embargo, L. Alibert, el padre fundador del
sistema occitano colaboró activamente con el régimen de Vichy y los nazis y fue
condenado a prisión e “indignidad nacional” de por vida por dicha colaboración.
La Sociedad de Estudios Occitanos
(SEO, la organización occitanista de aquella época) se sintió atraída por la
manipulación del “folclore” hecha por el régimen de Vichy, envió cartas a
Pétain para apoyarlo (Fourié 1995) y no lo hizo mejor que el Félibrige. Por el contrario, tras la
guerra, el Félibrige expulsó a
aquellos de sus miembros que fueron condenados por colaboración con el enemigo
(especialmente Charles Maurras, que se publicó en el diario de SEO Oc en 1943 tal como demuestra Fourié
1995:25) mientras que los occitanistas siguieron celebrando a Alibert y
ocultando su pasado mientras pudieron (el asunto fue revelado en periódicos
especiales entre 1995 y 2000, véase Lo
Lugarn 69 1999 y 71, 2000. Bagnosl-sur-Cèze: Partido Nacionalista Occitano,
con un testimonio importante de R. Lafont). Y son estas mismas personas, o por
lo menos algunas de ellas, las que transformaron la SEO en el Instituto de Estudios Occitanos (IEO) en
1945 (Fourié 1995: 34-35 y Lo Lugarn
67 1999), lo que puede ser confirmado por el hecho de que las publicaciones del
SEO utilizaron el nombre IEO ya en 1926
(véase Lo Lugarn 1995).
Todo
esto también puede explicar por qué los occitanistas persiguieron semejante
estrategia tan vigorosa y eficiente de denunciar abusivamente a los otros
proponentes del renacimiento lingüístico del la Francia “Occitana” del sur: era
una buena manera de desviar el escrutinio del IEO. Y esta estrategia fue eficaz,
dando como resultado la difusión monopolista del análisis occitanista.
El fracaso del
occitanismo
El
sistema intelectual, el análisis y la estrategia occitanistas no se
interrumpieron, ni siquiera disminuyeron, sino más bien aceleraron un
desplazamiento de la lengua ya en marcha, porque no tuvo ningún efecto
contundente sobre la gente, con la excepción de unos pocos grupos de militantes
en situaciones muy locales. No llegó a la gente porque no tuvo en cuenta la
verdadera situación sociolingüística, los hablantes, las actitudes de la gente
o los posibles objetivos realistas para la revitalización de la lengua: la
gente ni siquiera podía reconocer que era su
lengua de lo que se trataba, debido a su nombre extraño (“occitano”), su
extraña ortografía, su extraña ideología etnonacionalista, que eran tan
diferentes de lo que vivían y querían (e. g. véase Dompmartin-Normand 2003 y
Blanchet 1999, acerca de la enseñanza del occitano). La peor parte es que,
aunque el occitanismo tuvo poco éxito (mayormente en Languedoc), creó una doble disglosia junto con el francés: la
gente se convenció de que era mejor abandonar su lengua cotidiana, porque ni
siquiera era aceptable comparada con la lengua “oficial” regional normalizada
promovida.
Ninguno
de los seis primeros pasos de la revitalización de la lengua identificados por
Hinton (Hinton y Hale 2001: 6-7) se activó realmente; solamente se intentó con
los últimos tres pasos (del 7 al 9), en una estrategia de arriba a bajo que
estaba abocada al fracaso: uso de la lengua como lengua fundamental entre unos
pocos grupos de militantes y escuelas, ampliación de su uso en (partes
simbólicas de) dominios públicos y fuera de la comunidad. Todo esto no podía
revitalizar la lengua porque no estaba afincada en los hablantes reales y en
las percepciones sociales reales, o en un programa masivo de aprendizaje de una
segunda lengua y la potenciación de prácticas culturales que fomentaran el uso
de la lengua. Pero todas estas acciones fueron rechazadas por los occitanistas
porque hubiera significado que aceptaban la realidad contra la que luchaban
(dialectos locales, ningún sentido de unidad de lengua y de identidad común,
influencia del francés en una sociedad bilingüe, lealtad a la variedad local de
la lengua francesa y a Francia, status de “segunda” lengua y no “principal”,
actividades tradicionales, etc.).
Lafont
escribió (1971: 58): “una lengua no es
más que la forma hablada de una situación sociológica. El renacimiento o no del
occitano está ligado al deseo de la sociedad de Occitana de presentarse a sí
misma como que existe como tal”. La situación sociológica jamás fue y jamás
llegó a ser favorable a la existencia de esta lengua: la sociedad de Occitania
jamás existió ni fue realidad, y por tanto, el renacimiento (o más bien el
nacimiento) del occitano jamás tuvo lugar (excepto como una lengua unificada
virtual que los intelectuales consideran divorciada de la realidad). Y estudios
bastante recientes han demostrado finalmente que ni siquiera las
características puramente lingüísticas no pueden demostrar la existencia del
occitano, porque las variedades romances que se supone que constituyen esta
única lengua solamente tienen una característica específica en común (la
evolución de la –tr/dr del latín al –ir, como en pater > paire). En consecuencia, “el occitano no nació jamás” (Chambon y Greub 2002: 491).
Por esta
razón, y también porque aparece más y más divorciado de la evolución de las
situaciones sociolingüísticas, debe evitarse absolutamente una política
lingüística inspirada en el occitanismo en lo que al provenzal y a las otras
verdaderas lenguas de Oc se refiere.
Tratemos
ahora de ver por qué los catalanistas insisten tanto en anexarse el valenciano
y, principalmente, cuál es la mejor política lingüística (i. e. la mejor
adaptada a la situación) que satisfaga la demanda de los valencianos de su
propia lengua, junto con las lenguas de las demás personas que viven en la
Comunidad, junto con el castellano y otras lenguas internacionales, porque el
multilingualismo y la comprensión mutua son las claves del futuro.
Esta
política debería tener lugar dentro de un marco democrático y científico
sólido, con el espíritu de un humanismo eficiente.
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[1] La mayor parte de lo que sigue está tomado de
un libro próximo a publicarse La
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[2] Todas las citas han sido traducidas por Ph.
Blanchet con la ayuda de H. Schiffman de la Universidad de Pennsylvania.
[3] A excepción de investigaciones individuales
como la de L. J. Calvet en París, el otro único centro estaba en la Universidad
de Rouen, en el norte de Francia.
[4] En Francés, “langue Occitane”.
[5] El propio F. Mistral, observando los primeros
pasos hacia el occitanismo, escribió en 1905:”Estieu y Perbosc acaban de caer del lado por el que tenían que caer: se
han convertido en catalanes dentro de la “Occitania” que sigue a “Mont-Segur”
[una batalla medievan en la que católicos y franceses mataron a muchos
albigenses del condado de Toulouse] (Barthès 1987: 336). En 1913, al descubrir
Estieu los primeros textos redactados en una especie de ortografía occitana,
escribió “su ortografía arcaica hace que
toda su lengua sea también arcaica” (Mauron 1993: 327).
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