Por Ricardo García Moya
Las Provincias
En la Edad Media, la mayoría de naciones europeas
empeñadas en la lucha contra el infiel habían adoptado a San Jorge como patrón.
Esta uniformidad fue desapareciendo en los reinos que eligieron alguna figura
gloriosa propia, aunque no todos pudieron hacerlo al carecer de ella. En el
nuestro fue unánime la aceptación de San Vicente Ferrer, aunque permaneció
como patrón local en alguna ciudad.
Nuestros antepasados, en situaciones limite,
recurrían a su protección. Entre las viejas enseñas que albergaba el
desaparecido santuario de Atocha había una con la imagen de S. Vicent
procedente de la infantería valenciana que se enfrentó al ejército
napoleónico. De reducido tamaño, testimoniaba la tradicional representación
del santo en banderas de guerra. Así, en 1692, las fuerzas de labradores que se
sublevaron en la segunda Germanía -dirigidos por el "barber de
Muro"-, enarbolaron estandarte de San Vicente Ferrer. Su utópica aventura
-evidenciada en los gritos de "Vixquen els pobres"- quedaría
aplastada por la caballería de Moncofa y el oro del virrey (B. Univ. Val.
Breves, S. 177-92).
La personalidad de San Vicente merece lugar de honor
en la historia; pero, en algún caso, la manipulación es elocuente. En la
Enciclopedia Catalana, por ejemplo, se dice que "travessà diverses vegades
els Països Catalans" (que jamás han existido, ni en el siglo XV ni el XX)
y predicó "sermons catalans" el "patró del País Valencià".
En fin, la documentación parece que no coincide con estos ilustres
enciclopedistas, pues los catalanes consideraban extranjero a San Vicente
Ferrer, por ser valenciano: "Sucedió predicar en la Plaça del Born (...)
dividióse el auditorio en opuestas demostraciones: unos alababan, otros
blasfemaban (...) y fue llevar la pólvora para abrasar al Predicador Santo, la
envidia y la emulación; era Valenciano y Extranjero" (Ferrer, A.:
Historia de S. Vicente Ferrer. Valencia 1706, p. 22).
Es decir, mientras fray Vicente fue un predicador
polémico, con fieles que dudaban de su verbo, no lo consideraron catalán; pero
cuando es famoso en Europa y proclamado santo, sí es de los suyos; incluso
catalanizan su nombre y apellido:
"Sant Vicens Farrer quant fou canonitzat (...) del orde de Preycadors e de nostra nació" (A. Mun. Barcelona;
vol. año 1458, f. 130. v.) A los catalanes les atraia poseer un santo popular y
milagroso, incluso consiguieron que canonizaran a San Ramón de Peñafort, varón
prodigioso, capaz de volar en su capa de Mallorca a Barcelona; precisamente
este prodigio figuró como emblema de las fiestas: "llegó la nueva de la
canonización de San Ramón a Barcelona, a diez de mayo del presente 1601 (...)
enarbolando un estandarte en el chapitel, en que estaba pintado el glorioso San
Ramón pasando el mar sobre la capa, viniendo de Mallorca" (Fiestas de la
Canonización. Barcelona, 1601, p. 19).
Pero no era lo mismo, había una cualidad en San
Vicente que no la poseía San Ramón; la extraña capacidad de comunicación con
gentes de otros idiomas: "Predicaba
en su lenguaje valenciano; siendo verdad que predicó en tierras donde tienen el
lenguaje bien ajeno y diferente (...) Cataluña, Aragón, Portugal, Lombardia.
Escocia, Flandes" (Diago, F.: Historia de S. Vicente, Barcelona, año
1600, p. 109). Obsérvese que el culto Francisco Diago publica este libro en
Barcelona y afirma que el santo predicaba en territorios de idioma diferente al
valenciano, e incluye a Cataluña.
Antes del hundimiento del año 1707, la Generalidad
de la Ciudad y Reino colaboraba activamente en los festejos vicentinos: "Los Señores Diputados que a la Generalidad
que representa todo el Reyno; por ser el Padre S. Vicente Ferrer Patrón de
todo el Reyno" (Ortí, A.: Centenario, Valencia, 1655, p. 80). En
nuestros días, la Generalidad Valenciana, volcada en la promoción del catalán,
desprecia olímpicamente la fiesta de nuestro santo más carismático.
Aprovechando la indefensión valenciana, San Vicente ha engrosado la listas de
personalidades catalanas. Una poesía lanzada por los torneros "desde su
carro de triunfo" en las fiestas de San Vicente en 1855, resulta apropiada
para el momento actual:
"Valencians, aneu alerta
No estigau tan embobats;
Que es cosa segura y certa
Que els descuits busquen
els gats."
(Boix, V.: Fiestas, Valencia, 1855, p. 422)
San Vicente parece que adivinó la presente absorción
y quiso dejar una evidente muestra de sus sentimientos. Al quedar vacante el
trono de la Corona de Aragón -por muerte del rey Martín, en 1410- se
presentaron varios pretendientes. Los compromisarios de Caspe dudaban entre
el castellano Fernando de Antequera y el catalán conde de Urgel, y aquí
intervino la autoridad de San Vicente, que, sin ninguna duda, entregó la
corona al infante de Castilla. Quizá recordaba el santo los malos tragos que
los barceloneses le hicieron pasar junto al mercado del Born. También fue el
catalán conde de Urgel la única personalidad que insultó en vida al santo:
"Ciego de cólera y enojo,
arrebatado de pasión y sentimiento, le dixo que era un hypócrita embustero, que
por sus particulares intereses le había quitado el Reino" (Ferrer, A.:
Historia de S. Vicente. Barcelona, 1698, p. 309). En el mismo siglo XV, un
valenciano que utilizaba el seudónimo de Arnau de Vilanova aludía irónicamente
a la pérdida de la corona por el pretendiente catalán:
"O Barcelona.
que tan donada
tal buffetada,
que será sonada
en tota la térra
fins en
Anglaterra."
(A.M.V.; Profecía; sig. 16 a. 1484)
En fin, todo el orgullo que poseía el pueblo
valenciano en la época de San Vicente ha sido humillado en nuestros días. Las
autoridades culturales siguen dócilmente las consignas catalanas, y las
autoridades políticas acatan servilmente las órdenes provenientes de Madrid.
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