Por: Ricardo de la Cierva
Empezaba, con el siglo
XIV, la Edad de Oro de la lengua y la literatura valencianas, que se extendió
hasta muy dentro del siglo XV. La inmigración catalana en estos dos siglos,
como ha demostrado el profesor Ubieto, se mantiene en márgenes exiguos que no
abonan en momento alguno una presunta colonización cultural. Además los
catalanes que bajan al reino carecen de capacidad cultural profunda; su
influencia en la lengua valenciana es prácticamente nula. Ubieto, de quien tomo
estos datos, concluye, tajante: «Que a falta de base documental, la afirmación
de que en Valencia se habla valenciano por la influencia de repobladores
catalanes durante la Edad Media... habrá que buscar otras explicaciones a esta postura
historiográfica. Surgieron las económicas en épocas recientes» (op. cit., II,
pá202).
Ha
madurado ya, en esos siglos de oro, la lengua valenciana y florece, con mucha
más intensidad que en Cataluna -dilacerada por luchas civiles v graves
problemas dinásticos
inexistentes
para el Reino de Valencia-, la economía. El pancatalanismo imperialista, con la
avuda de los tlaxcaltecas interiores,
pretende apoderarse sin más _de los siglos de oro valencianos; porque los necesita,
para glorificar, anacrónicamente, su propia literatura catalana que entonces
brillaba a mucha menor altura. Alfonso II de Valencia y IV de Aragón reina de
1327 a 1336. Choca en Guardamar de Segura con las huestes
musulmanas del reino de Granada, que pretenden, sin éxito, cortar en dos la continuidad
cristiana de la franja mediterranea. Defiende los fueros; pero el Consell
valenciano se enfrenta rcn eI rey por las excesivas donaciones que amenazaban
con desintegrar el reino, y Alfonso cede ante la presión de sus subditos.
La tragedia marcó el reinado de Pedro
II de Valencia y IV de Aragón
(1336-1387) cuando revento la Peste Negra -que asolaba a Europa- entre luchas civ-iles sin termino. Se enfrentó con otro Pedro, Pedro
I el Cruel de Castilla, que asedió Valencia, defendida victoriosamente por el
rey con el apoyo de una hueste aguerrida, el Centenar de la Ploma, un gran destacamento de ballesteros que escoltaban
a la senyera cuando salía a
campaña. Juan I, su hijo y sucesor (1387-1396), fue un monarca débil, entregado
a la caza, bajo cuyo reinado se consumaron -como en eI resto de Europa-
injustos y crueles asaltos a las juderias valencianas. Su hermano Martín,
llamado el Humano (1396-1410), no pudo hacer frente a las banderías y el
bandolerismo que marcaron su tiempo, y al morir sin hijos quedó planteada en la
Corona de Aragón una grave cuestión dinástica, que fue resuelta por la
diplomacia valenciana, con enorme repercusión en la historia de España.
SAN VICENTE FERRER EN CASPE
Gozaba
de gran predicamento en momentos tan críticos uno de los valencianos más
universales en la historia del Reino, y en la historia de España, San Vicente
Ferrer, a quien hube de defender durante una visita a Israel, con la historia
en la mano, cuando mis amigos judíos me enseñaban una imagen distorsionada y
negativa del santo en el templo del Holocausto, que han erigido, muy comprensiblemente, en
Jerusalén. Vicente Ferrer, miembro insigne de la Orden de Predicadores, y su
hermano Bonifacio, también religioso y primer traductor de la Biblia a una lengua
romance -el valenciano, naturalmente, como en valenciano se pronunciaban los
sermones famosos de fray Vicente-, acudieron a Caspe como compromisarios en
nombre del Reino de Valencia para dirimir el litigio dinástico provocado por
la vacante en el trono de Aragón. Cada una de las tres entidades que lo
integraban -los reinos de Aragón y de Valencia y el principado de Cataluña-
envió tres compromisarios; nueve en total, pero ningún candidato resultaría
elegido sin obtener al menos seis votos, y necesariamente un voto, como
mínimo, de cada entidad territorial integrada en la común Corona. Los dos
candidatos eran el conde de Urgel y el infante Fernando de Castilla, de la
familia Trastámara, conocido como Fernando de Antequera por su victoriosa y
espectacular campaña que le llevó a dirigir la conquista de esa ciudad
andaluza. Fernando era un hábil político, y un príncipe prudente, dotado con un
excepcional sentido de lo que hoy llamaríamos relaciones públicas. Vicente
Ferrer se convirtió en su campeón, y convenció a sus colegas para que le
eligiesen; con lo que llegó a ser algo más importante, el principal forjador
histórico de la futura unidad de España, que ya había intentado siglos antes
sin éxito otro rey de Aragón, Alfonso I el Batallador. E1 25 de junio de 1412
se celebró secretamente la votación. Los tres compromisarios aragoneses votaron
a Fernando; como los dos hermanos Ferrer y el compromisario catalán Gualbes.
El tercer valenciano, Pedro Beltrán, se abstuvo por su condición de suplente. De
esta forma los diplomáticos del Reino de Valencia tuvieron una decisiva
influencia en la creación remota de la Corona de España, que brotaría algo más
de sesenta años después del compromiso. El Reino de Valencia afirmó así su vocación
de crear grandes reinos de proyección mundial, no pequeños países ilusorios.
Vicente Ferrer, nacido en 1350, y que llegó a tan alta plataforma de decisión
histórica después de haber recorrido Europa, fue, con toda lógica, el portavoz
de los nueve compromisarios al anunciar la elección del infante Fernando de
Antequera como rey de la Corona de Aragón.
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