(Nomes versio en Castellà · Solo versión en
Castellano)
Un agente de la CIA hizo el siguiente
informe sobre Cuba al presidente de los EE.UU.: «No hay desocupación, pero
nadie trabaja. Nadie trabaja pero se cumplen las metas de producción. Se
cumplen las metas de producción, pero no hay nada en las tiendas. No hay
nada en las tiendas, pero todos comen. Todos comen pero la gente se queja
constantemente. La gente se queja constantemente pero todos van a la plaza
de la Revolución a dar vivas a Fidel. En resumen, señor presidente, tenemos
todos los datos pero ninguna conclusión».
Si se le pidiese un informe sobre la
Acadèmia Valenciana de la Llengua, (AVLL) bien podría hacerlo así: «La
Academia lo es de «la lengua», pero sus académicos eluden el uso de esa
palabra. Eluden usar esa palabra para denominar a la valenciana pero la
usan para denominar a la catalana. La denominan lengua catalana, convertida
en gueto, como secuestro cultural de un pueblo y como corporeización de la
diferencia, ofreciendo una hostilidad semántica que degrada al
«valenciano», a «nostra llengua», a «la llengua del poble». Esa misma
valoración, esa misma beligerancia la imponen filólogos de causa propia e ideas
ajenas que hacen aquí lo que les dicen allá que hagan, a bolsillo lleno,
que el seny hay que guardarlo siempre a buen recaudo. Por eso están todo el
mes en desacuerdo -unas votaciones recientes han acabado en fiasco:
Figueres 9, Palomero 9- pero acuden todos juntos el último día a la plaza
de los Bancos a darle vivas al Cajero. En resumen, tenemos todos los datos
y una sola confusión».
Si la AVLL fuera como la Academia Española,
con académicos sin remunerar, no habría conflicto lingüístico, ni cultura
de mostrador, ni figurones dispuestos a estabularse allá donde se cuece y
adoba una cultura dirigida, de liberados y socorros mutuos, de sabios de
una sola cosa que se creen ombligo y razón última del universo mundo. Son
académicos que «matan las palabras vivas con codificaciones gramaticales»,
como diría Manuel Alvar, tan remuneradoras, creadores de una lengua
estandar, de servicio, mercantil y corporativa. Van embuchados de ciencia
hasta hacer de su hígado un «paté de foie» con el que untar las rebanadas
de su totalitarismo. Vienen aún con el tufo autoritario de la escolástica,
con la peste de los sofismas, pontificando el altísimo nivel de la
universidad, la misma que combatió a Galileo, aferrada como estaba a su
aristotelismo y ptolomeísmo, como diría Manuel Lloris, libérese a la
Iglesia de ese sambenito.
No hace mucho se reunieron las universidades
valencianas con la AVLL «para superar los problemas de la lengua de una
manera científica». Si recurren a la hemeroteca encontrarán en el «El
País», ese órgano del papanatismo intelectual, el modo de hacerlo:
¡Científicos, acalladles! ordenaban en un editorial. Ya llevo años
comprobando que cierta «ciencia» no es más que un conjuro, un imbunche, una
impostura para que hagamos todos la misma «o» con el mismo canuto, en una
misma unidad de destino...
¿Qué novedades hay por Valencia? me
preguntaron este verano unos amigos del pueblo. Regocijaos, les dije, la
Academia de la Lengua ¡ha aceptado! -enfaticé- que llamemos a las cosas
como las llamamos. Aún se ríen. El alguacil, al enterarse, corrió de cantón
en cantón a pregonar la buena nueva; beatas hubo que le renovaron a su san
Pancracio el perejil macedonio, variedad de importación que se le hace
irresistible al santo, en acción de gracias...
En la mismísima Roma, salió el poeta Horacio
de su tumba, triunfante, leyendo urbi et orbi unos versos de su «preceptiva
literaria»: ¡El uso es el supremo juez del lenguaje!, nos recordó.
Y exultante, se tumbó otra vez en su fosa;
del otro lado, claro.
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