Vicente L. Simó Santonja
05.12.06
Si
importante fue el mecenazgo humanista de Germana-Calabria,
quizá lo fuera más el de Calabria-Mencía, porque la personalidad de ésta
alcanza cotas difíciles de superar.
Mencía Mendoza (1508-1554) fue contemporánea de Germana de Foix (incluso
vivieron, casi los mismos años, 46/48, es decir fallecieron, puede decirse,
jóvenes), pero su personalidad humanística es mucho más complicada y completa.
En la “Apología”, de García Matamoros,
encabeza la relación de mujeres doctas, comparándola con la Aspasia de Jenofonte y
destacando su conocimiento de las literaturas griega y latina. Genéticamente
tenía mucho de su padre el Marqués
de Zenete, a quien el poeta neolatino Juan Ángel González
compuso una elegía, y el Notario valenciano Dionisio Clemente le hizo
protagonista de su libro de caballerías “Don
Valerián de Hungría”, que lo presentaba como gloria de las
Germanías.
Con
Mencía, la corte virreinal se hizo más intelectual y menos literaria, hasta el
punto que en 1544 decide fundar un Estudio en Valencia, que tuviese “mes
servici i millor orde”, dotándolo con una renta perpetua anual de mil
quinientos ducados, y al estilo del Colegio Trilingüe de Lovaina, que conoció
en Bruselas, por medio del hermano de su fundador, Busleyden.
Pero las
conversaciones con los Jurados no llegaron a buen fin, quizá en parte, a causa
del fallecimiento de Miguel
Jerónimo Ledesma. Le brindo a mi compañero en la Real Academia
de Cultura Valenciana, el Dr.
Medina, que algún día nos explique la vida y obra de este
insigne médico, que no obstante polemizar en torno a la sangría en la pleuritis
o “mal de costado”, basándose en la anatomía de las venas, fue Catedrático de
griego en la Universidad desde 1531 a 1547.
Retornando
a Mencía Mendoza, Moreno Gallego, considera que su llegada a Valencia provocó
la difusión del discipulado del humanista Juan Luis Vives y el reconocimiento
definitivo de su nombre en su ciudad natal.
La
virreina consorte contrastaba por su sobriedad con los tiempos de Germana. Una
espiritualidad la suya, conectada con el espíritu
erasmista, sin derivar a un catolicismo duro. Aunque hay
opiniones para todos los gustos. Mientras Bataillon opina que no le espantaba la
filosofía de Cristo, Joan
Fuster la critica por limitarse a, meramente, rechazar las
posturas integristas, y cuando podía haber defendido a los humanistas
erasmistas, no se preocupó demasiado de ellos.
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