Autor: Carles Recio
«¿Con qué dialecto escribía Jaime I?», pregunta el titular de Alfons García
sobre el simposio del Llibre dels Feyts de inminente celebración en Valencia.
Parece mentira que presentando el acto personalidades de tan alta categoría
como son los organizadores no hayan respondido a esa pregunta de inmediato,
evitando el incómodo interrogante. Está clarísimo. El rey Jaime I de Aragón y
de Valencia no escribió en ningún dialecto, y tampoco en ningún idioma. El rey
Jaime I no escribió nada. O por lo menos no queda ninguna prueba histórica de
que hubiera escrito algo. No hay ningún documento público, ni carta privada, ni
siquiera una firma de este personaje histórico. De otros monarcas valencianos
nos queda la signatura al pie de un documento como muestra de una mínima
alfabetización, pero de Jaime I no hay nada de nada.
Jaime I fue seguramente analfabeto, como la gran mayoría de monarcas y
aristócratas de su época. Esto no debe causarnos ningún trauma. Si Joan Lerma
alababa en su día las virtudes de los invertebrados, no faltará quien loe el
genio de los iletrados, hoy en día que el analfabetismo funcional está tan
extendido. A Jaime I no le hacía falta saber leer ni escribir, porque tenía
súbditos que le desarrollaban estas tareas a la perfección. De hecho, el famoso
Llibre dels Feyts fue un inteligente encargo a un funcionario de su Corte. No
se sabe con certeza quién lo redactó, pero de ninguna manera fue Jaime I, pues
el libro relata incluso la muerte del monarca. O lo dictó desde la tumba a
través de una médium o el escribiente encargado tomó buena nota del fallecimiento
para acabar el trabajo.
Desde el antiguo Egipto, véase El escriba sentado, los soberanos
descargaron en sus esclavos la aburrida tarea de escribir. La pregunta correcta
sería: «¿Con qué dialecto escribía el escriba de Jaime I?». La respuesta vuelve
a ser rotunda: ni en valenciano, ni en catalán, sino en latín.
Las disquisiciones entre Bruguera y Ferrando sobre si es «filiación
dialectal catalana» o «variantes lingüísticas occidentales (valencianas)»
aluden a una traducción tardía, efectuada el siglo posterior a la muerte de
Jaime I. El manuscrito más antiguo que se conserva de este libro es de 1313, y
se titula Liber Gestarum porque está todo escrito en latín, que era la lengua
de cultura del momento. Es en 1343 cuando se documenta un Llibre dels Feyts en
ese idioma romance que para unos es catalán y para otros es valenciano. Pero no
olvidemos que el original se redactó en latín, como mantenía el investigador
Montoliu y toda la crítica especializada antes de la campaña nacionalista de
los años 30 del siglo XX. Fue a partir de este momento cuando se absorbió como
un clásico autóctono lo que no fue más que una traducción popularizante.
Era natural que Jaime I mandara escribir su Crónica en latín. Era el idioma
internacional que permitía su difusión por todo el mundo, desde Lisboa hasta
Moscú. Si el rey lo que pretendía era darse a conocer como monarca ejemplar,
era necesario que su ejemplo llegara a cuantos más sitios mejor, y esta
difusión sólo la permitía el latín.
Por tanto, este simposio sobre el Liber Gestarum es una nueva propuesta
surrealista de esta querida Academia Valenciana de la Lengua «que no se atreve
a decir su nombre», parafraseando a Oscar Wilde. Ni es un libro originalmente
valenciano, ni se escribió en valenciano, ni el autor tenía conciencia de ser
valenciano. Es un documento histórico de primera categoría, pero que debe
examinado a la luz de su verdadera intención como campaña propagandística de un
rey muy astuto. Jaime logró su finalidad publicitaria setecientos años después,
al ser distinguido como escriptor de l´any sin haber escrito ni una sola línea.
Por primera vez en el mundo, se realiza un homenaje a un escritor inexistente,
por no decir a un escritor analfabeto, que parecería mucho más hiriente.
Otra cuestión es el triste papel de comparsa otorgado a Simó Santonja, a
quien le obligarán a escribir al revés de su propia bandera en prueba de
democracia lingüística. Cada uno puede hacer lo que quiera, pero sólo el
desprecio con que se le retrata por parte del coordinador del evento —«yo no lo
hubiera elegido»— bastaría para que excusara su asistencia. Un intelectual de
su envergadura, y la entidad a la que representa, no necesita limosnas. Y menos
todavía de este dogmatismo disfrazado de tolerancia que ahoga cualquier
iniciativa que se salga del guión marcado previamente. Recuerde el decano que,
pese a que le harán las fotos para aprovecharlas: «Los textos se incluirán en
el volumen si la comisión los considera válidos». Debe ser un homenaje a las
libertades de pensamiento y de expresión que imperaban en tiempos de Jaime I.
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